SAN ANTONIO Y EL TRANCE EN MONTEAGUDO DEL CASTILLO

ENTRE LOS ’60 Y LA ACTUALIDAD

Llegar a cierta edad, es como tener una biblioteca con muchos libros, son muchas vivencias
acumuladas, las cuales permanecen ocultas, como si no estuvieran y, sin embargo están, son
como el color amarillento, ese que se percibe cuando sacas un libro que ha permanecido en la
estantería un montón de años sin tocar. El mero hecho de tenerlo en las manos ya te
transporta a otro lugar, abrir la primera página es como tirar del hilo de un recuerdo.

Hoy he cogido el hilo de mis recuerdos de la fiesta de San Antonio (o San Antón), allá por los años 60, y lo primero que llega a mi mente es el salón del Ayuntamiento repleto de gente hablando, los niños correteábamos entre los corros de personas y el tío Sotero (el alguacil) paseaba entre ellos con una cesta llena de patas de cerdo, unos panes y algunos huevos, pronunciando aquellas frases que quedaron para la historia “ tres cuartillas y un cochuelo, ¿no hay quien dé más?”. Es el trance.

La fiesta de San Antonio, el 17 de enero, era una fiesta muy fraternal. Durante al menos una
tarde-noche, que muchos años podían ser dos tardes-noches, todo el pueblo estaba reunido
en torno al trance, desde los más niños hasta los más ancianos. Frío, nieve y hielo en la calle,
calor de la gente y el vino en el salón. Pero comenzaremos por el principio.

Esta fiesta la organizaban personas casadas. Eran dos los sanantoneros, los encargados de que la fiesta cumpliese con todos los ritos y tradiciones entorno al Santo.

Debemos partir de la fecha 17 de enero. Dice el refrán:

«Para Navidad, paso pardal, para Reyes paso de bueyes, para San Antonio el paso es grande como el demonio«.

El día empieza a notarse como crece, la luz ilumina los espíritus, queremos dejar atrás la oscuridad del invierno, esto, el Sol nos lo anuncia y el cuerpo lo siente, por lo tanto debemos manifestarlo por todo lo alto.

La mayor manifestación eran las hogueras que se preparaban en cada barrio. Dejar atrás la
oscuridad del invierno, significa romper con lo viejo. Una forma de romper con lo viejo es
revisar la casa y buscar las cosas rotas, aquellas que ya han agotado su tiempo, ellas serían
llevadas a la hoguera: una cesta, unos angarillos, unos árgados, una silla rota, todo lo que
pudiera arder y ya no valiese para nada, en la hoguera haría montón y a San Antón le alegraría
el corazón.

Los chavales, digo los chavales porque el recuerdo de las niñas con los niños no aparece en mi
memoria; hay que pensar que estábamos en una sociedad donde los hombres estaban a un lado y
las mujeres a otro, y las niñas igual debería ser, pues no aparecen en mi memoria. Los niños,
digo, corríamos de hoguera en hoguera, nos gustaba ver qué hoguera era más grande, en cuál
había más vecinos alrededor de la misma. Cuál podíamos saltar y cuál era imposible porque era muy grande. En cuál nos obsequiaban o no, con alguna pasta, o un trago de vino de
la bota, que aportaba algún vecino. ¡Si, si, digo bien, de vino a los chavales! La alegría estaba
reinante en todos, y los ¡Vivas a San Antonio! aumentaban a la misma velocidad que rodaba la
bota.

En los primeros San Antonio vividos, al menos en dos hogueras, vi la figura de la escopeta, esa
vieja escopeta de dos cañones que disparaba con dos gatillos que amartillaban el cartucho,
(escopeta de perros la llamaban) ¿Qué hacía una escopeta tirando tiros al aire en medio del
resplandor de la hoguera en plena noche del 16 de enero? ¿Trataba de emular a los petardos
que hoy se tiran en las fallas y otras fiestas? ¿Trataba de ahuyentar los malos espíritus que
todavía sobrevivían del invierno? Nunca lo supe, si pensamos un poco, tal vez la respuesta
estaría en la segunda pregunta, y tal vez esos cohetes y petardos, en su origen, quisieron
emular lo mismo. La escopeta desapareció de las hogueras y no fue sustituida por petardos o
cohetes.

