DE CONGRESO POR GALVE
24 de marzo. Última jornada del congreso internacional “Árboles trasmochos, un patrimonio cultural”.
El día anterior pudimos disfrutar y aprender en el vecino pueblo de Aguilar del Alfambra sobre la cultura de los árboles trasmochos en diferentes zonas tanto de Europa, como de Marruecos, así como en diversas zonas de la península ibérica.
Hoy tocaba algo más lúdico y al aire libre en Galve. Un paseo por la ribera del río para observar y aprender in situ sobre la riqueza cultural de estos árboles.
Con la misma fuerza y energía que nos brindaba la mañana comenzamos la visita a los chopos cabeceros del Alto Alfambra.
Sobraban las chaquetas porque el día mismo sabía que tendríamos que llevar a cuestas emociones positivas y un capazo de aprendizaje, con lo que empezamos la andada saludando al Arco de las Canales y a los chopos que lo acompañan en el vecino barranco.
Llegamos a la ribera del río Alfambra y nos dimos cuenta que las historias ya están escritas, que solo hace falta saber observar para poder leerlas. Un cúmulo de ramas y raíces muertas posado sobre un chopo nos enseñaba la fuerza del río Alfambra en sus riadas y, más adelante, ya entrados en los Ríos Bajos nos contaron que muchos de los árboles están marcados con heridas de rayos porque al encajonarse el río entre las rocas las corrientes de aire hacen de esa zona un lugar idóneo para los rayos durante las tormentas. Otra de las historias del paisaje que está escritas y que muchos no habíamos observado
Continuamos a contracorriente de las aguas, hasta el puente medieval de Galve, el único puente de piedra que cruza el río Alfambra y que nos habla de la histórica unión de los pastores trashumantes de la sierra con el Reino de Valencia. El puente nos miraba con sus ojos del color de la naturaleza bien abiertos y con la mirada nos decía que si sus piedras hablaran nos contarían una a una la misma historia de siempre, la historia de una tierra y un entorno querido y aprovechado por sus gentes.
En el paseo comprobamos distintos chopos cabeceros en distintas fases del turno de poda y como habían reaccionado en los años siguientes, parecía un seguimiento a pacientes que habían pasado por el quirófano y nos abría los ojos a la importancia que tiene cuidarlos y caminar a su lado como familiares suyos que somos, y que aún quedamos al amparo de sus hojas.
Después de habernos empapado del medio, después de haber aprendido y comprendido algo más de éstos singulares árboles y de su historia, llegó uno de los momentos más emotivos y bellos del paseo. Un océano entero de conocimientos convertidos en riada, salpicando y mojando bien adentro de nuestros cuerpos y de nuestras almas. Algo empezó a germinar dentro de cada una de las personas que presenciaron ese mágico momento en el que la sabiduría y la experiencia se trasmiten mediante las palabras. Palabras que han sido seleccionadas desde un repertorio inmenso acumulado día a día, año a año, toda una vida en los mismos campos, en la misma ribera que en ese mismo momento estábamos pisando.
Alejandro y Gerardo, de Galve, y Ceferino, de Aguilar del Alfambra, nos explicaron la poda y mantenimiento de los chopos cabeceros cuando no había motosierras y el único medio era un hacha y una escalera. Nos contaron sus vivencias, que la poda tenía que hacerse en luna menguante para que se secara mejor la leña, también hablaron de la frecuencia, aquí cada 8 años de media, que no podían ir solos a podar porque era un trabajo peligroso, nos hablaron del frío en invierno, del uso de las hojas y de la leña… a todas las preguntas les daban respuesta y fue muy emocionante, tanto para mí, que ya conozco el entorno y a Alejandro y Gerardo, como para las personas, venidas de fuera, desconocedoras de estos paisajes y de sus gentes.
En ese preciso momento se mimetizaron las arrugas de las manos de nuestros ancianos con las cortezas de los árboles, los mismos surcos que se labran tanto en el cuerpo como en el campo para que comprendiéramos que estamos directamente ligados por unos fuertes y visibles lazos a una cultura y una tierra que nos ha dado y nos sigue dando tanto.
