EL IES VALLE DEL JILOCA VISITA EL PARQUE CULTURAL

Miércoles 18 de abril. Diez menos cuarto de la mañana. Un autobús toma el desvío hacia Jorcas y se detiene junto al pabellón. Descienden de él algo más de cuarenta animosos jóvenes. Son estudiantes de Biología y Geología (4º ESO) y de Latín y Griego (4º ESO y 1º de Bachillerato) del IES Valle del Jiloca y vienen acompañados por sus profesoras Isabel Herrer y Dina Urgel. 
A casi todos les suenan los nombres del río, de los pueblos o de las sierras. Pero para la mayoría, esta es la primera vez que visitan el Alto Alfambra. ¡Es tan extensa la provincia de Teruel! ¡Y tan poco conocida! Las alumnas, los alumnos, abren los ojos con curiosidad observando la solitaria plaza mientras dan buena cuenta del almuerzo. Y al poco, nos ponemos en marcha.
Pasamos junto al precioso ayuntamiento, con su trinquete, con su arreglada fachada. Remontamos el barranco por el que corre alegre un arroyo. Dejamos a un lado la fuente y el lavadero. Y, poco después, pasamos junto al cementerio. Salimos del pueblo hacia La Muela, el primer objetivo de la excursión.   
La falda de este aplanado monte está abancalada. Es la vieja técnica de conseguir tierra de labor a costa de las inclinadas laderas de las montañas que aquí se aplicó cuando-siglos hace- se roturaron los pastos.
Seguimos ascendiendo por una pista hasta alcanzar un precioso peirón. Este tipo de sencilla construcción religiosa es uno de los monumentos más característicos de la cordillera Ibérica en Aragón.
Tomamos un desvío que nos acerca a un corral nuevo. Del interior del cubierto salen los balidos de unas ovejas que esperan salir a lo suyo: pastar. Y pasamos junto a una fuente con un bacio que rebosa por todos sus lados. 
La escasa altura que nos resta hasta alcanzar la cresta de La Muela la superamos subiendo entre pastos y piedras . 
En medio de la planicie, se abre una alargada zanja que la parte en dos. Sobre uno de sus bordes se levanta un pilón cilíndrico. Es un vértice geodésico. Una referencia empleada por los cartógrafos para sus trabajos en la confección de mapas.

Aún queda algo de nieve. Vuelan algunos bolazos sobre algunas cabezas.

Nos juntamos y comentamos dónde estamos.

La Muela de Jorcas es un yacimiento arqueológico que data del periodo íbero y que se haya sin excavar. Es muy extenso, pues ocupa la totalidad de la superficie de la montaña. Los escarpes ofrecían defensas naturales a sus habitantes y les sirvieron de base para una muralla que prácticamente se ha perdido. Este poblamiento debió ser construido y ocupado sobre los siglos IV y III antes de Cristo, en tiempos de inestabilidad y de escasa seguridad, por comunidades humanas dedicadas a la agricultura y a la ganadería. Esta zona, según los historiadores, corresponde a la frontera cultural entre los pueblos celtíberos (que se extendían hacia el oeste) y los pueblos íberos (más propios del valle del Ebro y de la montañas levantinas). 