Un poco más mayor, con unos diez años, los niños decidimos hacer una hoguera en el alto de
la Fuente, uno de los tres cerros que bordean al pueblo de Monteagudo del Castillo. Esos que
yo digo: “ se levantan al cielo como pechos erguidos”. Pues durante una semana, todos los
niños íbamos a recoger leña (espinos) de los alrededores de la montaña, unos con hachas,
otros con soguetas para arrastrar los espinos hasta la cumbre. El día 16, al atardecer,
estábamos todos los niños en lo alto del cerro, esperando que en el pueblo encendieran las
hogueras, para que nosotros hiciésemos lo propio con la nuestra. Desde el cerro se veían
perfectamente algunas hogueras de nuestro pueblo más cercano: Cedrillas.

El penúltimo año que se hizo hoguera en el cerro, esta se quedó sin quemar, el motivo, era que
la leña recogida para la hoguera estaba verde, si bien es cierto que para que prendiera fuego,
llevamos aliagas y algo de leña seca, pero en el momento de prenderle fuego se echo a nevar y
abandonamos la hoguera. El resultado fue claro, se apagó sin que se quemase nada de la leña
verde. Al año siguiente, no tuvimos que cortar leña, ya la teníamos allí, se había secado
perfectamente y prendió a la primera. Si bien éramos ya pocos los niños impulsores de la
hoguera en el cerro, ello trajo como consecuencia que nunca más se realizase.

Volviendo al momento en que sí se prendía nuestra hoguera en el cerro, la alegría reinante de
los chavales era inmensa. ¡Nuestra hoguera era: la más alta, la más grande, la que se veía
desde mayor distancia! Cuando estaba en su mayor potencia de fuego, bajábamos corriendo
por todos los ribazos en dirección al pueblo, sin luz, sin camino, solo con un objetivo claro: ver
desde el pueblo nuestra hoguera y presumir ante todos de nuestra proeza.

El día 17 de enero era el día de dedicado a San Antonio. La misa, la procesión y por la tardenoche el trance. Día muy completo.

San Antonio es el patrón de los animales, ¿qué vecino no tiene animales en casa? En todas
casas había bien vacas u ovejas, o las dos cosas, caballerías para el trabajo del campo, cerdos,
gallinas, conejos, gatos, perros. Cada animal tenía su cometido. Tal vez no fuesen muchas las
personas que rogasen al Santo por sus animales caseros, pero lo que sí es seguro que nadie
quería contrariar al Santo Patrón, era mejor tenerlo a favor. Una manera de tenerlo a favor era
santificar su fiesta y además colaborar con ella. Partiendo de esta premisa, nadie faltaba a la
misa ni a la procesión. Aquí es donde quiero hacer constar que había muchos pueblos de
nuestra España vaciada que celebraban la fiesta al Santo y que hoy con alguna modificación
siguen celebrándola.

¿Cómo colaborar en la fiesta? Los sanantoneros, allá para el 14 de enero, engalanaban con los
mejores aparejos que podían a un bonito ejemplar de macho o yegua, con montura adornada
con pendones de lana roja, collar con cascabeles, serón preparado para almacenar en él los
regalos que cada vecino les entregaba. Acompañados de guitarreros del pueblo, bota de vino
en mano, casa por casa, iban pidiendo. El regalo que cada uno les daba, era según sus
posibilidades: panes, patas de cerdo, algún chorizo, huevos, pollo o conejo. Al grito de ¡viva
San Antón! a la bota hay que darle otro apretón. Todos los vecinos eran generosos con su
Santo Patrón, pues éste había protegido bien los animales de la casa.

Con todo lo recaudado, que entonces era mucho, teniendo en cuenta que todas las masías estaban habitadas y que ellas podían ser las más generosas con el Santo, con todo ello se
organizaba el trance. Se subastaban los mismos productos recibidos y los compradores podían
ser hasta las mismas personas que los habían ofrecido ¡Con el Santo hay que ser generoso al
dar y también al comprar!

Los sanantoneros, con los artículos y animales recaudados hacían lotes de productos y ponían
un precio inicial de salida a cada lote.

A partir de las cinco de la tarde la gente iba llegando al salón municipal. Era habitual haber
dejado una vuelta de longaniza sin meter en conserva y ese día llevar un trozo, o toda, para
merendar en el salón. Así pues, un canto de pan (trozo de pan) y longaniza, cortada a navaja
como es debido, constituía una rica merienda y remojada con vino que repartían
generosamente los sanantoneros en vasos― El tema de los vasos no lo recuerdo bien como se
procedía, porque entonces no había vasos desechables como ahora, tal vez los más pudorosos
se llevasen los vasos de casa, otros beberían varios del mismo vaso― bien merendados y
mejor bebidos, el ambiente era cada vez más intenso y alegre. Lleno el salón hasta la bandera,
era el momento donde el alguacil (el tío Sotero) saldría de la secretaria (lugar de concentración
de los regalos recibidos) con un lote de productos metido en una cesta y paseándose entre los
corrillos de gente, mostrando los productos y aquellas maravillosas palabras, “tres cuartillas y
un cochuelo
«. No se hacía, como ahora, por dinero. Dinero había poco en todas las casas, un
medio de pago era el trigo. La puja era en barcillas, cuartillas o cochuelos de trigo. Cuatro barcillas eran medio cahiz de trigo, llenadas en una talega, que de trigo granado, podía ser de unos sesenta y cinco a setenta kilos.