Continuamos con el recorrido y paramos frente a las maquetas de los dinosaurios, allí es dónde mejor se cruzan los caminos de la paleontología y de los chopos cabeceros, allí se aprecia perfectamente el nexo tan fuerte que existe en un entorno, allí te imaginas a José María Herrero caminando entre las montañas y barrancos fijándose en cada detalle que le rodea, intentando comprender que hubo aquí hace tantos millones de años, descubriendo y dando valor a algo que nunca se le había dado, aquí comprendes como son éstas gentes, que en silencio y sin rendirse supieron y saben valorar la riqueza que hay en ésta tierra.
La Asociación Cultural Dinosaurio mostró su labor de replantación de chopos durante muchos años y el ejercicio de volver a tomar conciencia y trasmochar por primera vez algunos ejemplares. Una manera bonita de redescubrir una cultura que tenemos bien presente y una forma de seguir haciendo comunidad que es indispensable para vivir en un pueblo pequeño.
Llegábamos a una de las partes más esperadas de la andada, la exhibición de poda de tres ejemplares de chopos cabeceros y para llegar al lugar fuimos retomando el río por la vega, caminando entre chopos trasmochos centenarios me dí cuenta de cómo los miraban y admiraban las personas que venían de fuera y que no habían caminado nunca por éstas sendas que las gentes del pueblo conocemos a la perfección. Observaban cada árbol, cada rama, cada yema que brotaba, cada trozo de madera muerta dónde habita un micro ecosistema, con los ojos del que explora un nuevo mundo que estaba en su imaginario y que ahora tenía a su alcance mientras tropezábamos con las enormes raíces de los chopos que sobresalían de la tierra en forma de regalos visuales a lo largo del sendero.
Cada tropiezo era un aviso para que entendiéramos que esas raíces también son las nuestras, que tenemos algo que nos une y nos mantiene sobre el mismo suelo.
Llegamos a Matacervera, el enclave dónde iba a tener lugar la exhibición de poda de chopos trasmochos, y nos colocamos en un lugar alejado pero con buena visibilidad para que no hubiese ningún contratiempo cuando cayesen las vigas.
Desde allí pudimos admirar de una manera ya más relajada y contemplativa la belleza que nos llevaba acompañando todo el trayecto, un museo a cielo abierto de verdaderos monumentos naturales, árboles disfrazados de esculturas cada uno distinto del siguiente, con diversas formas y figuras que hacían volar la imaginación y activar la mente.
Mientras tanto el sonido de la motosierra nos envolvía y Herminio el de Gúdar, encima de los chopos, iba cortando una a una todas las vigas y el sonido de las más grandes cayendo al suelo me recordaba a un mazo golpeando un bombo, en éste caso el bombo era la misma tierra.
Al caer las vigas con violencia al suelo se hacía el silencio y las ramas más pequeñas volaban por el aire, como fuegos artificiales.
Mirando alrededor pude ver a la gente con la boca abierta. Otras personas merodeaban por el entorno porque aun se habían quedado con ganas de observar con más detalle todo. También había quien dibujaba en su cuaderno apoyando su espalda contra un chopo cabecero. Niñas y niños jugaban con los palos a hacerse cabañas de madera, como tantas veces en la infancia yo había hecho.
Nos hicimos una foto todas las personas que asistimos frente al Chopo Gordo de Matacervera, uno de los chopos más monumentales y más admirados y queridos por las gentes de Galve.
Era un momento perfecto y se pasó volando el tiempo con lo que tuvimos que darnos prisa para volver al pueblo. Sin perder la sonrisa, emprendimos el camino de vuelta y paramos en la tejería, que estaba abierta, para comprender otro de los sustentos de ésta tierra como es la arcilla y como desde hace mucho tiempo la leña de los chopos calentaba los hornos para cocer las tejas, baldosas y ladrillos que completarían nuestros corrales y nuestras casas. Todo era un ciclo y la madera del chopo cabecero lo englobaba todo, de ahí su importancia.
Llegados otra vez al pueblo terminó el paseo y terminó el congreso, con un éxito rotundo de asistencia y de puesta en valor de muchos conocimientos.
Adrián Gargallo (texto) y Chusé Lois Paricio (fotos)