UN AMANECER EN EL CAMINO DE LOS PILONES DE ALLEPUZ

Subo por las estrechas calles de Allepuz hacia las eras. El cielo, limpio de nubes, ofrece cientos de estrellas en el firmamento pero ya asoma el alba sobre el Maestrazgo. No se oye nada en esta noche fría de invierno. Ni los perros. En las casas aún no se han encendido las estufas ni las luces. 
Por la vieja calzada remonto hasta el peirón de San Cristóbal. En la loma de La Hiedra no corre el aire. Hace mucho frío. Un frío que muerde en las manos y en la cara. El alba clarea por los montes de Villarroya de los Pinares. Los erizos (Erinacea anthyllis), como un gran rebaño de ovejas, se extienden por el páramo.
El sol no tiene prisa en salir en esta madrugada de diciembre. Por cierto, la víspera del solsticio de invierno. Finalmente, asoma tímido sobre los montes  …

… iluminando los pétreos pilones que jalonan el antiguo camino real

El camino que, según el Llibre del Feits, recorrió el rey Jaime I en 1233 desde Alfambra a Villarroya cuando tuvo noticia de la toma de Morella por Blasco de Alagón. O cuando, pocos meses después, partió de Teruel hacia Peñíscola tras su toma por las tropas. Por ello este itinerario también ha sido bautizado como la Ruta de Jaime I.

Los primeros rayos solares comenzaban a fundir los diminutos cristales de hielo formados durante la noche sobre la vegetación.

Primero, los más expuestos, los orientados hacia el este, como puede apreciarse en las espinosas ramas de este toyago (Genista pumila), otra especie de mata almohadillada propia de los altos páramos de la cordillera Ibérica.

En las agujas del erizo, los cristales van desapareciendo con rapidez al tiempo que asoma el verdor propio de la mata. Merece la pena detenerse unos minutos y observar cómo se produce la retirada del hielo hasta las acículas de poniente donde se acantonan permaneciendo casi una hora más.

Pero los agudos cristales de la rosada no solo cubren las plantas, también las piedras, suavizando sus formas.

Es hermosa la sencilla sobriedad del pilón.

Construidos con trozos de caliza (mampostería) unidos con mortero. Cada cual tiene tres partes. La base es un cilindro de unos 75 cm de diámetro y una altura variable entre 50 y 65 cm. El cuerpo intermedio, algo más esbelto y generalmente con el mampuesto enlucido, tiene un diámetro de 60 y una altura de 150 cm. Este soporta un capitel, de idéntico diámetro que la base e igualmente sin lucir, pero mucho menos alto (10-15 cm) y que puede estar cubierto por una redondeada cobertera.

Sorprende encontrar esta alineación de pilones en estos páramos calizos. El conjunto tiene un aire helénico, recuerdan a estas columnatas erigidas por los griegos en homenaje a sus dioses, mitos y héroes. Nada que ver.

El Camino de los Pilones es fruto de la necesidad.

Para entenderlos hay que adentrarse en la historia industrial de las Tierras Altas de Teruel. Sí, sí, industrial o protoindustrial, si se quiere afinar. Desde el final de la Edad Media hasta principios del siglo XIX, las sierras del sur de Aragón, lo que serían los partidos de Teruel, Albarracín y las Bailías del Maestrazgo (en el de Alcañiz) desarrollaron una vigorosa actividad industrial de transformación de la lana.

La expansión de la Corona de Aragón hacia Valencia permitió a los numerosos rebaños de ovino turolenses disponer de abundantes pastos durante la invernada mediante la trashumancia. En octubre ganados y ganaderos bajaban al Reino por los puertos de Barracas siguiendo diferentes azagadores que los acercaban a las planas litorales, el dorado del pastor. En mayo, cuando comenzaban a agostarse los pastos en los montes y prados valencianos, ganados y ganaderos desandaban el camino y accedían a los pastos de las sierras de Gúdar, Javalambre, El Pobo, Maestrazgo y Albarracín.

