Chopos cabeceros
Son los álamos negros gestionados tradicionalmente para producir madera y forraje en entornos deforestados de gran presión ganadera. Suelen ser árboles veteranos de gran valor ecológico, cultural y paisajístico.
Arboles Trasmochos
Hay muchos árboles que cuando son tronzados por el viento son capaces de emitir brotes desde el extremo restante del tronco. Estos nacen a la misma altura y, con los años, se convierten en unas ramas de similar grosor y longitud. Este es el origen de los árboles trasmochos.
El ser humano ya conocía este rasgo funcional en el Neolítico y comenzó a aplicarlo cortando la guía de ciertos árboles a una altura inaccesible al diente de los mamíferos herbívoros. Años después, y de forma periódica- eran podadas sus ramas obteniendo madera, forraje y leña. Se convirtieron en trasmochos muchos árboles silvestres y, más adelante, se plantaron directamente otros árboles con este fin.
En la economía agraria y en el paisaje histórico de Europa, los trasmochos fueron cada vez más importantes. Diversas especies, como hayas, robles, abedules, fresnos, castaños, sauces, arces, carpes, serbales, tilos y álamos desmochados se reparten por las campiñas y praderas.
El chopo cabecero es un álamo negro trasmocho.
Bravío o íntegro
Un bravío o árbol íntegro es aquel que conserva su porte natural por no haber recibido poda alguna, por lo que mantiene su conformación propia. Las ramas nacen a diferentes alturas siendo las inferiores las de mayor edad y grosor.
Tallar
Diversas especies de árboles producen numerosos brotes cuando el tronco es cortado a ras de suelo. Con el tiempo, cada uno de ellos se transforma en un fuste y puede ser cortado, volviendo a brotar. Se forma un arbusto denso conocido como tallar.
Trasmocho
Un árbol trasmocho se obtiene cuando, siendo joven, se corta el tronco por encima de dos metros del suelo y las ramas que se obtienen tras el rebrote son podadas regularmente.
Una forma inconfundible
Tras el desmoche, el chopo forma un callo leñoso para cerrar el corte. Del extremo del tronco podado crecen nuevas ramas que irán creciendo con los años, a la vez que el propio tronco, cada vez más grueso. La escamonda periódica permite que se forme un ensanchamiento leñoso, la cabeza o toza, en la que se anclan las largas y pesadas ramas, también conocidas como vigas. La cabeza es una parte clave en el edificio del vegetal pues debe mantener además enormes esfuerzos en los días de viento.
Un chopo cabecero adquiere los rasgos de un árbol senil que otro que conserve su porte natural. Sin embargo, consigue ser mucho más longevo siempre que mantenga el turno de poda. Acumula más madera muerta y su tronco, con el tiempo, acaba descomponiéndose por los hongos y otros organismos saproxílicos formando habitualmente huecos.
El chopo es un árbol que necesita mucha iluminación. El árbol debe conseguir un equilibrio entre la tendencia a su extensión lateral y la estabilidad de unas ramas que tienen muy alto el centro de gravedad. Por eso estas crecen muy poco inclinadas y casi paralelas unas con otras.
Protuberancias
En el tronco de los chopos cabeceros añosos se forman unos abultamientos. Son los brotes epicórmicos. Están formados por un tejido de crecimiento procedente del cambium que se lignifica en superficie. Produce numerosas ramillas y garantiza el rebrote del árbol tras la poda
Pies femeninos
El chopo negro es una especie dioica. Es decir, con pies masculinos y pies femeninos. Los ejemplares con flores masculinas son muy escasos entre los cabeceros.
La inflorescencia femenina es un amento de color verde. Produce pequeñas semillas rodeadas de finos pelos blancos que se diseminan por el viento.
Fractales
Los chopos cabeceros que han recibido pocas escamondas tienen una cabeza única. Aquellos otros que han sido podados numerosas veces presentan tozas muy amplias y complejas, que llegan a dividirse a su vez Las cabezas de los chopos trasmochos veteranos se acaban abriendo y sobre ellas se forman nuevos troncos con su propia toza y sus respectivas vigas. Son cabeceros de cabeceros.
Paisaje con identidad
Un paisaje con identidad propia
Los chopos cabeceros son vestigios de un paisaje histórico que nos ha sido conservado.
Los grandes árboles con sus rectas ramas verticales forman líneas dominantes sobre un escenario de amplios horizontes. Es la arquitectura vegetal de un paisaje dinámico, con profundos cambios de color y de volumen. Son oasis lineales dentro de extensos secanos.
