Historia
La presencia humana en el valle del Alfambra se inició en la Edad de Piedra y se mantuvo con fases de diversa intensidad durante la Edad del Bronce, del Hierro, las culturas íbera, romana y andalusí. De esta forma, el grado de poblamiento y la utilización del espacio que sugieren las fuentes documentales y los yacimientos arqueológicos hacen pensar que no fue hasta la conquista cristiana cuando se produjeron cambios significativos en la cubierta vegetal de los montes, que estaría formada por bosques de pino royo, rebollo y carrasca, con un estrato arbustivo de sabinas, enebros, guillomos y espinos. Estos bosques tendrían una notable continuidad espacial aclarándose o desapareciendo tan solo en el entorno de los hábitats humanos, de escasa entidad y aparentemente poco abundantes.
El avance territorial del reino de Aragón en el siglo XII fue acompañado por el establecimiento de cartas de poblamiento y otros textos legales que favorecieron el asentamiento en los territorios conquistados, donde se establecían medidas para organizar la gestión de los recursos naturales. Así, los respectivos reyes aragoneses de este periodo fueron otorgando privilegios a las respectivas comunidades humanas para definir fórmulas de aprovechamiento de los bosques, tanto para establecer el régimen de propiedad como para asegurar su continuidad en el tiempo. Y las dehesas, bosques aclarados para conseguir pastos, fueron una de las más empleadas. Jaime II concede a Aguilar en 1303 un privilegio para establecer una dehesa en la ribera del Alfambra. Es decir, las densas selvas fluviales comenzaron a transformarse en praderas arboladas.
Las necesidades de tierras de labor en una sociedad tardomedieval en crecimiento demográfico y la importancia que en la economía tuvo la producción de lana, destinada tanto a la industria textil local como a la exportación, requerían disponer de pastos para el ganado ovino y, al mismo tiempo, producir los alimentos necesarios para una población local creciente. Unos y otros se consiguieron a partir de los bosques. Dos elementos caracterizan la organización de los recursos naturales. El primero es la trashumancia, pues el aprovechamiento ganadero se ha fundamentado hasta nuestros días en el aprovechamiento de los pastos de otoño-invierno en tierras de la Comunidad Valenciana y los primavera-verano en el valle del Alfambra. El segundo es el poblamiento en masías, sistema de hábitat disperso basado en la construcción de pequeños núcleos de población diseminados en la periferia de los términos municipales y que complementaba a los pueblos y que tuvo una especial importancia en el sector este del valle.
La crisis de la industria textil local, el desplome del mercado de la lana, el crecimiento demográfico, los efectos de las guerras del XIX y las desamortizaciones que les siguieron condujeron a la roturación de pastos situados en tierras comunales para incrementar la superficie cultivable en terrenos, en general, con escasa aptitud agrícola. El proceso deforestador alcanzaría su máxima expresión a lo largo del siglo XIX. A principio del siglo XX se alcanza el máximo demográfico y el mínimo en la superficie con cubierta boscosa.
A principios del siglo XX las tierras de labor alcanzan su máxima extensión. Sin embargo, el éxodo rural y la mecanización agrícola que se acontecen durante la segunda mitad de esta centuria favorecen el abandono de las parcelas de menor rentabilidad, que en buena parte habían sido roturadas un siglo antes, y el avance de los pastizales y matorrales.