La lana era el producto. Una parte de la misma era exportada hacia Italia, Francia u Holanda. Pero el resto era elaborada en la zona fabricándose diversos productos textiles: paños, bayetas, cordellates, estameñas, guerguillas, ligas, bureles, medias y fajas. Confeccionados durante todo el año por oficiales (pelaires y tejedores) y por familias enteras, especialmente mujeres, y, cuando no había trabajo en el campo, durante el invierno, por aquellos hombres que no bajaban al Reino. En los hogares, mientras se apacentaba el ganado. En cualquier momento.

Los productos textiles tenían una gran calidad y eran vendidos fácilmente en mercados extraregionales e internacionales, como acreditan documentos de la época. Los siglos XV y XVI fueron de una intensa actividad económica y esto tuvo su reflejo en un crecimiento demográfíco y urbano en las Tierras Altas de Teruel, pero también en el Alto Alfambra, levantándose notables edificios civiles …

Casa Grande de Allepuz 

y religiosos …

Santuario de la Virgen del Campo. Camarillas

Teruel, Mora de Rubielos, Villarroya de los Pinares, Cantavieja, Rubielos de Mora, Albarracín y Linares de Mora eran los centros principales. Pero, esta actividad no estaba concentrada sino diseminada en la mayor parte de las pequeñas poblaciones de estas sierras.

Para comprender la dimensión de la importancia de esta industria textil vamos a aportar algunos datos extraídos de «Tiempo de industria. Las Tierras Altas Turolenses, de la riqueza a la despoblación» (Antonio Peiró, 2000), texto clave para comprender la historia moderna de esta parte de Aragón.

El Censo de Floridablanca (1786-1787) es el único censo de la Edad Moderna que ofrece una clasificación profesional para cada localidad de España. Por aquella época, la industria textil se encontraba en plena crisis, de la que ya no saldría. Aún así, las cifras del censo indican que en el partido de Teruel la población industrial era del 23,7% siendo del 13,7% para el conjunto de la población activa de todo Aragón y del 15,9% para la ciudad de Zaragoza. Por poner un ejemplo, la localidad de Ababuj dedicaba el 26,2% de su población a la industria, aunque según el citado investigador, puede que no incluyera a toda la población activa femenina.

Ermita de Santa Ana. Ababuj

Otro dato. Entre 1718 y 1720 se encargaron a los tejedores y pelaires de Villarroya de los Pinares 150.000 varas de paño para las tropas españolas que se embarcaban hacia Sicilia. En 1729, tras un nuevo pedido del ejército, fueron fabricadas en tan solo seis meses 45.000 varas de guerguillas, lo que representa el 51,9% de la producción en ese tiempo de la castellana ciudad de Segovia, donde la Real Fábrica de Paños aún mantenía su actividad.

En síntesis. Las sierras de Teruel eran un territorio poblado y muy activo. Por sus caminos, los más de herradura, se desplazaban diariamente muchas gentes y muchas mercancías. Por la orografía y el clima, eran unos caminos difíciles sobre todo durante los largos inviernos, cuando las nieves cubrían las montañas. E incluso peligrosos, cuando las nubes se instalaban reduciendo la visibilidad y más si venían acompañadas de ventisca, pudiendo provocar la desorientación o la precipitación hacia barrancos. Las crisis frías y las anomalías en las precipitaciones (sequías o periodos muy lluviosos) acontecidas en los siglos XVI y XVII (Pequeña Edad del Hielo) en Aragón, incrementarían todavía más la peligrosidad.

Aquí puede estar el origen del Camino de los Pilones.

El historiador José Ramón Sanchís, en base a diversos documentos consultados, sugiere que la construcción de este camino debió de ser realizada o, al menos, promovida, por el Estado a mediados del siglo XVIII. En esta época, en plena Ilustración, las comunicaciones se impulsaron para favorecer el tránsito de mercancias y el comercio en toda España. El tramo Allepuz-Villarroya de los Pinares no era más que una parte del Camino Real que conectaba la ciudad de Teruel con el Maestrazgo de Castellón. Era una importante vía de salida de productos textiles y de lana hacia los mercados. Se han encontrado pilones en otras localidades: Corbalán, El Pobo, Cedrillas, Allepuz, Fortanete, La Iglesuela del Cid y Portell de Morella.