Los viejos álamos negros trasmochos forman masas continuas a lo largo de kilómetros de riberas. Este paisaje cultural es algo único en Europa. Es la esencia de un territorio.
Cambios estacionales
La primavera entra tarde en las tierras altas haciendo brotar las tiernas hojas en días luminosos pero en los que las heladas aún son habituales.
En el inicio del verano la fronda se cierra y crea un ambiente umbrío en la ribera mientras que la pradera del entorno muestra espléndida. Al avanzar la estación, los campos y montes se agostan y la chopera funciona como un oasis de frescor. El contraste entre el verde y amarillo se acentúa.
El otoño se expresa con plenitud en las riberas con chopos cabeceros creando escenarios de enorme belleza y sensaciones de bienestar. El sonido del agua, la caída de las hojas doradas, el viento ligero y los cielos plomizos conforman un escenario único.
El invierno es silencio y soledad en los altos valles de la cordillera Ibérica. Las ramas desnudas dibujadas sobre el cielo convergen en la toza y en el tronco que ahora se muestran como esculturas leñosas. Cada árbol es una creación del ser humano y de la naturaleza. Las esporádicas nevadas realzan estos parques escultóricos vivos.
Gestión tradicional
En su origen, el ser humano conseguía chopos cabeceros a partir de ejemplares silvestres de álamo negro. Con el tiempo fue obteniéndolos mediante su plantación y cultivo. Esta especie necesita crecer en suelos en los que circule el agua subterránea, como son los sedimentos de las llanuras de inundación acumulados por los ríos. Los campesinos lo plantaban en los márgenes de los campos próximos a las riberas, en la orilla de arroyos y acequias, así como cerca de fuentes y balsas.
Un árbol nuevo se obtiene a partir de una ramilla (planzón) procedente del desmoche de otro chopo cabecero. Tras arraigar y crecer varios años se realizaba la poda de formación a unos tres metros del suelo, produciendo entonces ramillas que brotaban cerca del corte, la futura cabeza. Al cabo de una docena de años, tronco y ramas ya se habían engrosado. Era el momento de la primera escamonda, poda completa de todas las ramas (vigas).
La escamonda es un trabajo en equipo. El leñador, con hacha (antaño) o con motosierra (actualmente), corta las ramas sobre la propia cabeza del chopo. Es un trabajo que requiere agilidad, fuerza y destreza y no está exento de riesgo. Su compañero, desde el suelo, dirige la caída de las vigas mientras les corta las ramillas, separando la madera según su destino.
Repitiendo la escamonda a turno de doce años, el árbol produce en cada ciclo una nueva cosecha de vigas. Mientras tanto el tronco y la cabeza continúan su engrosamiento. A lo largo de su vida un árbol puede recibir numerosos desmoches.
Funciones ecológicas
Las arboledas de chopos cabeceros no constituyen verdaderos bosques. Sin embargo, participan en múltiples aspectos del funcionamiento ecológico de las riberas y de los agrosistemas.
Crean microclimas atemperados bajo sus frondas y dentro de los troncos. Regulan el comportamiento del río y mejoran las cualidades del agua. Favorecen el desarrollo y la protección del suelo.
Forman corredores para las especies forestales entre las sierras y los llanos en entornos deforestados. Crean condiciones de transición entre diferentes ambientes ecológicos a lo largo de cientos de kilómetros.
Estructuras complejas
Gruesas cortezas agrietadas, troncos huecos, cavidades en la toza, empalizadas de ramas, agujeros en la viga de los pájaros carpinteros … Múltiples posibilidades para una gran variedad de organismos propios de ambientes forestales.
Continuidad espacial y temporal
Las choperas de cabeceros han ofrecido continuidad en el espacio y en el tiempo. Esto es algo esencial para los coleópteros saproxílicos con una limitada movilidad y una alta dependencia con la madera muerta.
Largos oasis
En muchos valles son los únicos ambientes forestales. Estrechas y alargadas arboledas entre el arroyo y los campos, entre las tierras bajas y las montañas.
Humedales sobre el árbol
El agua de lluvia se infiltra en la cabeza y puede surgir a través de la corteza del tronco por donde desciende formando un flujo que puede durar días. La corteza empapada permite el desarrollo de una mucosidad oscura que es todo un ecosistema formado por bacterias, algas, protozoos y nematodos.
Sombreando al río
La sombra de los frondosos chopos cabeceros disminuye la temperatura del agua del arroyo por lo que se incrementa la oxigenación del agua.
