MIGUEL (LABORDETA), PAN Y FRUTA

En la mañana de los sábados las visitas del panadero y del frutero congregan a los vecinos en las plazas de Aguilar del Alfambra. Para la gente son tan importantes las charradas como el abasto de la despensa. En fin, la socialización.

El pasado día 28 de agosto la rutina compartió escenario con Miguel Labordeta, poeta. Genialidad helada y velada por el dorondón de su propia personalidad, por la segunda o tercera fila que reserva la pequeñez demográfica y económica a nuestra tierra y su gente.

Alto o bajo, unas veinte personas hicimos corro en los antiguos graneros del ayuntamiento. 

Mesa redonda en Los Granericos de Aguilar para hablar de Miguel Labordeta.

De la mano de Clemente Alonso Crespo y de Daniel Izquierdo Clavero se produjo el fenómeno inédito de gente hablando de un poeta y de su obra. De la sociedad y de la historia en la que se desenvolvió el mayor de los hermanos Labordeta.

De izquierda a derecha: Clemente Alonso Crespo, Daniel Izquierdo Claver y Pedro-José Labrador Fuster

Como con la fruta y con el pan, sospecho que echar capazos con el personal era otro de los motivos que nos juntó. No es ningún desdoro, la palabra es la palabra. Tanto para hablar de lo cotidiano como para tratar de la obra que dejó un hombre atenazado por la responsabilidad no deseada, por los complejos, por la desgana. Por la realidad que retrató Basilio Martín Patino en Canciones para después de una guerra .

Miguel escribió su mundo, y el otro (porque entendí que vivió en persistente fuga existencial), con una letra endiablada. Lo volcó como el riego a manta de los huertos en cuartillas, cartas y obras desorganizadas en un vasto corpus intelectual. Personal. Fue tan consciente de ello como inflexible en que no se notara.

Por lo que a mí respeta, fue sin duda el mejor poeta español del siglo XX. Tengo títulos suficientemente acreditados para dar esta opinión. No llegan a la quincena los libros de poesía que he leído (simplemente, no es mi género literario) y ni mucho menos he disfrutado con todos ellos.

Si Miguel Labordeta ha dejado en un lector ajeno a la poesía el sabor de ser la voz poética más moderna, incluso hoy día, y conmovedora, es porque necesariamente, si no era el mejor, lo era diferencialmente. Lo que viene a ser lo mismo. Siquiera sea por cómo titulaba, joder: Sumido 25, Violento idílico, Transeúnte central .

Ha quedado dicho, con nosotros estaba Clemente, del cercano pueblo de Orrios, la persona que al precio de restar espacio a su familia descodificó a lo largo de su vida profesional la saga que escribió Miguel desde que comenzó a escribir hasta que murió en la cama , tranquilo, al fin. El erudito que, por qué no sugerirlo, tal vez haya caído en la fascinación con la que acostumbra a tentar el investigado al investigador. Eso sí, una seducción atípica por no tratarse de un trasunto del síndrome de Estocolmo sino de un gesto de camaradería.

Clemente Alonso Crespo

Como si fuera una emulación voluntaria o inconsciente, Clemente, al igual que Miguel, mira desde el otro lado del dorondón, de la boira preta de la academia. Por él, el punto final ya está puesto. Yo creo que guarda una historia la cultura española a través de los documentos de Miguel Labordeta. Lo suyo sería que la escribiera, pero como para convencerle. No seré yo quien lo intente. Estoy en deuda con él por donar su biblioteca lingüística y literatura a la de Aguilar, por su idealizada opinión de mi pueblo y del resto del Alto Alfambra.

Junto con el estudioso estaba Dani, nuestro poeta, la fuerza maltrecha que organizó el diálogo y nos congregó, ahí, en unos antiguos graneros un sábado por la mañana mientras se trasegaba con pan y fruta en las plazas.

La imagen tenía algo de fascinante, porque se supone que estamos en el Aragón profundo, en la España vaciada, en el epítome de todo ello, en Teruel. En el agro que miran por encima del hombro los hijos acomplejados y los palurdos del siglo XXI, los que no han salido en su vida de la M-40. Y si lo han hecho, es para ir a Marbella, a Cancún oa Tailandia para hacer el mamón. Los engreídos de siempre que hablan con desdén de destripar terrones y esquilar vellones de lana. Como si no comieran ni se vistieran, los muy imbéciles.

Con Clemente y Dani compartieron palabras sobre el poeta y su obra un haz de biografías pasmosamente diverso. Inopinado a la luz del estereotipo pobretón. Jubilados y asalariados, aguilaranos y forasteros que se han dedicado o se dedican a: limpiar, cocinar, cortar cabellos, investigar, repartir cartas y certificados, arar, dar clase, apretar tornillos, escribir, guardar el ganado, gestionar activos y cuentas bancarias, conducir taxis, editar, criar niños. Etcétera, etcétera. Éramos el público. Lo escribo con orgullo para los que lo desconocen y para cuando nadie se acuerde de que estas cosas pasaban. Incluidos los del lugar.

El sábado 28 de agosto de 2021 Miguel Labordeta Subías se convirtió en una excusa. Una excusa para escribir que en los pueblos remotos tenemos curiosidad. Que hay para contar y escuchar de lo gloriosamente cotidiano y de lo vulgarmente exquisito, porque al final de la mañana en Aguilar teníamos pan tierno, fruta dulce, tomates con sabor a tomate y palabras de un poeta y de su tiempo. Unos poemas que, a pesar del dorondón, se abrieron paso para mostrarse cercanos, íntegros y magníficos. En las plazas y en los graneros se pudo escuchar con claridad: Miguel, pan y fruta.

Ivo-Aragón Inigo Fernández