La presencia de estos monolitos dispuestos a una distancia que los hiciera visibles a través de las nubes que cubrían estos páramos o las ventiscas que se desataban en los inviernos orientaba a los caminantes reduciendo los peligros. Esta gran obra pública debió de suponer un gran esfuerzo. Cientos y cientos de pilones, posiblemente varios miles, si no llegaba a perderse continuidad, jalonarían los más de 80 kilómetros que unen Teruel con Portell de Morella.

El camino se acerca al cauce de un arroyo que surca el fondo de la loma de La Hiedra. Es la cabecera del barranco de Fuenmayor, el que pasa junto al pueblo de Jorcas, donde recibe el nombre de Regajo. Se trata de una extensa planicie calcárea en la que la infiltración del agua es importante, por lo que el caudal debe ser habitualmente escaso.

Y más este año, tras cuatro meses de falta de lluvias y tras cuatro años de sequía. Pero ahí están. Una pequeña arboleda de chopos cabeceros, bien cuidados y recientemente aprovechados, marcando la vocación del terreno y la secular cultura campesina de aprovechar los árboles.

Al pasar junto a una fuente, el Camino Real deja el llano y asciende una ladera poblada de enebros, villomeras, galabarderas, aliagas y erizos. Son arbustos que protegen a las arcillas y margas que allí afloran de la erosión causada por el agua. Los pilones se yerguen entre las matas.

La senda traza unas lazadas antes de superar la cresta caliza. Desde allí, al girarte, se aprecia la extensión de la loma de La Hiedra, con amplios pastos aprovechados por las ovejas desde hace más de seiscientos años. Posiblemente muchos más. Y algunas tierras de labor, seguramente antiguos pastos, en terrenos de algo de suelo. Este es el hábitat idóneo del rocín (Chersophilus duponti), pequeña alondra que en primavera buscaremos por tratarse de una especie amenazada en Europa.

Y, al superar la cresta, el camino vuelve a llanear. Ahora, sobre la Loma de Tras la Hiedra. El viajero camina por una senda jalonada de pilones. Es un paisaje que impresiona por su belleza. El silencio solo roto por el canto de la totovía, el frío en la cara, los chaparros erizos, las líneas horizontales de páramos rotas por las esbeltas y rústicas columnas.

El Camino de los Pilones, en el tramo comprendido entre Allepuz y Villarroya de los Pinares, fue declarado por el Gobierno de Aragón como Bien de Interés Cultural, en la categoría de Conjunto Histórico (Decreto 69/2008). Junto con el Camino de Santiago a su paso por Aragón, es el único itinerario cultural e histórico que ostenta este reconocimiento.

Y no es raro que también se haya aprovechado para la práctica del senderismo. En este caso, casi no han hecho falta ni las marcas de pintura ni los habituales postes. Es un paseo bien conocido por los excursionistas y es frecuente observar algún grupo, sobre todo, en fines de semana. Casi siempre de origen valenciano.

Alcanzo el límite de los términos, junto a un pequeño pinar de repoblación. Doy la vuelta para desandar el camino pues tengo que volver a Allepuz donde he dejado el coche. Hasta Villarroya de los Pinares quedan casi cuatro kilómetros.

Vuelvo pensando en la pasada prosperidad de estas tierras. En el siglo XIX la industria textil turolense acusó la quiebra del Estado, su mejor cliente, tras la guerras (napoleónicas y carlistas), las roturaciones de pastos tras las desamortizaciones y la regresión de la cabaña ganadera. No pudo adaptarse a las innovaciones (manufacturas, energía hidráulica) y desapareció hace poco más de un siglo. Sin dejar huella en la memoria colectiva.

 Un paseo por el Camino de los Pilones, es también un paseo por nuestra historia.