Mucha vida en la madera muerta
La madera muerta en árboles en pie o caídos es esencial para una gran variedad deinsectos, especialmente escarabajos cuyas larvas viven en su interior. Son especialmente valiosos las partes de gran tamaño, como las cabezas de los viejos chopos cabeceros.
Madera muerte en el cauce
Los troncos y ramas en el cauce crean diversidad en el hábitat del río y protección para los peces contra depredadores.
Vida, mucha vida
Los chopos cabeceros son árboles viejos, grandes y con abundante madera muerta. Ofrecen además agujeros, grietas, pequeñas pozas y surgencias. Incluso muertos, tanto en pie como caídos sobre el suelo, son el soporte de una comunidad de algas, líquenes, musgos y plantas superiores. Los filamentos de los hongos penetran en todo el vegetal, favoreciendo su desarrollo y descomponiendo la madera muerta.
Numerosos insectos crecen sobre los árboles. Son especialmente importantes los escarabajos, cuyas larvas se alimentan de la madera muerta. Algunas especies solo viven dentro de grandes troncos, cada vez menos frecuentes en los bosques.
La superficie de la cabeza y el tronco es el soporte de diversas especies de musgos y de líquenes. Unos y otros seleccionan las superficies menos soleadas. Tras la lluvia, los caracoles del prado ascienden para pastar los líquenes empapados que creecen sobre la cabeza.
Los hongos participan en la descomposición de la madera muerta liberando las sales minerales en ella retenidas que vuelven a ser aprovechadas por el árbol.
Las hojas y ramillas retenidas en la superficie de la cabeza se descomponen produciendo humus. Las semillas transportadas por el viento pueden germinar Patrimonio amenazadoy originar plantas que crecen sobre el chopo cabecero, tanto herbáceas como leñosas.
Los chopos cabeceros son los únicos árboles apropiados en valles deforestados por lo que resultan imprescindibles para la conservación de las aves forestales, como los pájaros carpinteros o ciertas rapaces.
Los tocones y las cabezas caídas sobre el suelo ofrecen refugio y lugares apropiados para la hibernación de pequeños mamíferos y reptiles. Bajo las cortezas de los viejos árboles se refugian algunos murciélagos forestales tan escasos como amenazados.
Un Patrimonio Cultural
La vida de muchas generaciones de campesinos se ha desarrollado alrededor de estos árboles, interaccionando el hombre y el árbol, hasta alcanzar éste un aspecto humano.
Los chopos cabeceros forman parte de la cultura de un territorio en la cordillera Ibérica.
Su cuidado, la escamonda y su aprovechamiento encierran el saber popular. El Gobierno de Aragón declaró a la cultura del Chopo Cabecero en el sur de Aragón como Bien de Interés Cultural Inmaterial (Decreto 175/2016).
Son productos cincelados por la mano. Cada árbol es una pieza única. Cada ribazo, un parque escultórico. Son monumentos vivos y cambiantes. Escritores, pintores, fotógrafos, escultores se inspiran en las sugerentes formas creando nuevas obras artísticas. Belleza que genera belleza.
Literatura
Los chopos cabeceros son un elemento del paisaje que no ha pasado desapercibido a los escritores, tanto por su componente escénico como por la cultura que encierran.
Félix de Azúa
Algunas de las más admirables obras de arte producidas por los humanos son invisibles. Están ahí, a la vista de todos, y sin embargo sólo pueden verlas quienes son advertidos sobre su existencia. [….]
Su nombre lleva a confusión: se llama Chopo Cabecero y puede confundirse con una especie de la familia de los álamos, pero no es así. Se trata de un chopo esculpido y por lo tanto artístico. La labor de escultura tenía como excusa una función práctica, la producción de vigas para edificios leves, pero también la Capilla Sixtina tuvo una justificación práctica. Ustedes han visto chopos cabeceros sin saber que los veían. Iban por la carretera y a lo lejos divisaban una hilera de árboles con un grueso tronco y una corona erizada de ramas largas, rectas, perfectas. Es muy probable que esos árboles siguieran la ribera de un río o de una acequia. Su apariencia es sorprendente, un sólido cuerpo, generalmente agrietado con la dignidad de los viejos rostros campesinos, y una cabeza que parecen dardos disparados al cielo.
Los chopos cabeceros están desapareciendo y muchos de ellos son ya ruinas a las que deberíamos dar un trato tan solemne y respetuoso como a las ermitas medievales. Desaparecen porque su justificación eran esas largas y rectísimas ramas de la cabeza, finas, ligeras, duras, poco vulnerables a los insectos xilófagos, que se usaban para la viguería de chozas, apriscos, alpendres, corrales, granjas o establos. La desaparición del trabajo campesino y el concurso de la viguería industrial han acabado con estos árboles de insuperable belleza. Quedan las ruinas.