En las medidas de peso antiguas de Aragón, el cahíz, equivalía a 10 arrobas, unos 130 kilos,
pero como el peso del trigo depende de lo granado que esté, todas las medidas eran de
capacidad, con lo cual el cahíz se correspondía con 179,36 litros (Andrea Ramírez). Era el
contenido de dos talegas y cada talega eran cuatro barcillas; la cuartilla, ya lo dice, era la
cuarta parte de la barcilla y el cochuelo era la cuarta parte de la cuartilla. A su vez una fanega
(anega) de trigo era media talega y su correspondencia eran dos barcillas.
Si tomamos como referencia los 130 kg y los 179,36 litros el cahíz, en la siguiente tabla
hacemos su descomposición, y de ella se desprende que el cochuelo era una medida de
capacidad que trataba de buscar el contenido de un kg de trigo.

NombreCapacidadPesoBarcillasDescripción
Cahíz179,361308Carga de caballería en dos talegas
Medio cahíz89,68654Una sola talega= cuatro barcillas
Fanega44,8432,52Media talega= dos barcillas
Barcilla22,4216,251Medida que todos hemos visto
Cuartilla5,604,06Cuarta parte de barcilla
Cochuelo1,401,015Cuarta parte de cuartilla

Los panes, huevos, patas de cerdo … la puja era calmada, y tal vez un poco monótona y aburrida.
Las familias pujaban por colaborar en la fiesta y cuando habían conseguido un lote no le hacían
caso al pobre tío Sotero, que no paraba de dar vueltas mostrando el contenido de la cesta y la
cancioncilla “dos cuartillas y dos cochuelos”. Si bien el ambiente era cada vez más y más
festivo.

En ese ambiente festivo, se formaban grupos, los cuales ya habían echado el ojo a algún pollo,
conejo, o a varios de ellos. Eran, por una parte los quintos, aquellos que parecía que por el
mero hecho de serlo, tenían derecho a más que los demás; por otra parte, mozos más jóvenes,
y por otra, esos que parecen los eternos mozos de toda la vida, aquellos que se apuntan a
todas las comilonas. Entre estos grupos la puja era creciente y disputada, elevando la atención
de todo el salón. La picaresca, el querer ser más que los demás, a pesar de que te cueste caro,
se alternaba con la picaresca de tratar de que al otro le cueste mucho más de lo pensado, para
esos, una retirada a tiempo era una victoria sobre el oponente.

Esos mozos henchidos de orgullo, tratando de aparentar ante alguna moza, bien, que llevaba
llena la cartera con cuartos suficientes para sobrepasar por encima al mozo que mejor se
precie del lugar, o bien que su padre le había dejado la libertad de coger del granero el trigo
suficiente para quedar en el trance como un potentado. Pero también podía tratar de
demostrarle a su chica que era pícaro y que a él no le engañaba cualquier mozo. Si la puja fue
acalorada, la atención del público era total. Saliese vencedor consiguiendo el artículo
tranceado o porque supo retirarse a tiempo, en los dos supuestos supondría un alarde ante su
moza.

Eran auténticas peleas de mozos (sanas, por supuesto) parecían esas peleas de pollos con la
cresta colorada -henchidos de orgullo- rojas las mejillas y los ojos con el brillo que produce la
chulería del “yo más”. El vino, les había dado la fuerza que muchos necesitaban para destacar
en momentos como ese.

Tuve la mala suerte de no poder demostrar esa misma chulería en mi época de mozo, porque
ya no quedaban mozas en el pueblo para alardear ente ellas. Pero volviendo al punto donde el
mozo ganador pasearía su trofeo ante todos, y sobre todo, seguro, ante su moza o grupo
de mozas, porque todas estaban juntas, con aquella palabra que coronaria su hazaña “estáis
todas invitadas”.

