PAISAJES CONVERGENTES
Por remoto u hostil que resulte un territorio, el ser humano ha hecho todo lo posible para convertirlo en un hogar, en un paisaje. Entendemos el paisaje como una serie de elementos abióticos: relieve, hidrología, geología sobre los que se asientan componentes bióticos: flora y fauna. El ser humano moldea y transforma el territorio para hacerlo habitable. El paisaje es pues el resultado de aplicar las soluciones posibles en cada época para permitir la supervivencia humana. En él, quedan plasmados todos los «aciertos y desatinos» históricos que hemos ido cometiendo para solventar problemas geológicos, climáticos, altitudinales a los cuales había que sobreponerse. El ser humano ha modificado así el paisaje desde el pragmatismo que le imponía el momento presente. Cada árbol cortado nos habla de la dureza del clima; cada finca roturada tiene detrás una historia de hambre. Cuanto más adversa es una zona, más ingenioso hay que ser para poder habitarla sin acabar con todos sus recursos.







Esta ecuación se ha cumplido hasta que se ha empezado a especular con el territorio pero eso es otro tema del cual no hablaré.
Tendemos a pensar que nuestro paisaje amado es algo único, forjado en un momento que sin saber muy bien por qué, se convierte en especial. Las experiencias que vivimos en estos lugares se quedan grabadas entre nuestras emociones y el solo hecho de recordarlo nos retorna a lo que vivimos allí. Durante los últimos 10 días de enero pude recorrer con unos amigos algunas zonas remotas de la India en el distrito de Ladakh. Es una zona de alta montaña donde los pueblos serpentean muy por encima de los 3.000 metros de altura a lo largo de arroyos estacionales y ríos.
La idea original del viaje era buscar uno de los felinos más esquivos del planeta, el leopardo de las nieves, además de otro tipo de fauna especifica de alta montaña. Haciendo honor al momento cumbre de la fantástica película «La vida secreta del Walter Mitty», al ver al gato fantasma preferí verlo que hacerle fotos. Sobre un escenario espectacular, este animal se desenvuelve con soltura inaudita pasando desapercibido la mayor parte del tiempo. Me impresionó verlo en semejantes roquedos y me pareció cumplir un sueño que nunca antes había llegado a tener. El felino no fue lo que más me impresionó de ese tramo del viaje; las emociones juegan sus cartas y se recuerda más una experiencia emocional que cualquier otra cosa. Para la búsqueda de fauna alpina recorrimos diversos pueblos desde Leh (3.500 metros sobre el nivel del mar) hasta Hemis Shukpachan (3.800 metros sobre el nivel del mar) para terminar en Hanle (4.440 metros sobre el nivel del mar). Los numerosos arroyos de esta zona de alta montaña confluyen en el rio Indo. Este gran río nace en China para atravesar la parte alta de India y recorrer Pakistán de norte a sur desembocando en el mar Arábigo tras más de 3000 kilómetros.
Toda la zona tiene un clima marcadamente continental, seco y frío: las precipitaciones son escasas y se producen mayormente en forma de nieve. Caen menos de 300 mm al año y la temperatura media anual, para hacernos una idea, está por debajo de los 5º.


Es un territorio duro donde el crecimiento vegetativo se produce en escasas semanas al año y sólo un reducido número de especies arbóreas es capaz de sobrevivir. Entre ellas, pudimos ver pequeños reductos de bosques maduros de sabinar pero sobre todo dehesas lineales de bosques de ribera. Decenas de miles de sargas cabeceras jalonan todos aquellos cauces de alta montaña y se integran en los pueblos, teniendo muchas de las casas arboles cabeceros en el jardín y en las aceras. Creí reconocer al menos Salix purpurea y Salix alba. También vimos algunos chopos aunque menos abundantes que los sauces.


Cuando diferentes lugares remotos generan elementos paisajísticos similares se produce una especie de hermanamiento en la forma de vida. Existe cierta convergencia en el paisaje que atañe también a las emociones, a lo vivido allí.
Son lugares que, aunque más fríos, altos y escarpados que los ríos de los altos páramos turolenses, nos recuerdan mucho a ellos. Este sistema de manejo de cabeceros, común en ambos lugares, se encuentra en la India mucho más vivo y activo, tal como pudiera estar nuestro territorio de chopos cabeceros hace 50 años cuando la población tenía una mayor dependencia de ellos.




Los turnos de corta en los sauces indios parecen muy cortos. Se aprovecha sobre todo la rama fina para hacer las veces del cañicillo a modo de bovedilla entre vigas. Los restos torcidos y pequeños se usan en las estufas de leña y los chopos más grandes para vigas. Llamaba la atención la gran cantidad de viveros y zona de nueva plantación de sargas de lo que serán futuros árboles. También la protección contra el ganado de algunos árboles y, sobre todo, lo que yo entendía como una leñera «en vivo» con el árbol que te ha de calentar en la puerta de casa y en pie.



Cuando culturas, idiomas, países y religiones diferentes en lugares que distan 7.000 kilómetros de distancia han vivido y generado paisajes asombrosamente parecidos da mucho que pensar. La convergencia paisajística como remedio ingenioso ante la adversidad se me representa en este caso como algo magistral, como una obra de arte que cobra vida. Medio mundo enfrascado en guerras motivadas por el consumo y el cambio rápido, frente a otros como estos donde aún se escucha el silencio, se palpa armonía y se tiene a un árbol en la puerta como animal de compañía.
Viajando uno entiende mejor lo que le rodea en su vida cotidiana; aun así, me resulta difícil expresar lo vivido allí. Este hermanamiento paisajístico me hizo ir de Ladakh al Alfambra, a Sollavientos o al Pancrudo y mirar por un visillo la forma de vida ya casi extinta que tuvieron nuestros abuelos.



Uge Fuertes Sanz