La colonia de la que hablo está en tierras de Teruel, por la parte de Montalbán, de Utrillas, de Cantavieja. Los que me hirieron, cerca de Calamocha, eran candelabros cubiertos de cien luces doradas que trataban de arañar el cielo.
Las hojillas temblorosas vibraban en el aire gélido, resistiéndose a caer. Como nosotros.
El Periódico, 29 de noviembre de 2008
Antonio Castellote
No hay muchos árboles que sean más hermosos desnudos que con hojas. Las hayas, por ejemplo, ocupan en nuestro imaginario el sitio de las ramas dactilares, de los bosques con ojos[….] A las hayas tentaculares de los cuentos siguen castaños desdibujados en una niebla de ramones grises, con esa rugosidad blanquecina de las cortezas que les aporta un aire casi místico de fragilidad.
También estarían entre los más hermosos los álamos desnudos, sus flamas frías, su porte gótico esquemático, de no haber sido por el prestigio machadiano de los álamos dorados. Sin embargo, la familia de los chopos, desnuda, es mucho más impresionante si se trata de árboles trasmochos, de chopos cabeceros…]
En otras zonas más conscientes de sus encantos, el árbol trasmocho es una institución de la naturaleza civilizada, y no me refiero a los mondadores de plátanos, tan castellanos, sino a los trasmochos del País Vasco y de Navarra, protegidos como un dolmen que estuviera vivo.[… ]
El cabecero es, además, un símbolo muy rico. Es brutalmente podado pero vive más que los que no se podan. No crece mucho pero genera troncos mucho más robustos. No está pensado para el disfrute (los hombres lo escamondan y las cabras lo ramonean) pero esos viejos muñones erizados de ramas tiernas consiguen un dramatismo como de labradores viejos, cargados de hombros, las falanges nudosas, la tez labrada, el pelo tieso. En cualquier caso, nos impresiona como versión pequeña de un árbol gigantesco, o como versión gigante de un arbusto pequeño. Su tamaño está humanizado, pero al mismo tiempo choca con las proporciones que acostumbramos a ver. En ese desajuste creo yo que se ve su aspecto de culto basto y pagano, su imponente condición estética.
Diario de Teruel, 2006
Diago Colás
Algunas veces, si los aromas son propicios,
las otoñales lágrimas de los árboles gigantes
invaden la mirada amarilla de los rastrojos
y relatan su historia.
Entonces las casas recuerdan de qué prenda
se vistieron sus alturas para culminar su techumbre.
Entonces el hierro de las estufas emite un silábico
ronroneo y concreta en qué nutritivo fuego
se calentaron sus moradores.
Llegó acto seguido la noche de la industria,
ese paquidermo inamovible que se llevó los pueblos
y también la anciana forma de armar las techumbres,
al hierro que ronronea quedo en las estufas
y el modo de cortar el cabello a los árboles gigantes.
Algunas veces, tan sólo algunas, si la tierra
recién labrada y humeante no se resigna a su abandono
y los nietos convocan los usos de los abuelos,
las foliares lágrimas invaden el amarillo de los rastrojos
y relatan su historia.
Los árboles gigantes se perpetúan furos
aún a pesar de la soledad viscosa del olvido.
Su manto protector se extiende a los coleópteros
y alimenta sus élitros con el maná de sus adentros.
El amanecer de la escamonda irrumpe en la noche
de la industria y les corresponde aguardar calmos
el despertar, por fin, de las yemas tiernas.
Se renuevan así los lazos neolíticos y el ancestral
compromiso de las sociedades con su paisaje.
Se formalizan las nuevas y esperanzadoras uniones
y se derrocaron los exilios y pone fin a los destierros.
Algunas veces, si los aromas son propicios,
las otoñales lágrimas de los árboles gigantes
sirven de fértil sustento a las sociedades
y relatan su historia.
V Fiesta del Chopo Cabecero
Cuencabuena-Lechago 26 de octubre de 2013
Pintura
Los árboles trasmochos han formado parte de los paisajes europeos. Por ello están presentes en los cuadros de numerosos pintores europeos: los hermanos Limbourg, Petrus de Crescentis, Pieter Bruegel (padre e hijo), Charles Verlat, Peter Adolf Persson, Ferdinand Hodler, Vincent Van Gogh, Wolf Huber o Dominique Mansion.