Uno era el mozo que llevaba la voz cantante, el fanfarrón de grupo, pero en aquella empresa
colaboraban varios mozos, como he dicho grupos: los quintos, los futuros quintos, u otro
grupo de mozos más viejos.

A las cenas, o comilonas se invitaba a las mozas, tratando de acapararlas a todas y dejando
fuera a mozos que podían hacer estorbo. Vamos a dejarlo ahí.

Cada grupo, habría conseguido: pollos, conejos, chorizos y hasta algún cordero, la suficiente
carne como para hacerse buenas meriendas. Bien con tomate, bien con pimientos, refrita con
unos dientes de ajo, en paella, o escabechados. Cualquier forma de cocinar era buena y
apetecible, para que la fiesta continuase para ellos por la noche hasta altas horas de la
madrugada.

Al terminar esta puja, la alegría era tal, que los abuelos de apodo Galgos, de nombre María y
Manuel, se ponen a bailar la jota en medio del salón. Si hubo guitarras, no lo recuerdo, pero
seguro que sí, porque en aquella época era la única música que se oía en los bailes.
El trance duraba, a veces hasta dos días, ello dependía de la cantidad de obsequios que habían
recibido los sanantoneros para celebrar la fiesta. No había prisa, estamos en invierno, el salón
del ayuntamiento estaba lleno, frío dentro no hacía.

Siempre al terminar todo el proceso del trance se organizaba al menos un sorteo, y el objeto
más común era una manta de cama. Las mantas de cama existentes en muchas casas, eran tan
viejas que pesaban mucho y abrigaban poco, por lo tanto una manta nueva, con un tacto
suave, de poco peso y proporcionando mucho calor, era muy apreciada por todos los vecinos.
Así pues, los sanantoneros vendían boletos de la rifa, tanto en los días que habían ido de casa
en casa pidiendo los obsequios que luego sería tranceados, como en todo el proceso del
trance, una vez terminado este, era el momento de vender los últimos boletos antes de
realizar el sorteo. Habitualmente era un niño el encargado de sacar el boleto agraciado. Los
aplausos al agraciado se combinaban con aquella envidia sana, pues quedaba un poco de
sensación de que siempre le toca a los mismos. El sorteo siempre ha sido limpio, pero hay
familias que tenían más suerte que otras, en 60 años de mis recuerdos, nunca nos tocó nada, si
bien eso jamás ha impedido que sigamos participando.

¿Qué hacíamos los niños en el salón mientras se realizaba todo el trance? Hubo un año, que a
varios niños nos metieron dentro de la secretaría para doblar los boletos que serían metidos
en un recipiente para luego extraer el boleto agraciado. Por tal trabajo nos daban copitas de
anís, muy dulce por cierto. Era tan agradable al paladar que no decíamos que no a ninguna
copa. Era menor el conocimiento de los sanantoneros que el que teníamos nosotros los niños
bebiendo anís. Lo cierto fue que un niño cuyo nombre no viene al caso cogió una borrachera
que le duró varios días, en mi caso solamente me faltó tomar otra copita para conseguirlo.

Lo más habitual, aquello que más hacíamos era: corretear entre los corros de gente, jugando a
pillarnos unos a otros, pero había un juego que creo que solo jugábamos esos días, era a
churro-media manga-mangotero, di lo que es. El juego consistía en: un niño de sentaba en un
banco en un rincón del salón, otro ponía la cabeza apoyada en las piernas del sentado y
agarrando estas con sus manos, otro niño metía la cabeza bajos las piernas del primero, otro
hacía lo propio con el segundo y otro hasta con el tercero; era como si fuese una cadena de
niños enganchados como elefantes, unos a otros; otro grupo de tres o cuatro niños montaría
encima de ellos. Teniendo en cuenta que había que saltar desde el último de la cola hasta el
primero, el salto era grande y lo solía hacer, el primero el niño más grande o el más hábil; por
cada niño agachado de cabeza, otro montaba encima, si eran tres los agachados, tres serían los
que montaban, si cuatro, pues cuatro montaban. Si al montar se caían, perdían, era fácil ver un
niño cayendo por un costado, agarrado a su compañero y en posición horizontal con respecto al
primero, pero conseguía no caerse, al menos mientras aguantaba el tiempo que duraba en el
primer niño montado la pregunta “manga, media manda, o mangotero, y señalaba una de
esas tres partes. El niño primero agachado, tenía que adivinar que era lo que estaba señalando
el primero montado. El niño sentado, era como el notario que certificaba si realmente
acertaba o no. Mientras no acertase cada grupo seguía haciendo la misma operación, si
acertaba serían los de arriba los que pasarían a ocupar los puestos de abajo.

Sé que en aquellos tiempos, había una cartilla de San Antonio. Estaba en manos del cura,
en la cual pasaban los beneficios obtenidos de la fiesta, lógicamente después de haber pagado
todos los gastos. Que hubo curas que registraban los dineros que le entregaban los
sanantoneros y otros curas que ejercían de un férreo control de la cuentas. No quiero ser más
extenso en el tema, porque por otra parte no lo conocí a la perfección para poder dar mucho
detalle.

San Antonio era como las mejores fiestas del invierno, para algunos tanto, y aquí quiero
recordar al amigo Román, ese hombre sin malicia, que cuando cualquier fiesta era buena
decía: “buena fiesta, casi como medio San Antonio”, para él y otros muchos, esta fiesta era más importante que las patronales.

Hasta mayo ya no quedan fiestas del pueblo. La matanza está metida en las ollas, los restos del
cerdo se han comido ya, los perniles (jamones) ni tocarlos, los espaldares hay que guardarlos,
ahora hay que comer el tocino, sin vino y sin fiesta, ¡Que largo se hace!

El renacer de la fiesta

Anteriormente he hecho un pequeño comentario diciendo: que como mozo no tuve la
oportunidad de alardear porque ya no quedaban mozas en el pueblo.

Por los años 73,74, 75, Monteagudo había sufrido tal despoblación, que si bien en esos años se
seguía celebrando la fiesta, éramos pocos los mocetes que quedábamos en el pueblo, y menos
las chicas. Hasta tal punto, que a modo de pasatiempo bailábamos con mujeres que tenían
más de 50 años.

Lo que a los pueblos les produjo soledad, porque sus hijos e hijas se marchaban a la ciudad, en
las ciudades pasaba todo lo contrario, todo era emerger, no estoy diciendo que la vida les
fuese fácil ni mucho menos, pero con trabajo florecieron y salieron adelante. Los abuelos
reformaron las casas de los pueblos. Los hijos recordaban su niñez corriendo por sus calles, los
escasos recursos que disfrutaron no fueron obstáculo para querer volver al pueblo, recordando como anecdóticas y haciendo alegres hasta ciertas vivencias.

El acceso al coche al más común de los trabajadores, el actual estado general de bienestar, ha
logrado que en ciertas fechas como esta de San Antón, hoy ya los nietos y bisnietos tengan
alegría al volver al pueblo y participar de esta fiesta tan singular.

Si extraemos diferencias entre el ayer y el hoy, me quedo con el ahora, donde los hombres y
mujeres conviven en el mismo grupo, que no hay edades pues en un mismo grupo puede
haber niños, mocetes, solteros y casados y hasta abuelos.

Es cierto que la cultura de acudir a las fiestas, ha hecho renacer al trance de San Antón. Y
siguiendo con la historia de pedirle al Santo por aquello que nos es cercano como los
animalitos, hoy me atrevo a pedirle: que se cuide de nuestro pueblo y que todas las
generaciones descendientes del pueblo sepan apreciar y disfrutar del legado de sus
antepasados.

Procesión de San Antón. Foto: José Luis Penalba

No es fácil ponerse de acuerdo a la hora del trance si queremos seguir utilizando las palabras
cuartilla y cochuelo al relacionarlas con el euro. Si damos a la cuartilla el equivalente al euro, al
cochuelo debemos darle 25 centimos, hoy no se admiten decimales en el trance. Si damos al
cochuelo el valor de un euro, a la cuartilla hay que darle 4 euros, esto es un problema de
cálculo mental. Con lo cual propongo:

Igualar el cochuelo con el euro: toda la puja será en cochuelos. Se establecerá una tabla donde
se anotaran todos los lotes según salga a subasta, al lado, el total de cochuelos conseguido y su
correspondiente con cuartillas y hasta con barcillas, de esta manera permanecerán en el
tiempo, medidas tan usadas en antaño, manteniendo sus valores acoplados al euro.

Lote nºcomposicióncochuelosBarcilla 16Cuartilla 4CochuelosOtras
1varios39213
2Jamón75423
3paletilla54312
4Tarta chocolate45230
5varios63333

En la foto se observan regalos de todo tipo para trancear: son muy apreciados los artículos
consistentes en dulces, tartas, brazos de gitano, igualmente apreciados son todos los derivados
del cerdo, pancetas curadas, jamones, paletas, conserva en tarros, salchichones, chorizos,
longanizas, que son regados con buen vino y cava.

Eliseo Guillén Daudén

Monteagudo del Castillo