A pesar de la escasa tradición pictóricas en las regiones donde crecen los chopos cabeceros su valor estético es tal que cada vez pintores contemporáneos los incluyan en sus cuadros.
Iris Lázaro
José Gonzalvo
Jorge Lafarga
Carlos Pardos
Juan Llorens
Escultura
José Azul
Fotografía
Desde 2014 el Centro de Estudios del Jiloca convoca anualmente el Concurso Fotográfico sobre el Chopo Cabecero para difundir los valores estéticos de este árbol.
Uge Fuertes
Eduardo Viñuales
Carlos Pérez
Dimas Serneguet
Chusé Lois Paricio
Juan Joaquín Marqués
Agustín Catalán
Daniel Serós
Cómic
Alberto Calvo
Patrimonio amenazado
Los chopos cabeceros pueden hacerse enormes y viejos, incluso muy viejos. Pero necesitan continuar el turno de escamonda para renovar el ramaje y mantener el equilibrio en el edificio vegetal. Cuando dejan de cuidarse, las ramas se desgajan o se secan. El éxodo rural, el envejecimiento demográfico y la falta de rentabilidad de la madera han provocado su abandono. Los viejos árboles se están desmoronando. En unas décadas, este patrimonio se perderá.
En los márgenes de los campos y en las acequias crecen las hierbas. Antes eran segadas o aprovechadas por el ganado. Pero ahora los agricultores se hacen mayores y no hay ganado. El uso del fuego produce el desmoronamiento de los taludes y daña a los grandes árboles. Cada año se pierden varias docenas, algunos centenarios. Los arroyos y ríos llevan menos caudal. El nivel freático se encuentra a mayor profundidad y las raíces de los chopos no pueden bombear el agua que exige el follaje tan desarrollado al no hacerse la escamonda.
Caudales escasos
Los chopos cabeceros que crecen en las ramblas acusan la disminución en las precipitaciones y la falta de escamonda. El árbol es incapaz de mantener la evapotranspiración perdiendo las hojas antes de hora y secándose los extremos de las vigas.
Problemas mecánicos
Cuando se retrasa la escamonda la cabeza es incapaz de soportar los casi mil kilos de madera fresca que supone cada gran viga. Con el centro de gravedad tan alto, cualquier vendaval acaba por abatirlas abriéndose con frecuencia el tronco.
El fuego
A los chopos no les gusta el fuego. Un chopo cabecero joven tiene el tronco forrado por una gruesa corteza que le preserva del fuego. Sin embargo, los ejemplares más viejos al estar abiertos y presentar numerosos huecos permiten acceder al fuego con facilidad. Así se pierden los de mayor valor patrimonial.
Las quemas de márgenes y de ribazos son peligrosas para las personas, para la vida silvestre y para los viejos árboles que crecen entre los campos. Es un problema ambiental creciente. Una consecuencia más del declive de la ganadería extensiva.
Aprovechamiento tradicional
Las ramas procedentes de la escamonda se empleaban como madera de obra en la construcción de todo tipo de edificios rurales (viviendas, parideras, graneros, etc.). Son fustes rectos y largos, dotados de flexibilidad y ligereza, además de resistencia a la carcoma. En la mayoría de las casas de los pueblos en donde está presente el chopo cabecero pueden encontrarse vigas de estos árboles. En la mayoría de los casos no había otros árboles adecuados…
La Cordillera Ibérica, y especialmente el Alto Alfambra, tiene un clima muy frío de inviernos largos y heladas rigurosas. En los últimos siglos los bosques llegaron a ser muy escasos por dedicarse los montes a pastos. Las ramas menores (vigatillas y ramera) se utilizaban como leña. Estos restos vegetales formaban parte del combustible de los hogares y de las pequeñas industrias rurales (hornos de pan, tejerías, caleras, etc.). Hoy es el principal aprovechamiento de estos árboles.
En algunas comarcas, antes de que el árbol perdiera la hoja, el ganadero cortaba las ramillas para dárselas como forraje al rebaño. Al mismo tiempo, las choperas de cabeceros forman dehesas con pastos frescos que tenían un aprovechamiento comunal. Son praderas … ¡verticales!
Protección de linderos
Las raíces de los chopos cabeceros estabilizan las márgenes reduciendo la erosión por el agua. En la orilla cóncava de cada curva la corriente gana velocidad. El agricultor lo sabe y forma una empalizada viva para defender su campo de la erosión fluvial.
En la fiestas
Ramas caídas y cabezas de árboles muertos eran quemados en las hogueras de las fiestas populares invernales. Las ramas jóvenes también se empleaban para engalanar animales, edificios y espacios (enramadas).