La vista es espléndida. Hacia el sur, el monte Peñarroya, cima de la sierra de Gúdar. Hacia el este, los montes del Maestrazgo. Hacia el oeste, la alargada sierra del Pobo con los montes Castelfrío y Hoyalta, aún cubiertos por la nieve caída hace justo una semana. 
En la superficie de La Muela asoman algunos restos de cerámica torneada y de color parduzco. Son pequeños fragmentos de recipientes cocidos y ornamentados con incisiones. 
Les hablo del hallazgo de unas joyas de oro y plata ocurrido hace unos pocos años que se muestran en el Museo Provincial de Teruel y que fueron encontradas entre los sillares de la muralla, sugiriendo a los arqueólogos que tal vez fueran escondidas por su propietario al huir de forma repentina.
En el sector este de La Muela son evidentes los cimientos de las viviendas y las alineaciones de piedras caídas de los muros. En la foto aérea se aprecia muy bien su distribución adosada.
Surge la pregunta. ¿Por qué no se excava este yacimiento? Es el momento de debatir sobre la magnitud del patrimonio arqueológico aragonés, la escasez de recursos económicos destinados al ello y el coste de los trabajos arqueológicos. El yacimiento está ahí. Esperando su ocasión, aguardando nuevos hallazgos. Y también es el momento de hablar del peligro de expolio, actividad delictiva que realizan algunas personas que atenta contra el patrimonio, es decir, contra el legado colectivo que nos ha llegado desde nuestros antepasados.
La zanja que secciona la muela en dos partes debió ser una defensa en cierto momento. Y, más adelante, el pueblo acabó ocupando el resto de la planicie. Comprenden los alumnos el esfuerzo que hay detrás del trabajo arqueológico, en el campo y en el taller. Ahora ven de otra manera el resultados de otros yacimientos que han visitado con anterioridad.
Comentamos también que La Muela fue una posición defensiva del Ejército de la República durante la Guerra Civil Española. Pueden verse, ya desdibujadas por la erosión posterior, restos de trincheras, de parapetos y de socavones provocados por los proyectiles caídos. Dejamos un rato libre para interpretar este espacio y disfrutar de su panorámica.
Analizamos la vegetación y de los factores ambientales que la determinan. Escasas e irregulares precipitaciones, sequía estival, nueve meses con heladas, viento intenso, suelo pedregoso y permeable … y una intensa presión por el ganado durante varios siglos. Entendemos que solo plantas muy, pero que muy resistentes, como el erizo, pueden crecer aquí.
Nos hacemos una foto de recuerdo e iniciamos el retorno a Jorcas.
En el descenso descubrimos muchas cosas.
Fósiles, eran abundantes ciertos moluscos bivalvos del Cretácico …
una majada que nos recordaba la gran importancia que ha tenido en la economía de las sierras turolenses y  hasta hace muy pocos años la ganadería extensiva de ovino
los meandros encajados abiertos por la erosión fluvial durante épocas históricas más lluviosas en las duras rocas calizas …
… y las laderas pedregosas pastoreadas durante siglos por los rebaños.
En algunas eras situadas a la entrada del pueblo, vemos los tarugos (aún sin recoger) de ramas cortadas al escamochar o (desmochar) los sauces blancos, en el Jiloca conocidos como sabimbres y aquí como sargas, que serán empleados como leña para calentar algún hogar el próximo otoño …
Y, siguiendo el mismo camino y dejando a nuestro lado la ermita de San José
… llegamos a la plaza y al pabellón donde nos espera el autobús que nos llevará a la ribera del río Alfambra.
Iniciamos la segunda parte de la excursión. Esta más senderista, más naturalista. El sol está alto, pero las ramas de los chopos, aún desnudas, filtran la luz que no llega a ser intensa. Comenzamos el recorrido de la ribera del río Alfambra junto al molino de Ababuj.

El río desciende por una suave llanura y se ha abre camino entre arcillas del Cretácico Inferior y conglomerados del final del Mioceno (Terciario) que lo encajan y entre los propios sedimentos (limos) que él va aportando. Si en Jorcas hablamos de un meandro, una forma de relieve fluvial, abierto en calizas, en el Molino de Ababuj pudimos observar otro meandro creado en sedimentos cuaternarios.

El entorno del molino es una dehesa fluvial. Es decir, un espacio de aprovechamiento ganadero y forestal en el entorno de un río caracterizado por tener árboles espaciados unos de otros y por un estrato de vegetación pratense.

El Alfambra es un río que sufre esporádicas crecidas y que provoca inundaciones. Tradicionalmente, los campesinos han intentado ganar espacio para sus cultivos pero han sabido respetar espacios, pensando estos episodios de aguas muy altas, dedicándolos a pastos y a cultivar árboles para producir madera. En el Alto Alfambra chopos y sauces manejados mediante el desmoche. Es decir, subiéndose a la parte alta del tronco y cortando la totalidad de las ramas para su empleo como vigas en la arquitectura rural a turnos de doce años. Así, el rebrote queda lejos del diente de los animales domésticos que pastan en el entorno.

Al salir del meandro, el río se encuentra con un obstáculo: el Azud del Molino. Parte del agua se desvía hacia una acequia que surge en su margen derecha y que riega por gravedad los campos comprendidos entre ella y el río. La escasez de agua en este valle, de caudal muy irregular, ha favorecido un aprovechamiento histórico muy intenso e inteligente por sus habitantes.

Cerca del río hay prados, unos más frescos que otros, según la distancia al nivel freático y la iluminación.

Entre estas hierbas abunda una especie de escarabajo de pequeñas alas (élitros) y de un largo abdomen. Es realmente grande, uno de los más grandes de Europa. El esqueleto externo es de color negro pero presenta unas rayas rojas en los segmentos del abdomen. Es la aceitera (Berberomeloe majalis).

Se le llama así por que si se siente molestada segrega un líquido amarillento y viscoso que recuerda al aceite. Contiene cantaridina, una sustancia caústica que provoca ampollas en la piel, por lo que conviene no tocarla. Los adultos devoran plantas en praderas. Las hembras ponen numerosos de huevos en el suelo de los que surgen larvas que parasitan a las avispas y abejas silvestres, alimentándose de sus huevos y larvas, así como de la miel y el polen que aportan los adultos. Tienen un ciclo vital con metamorfosis compleja hasta alcanzar la fase de adulto.

El río Alfambra se muestra espléndido.

Tiene un caudal abundante tras el deshielo producido después de la copiosa nevada. Es un río vivo pues no tener regulación mediante presa alguna muestra su funcionamiento natural. En algunas sectores del cauce, el acúmulo de gravas permite formar varios canales que dejan islas entre ellos. Es un cauce trenzado, algo que ya no es muy común en ríos con cauces muy intervenidos.

El grupo de alumnos se fue estirando, siguiendo el recorrido del sendero turístico PR-TE 51. Es un paseo muy cómodo entre los grandes árboles de la ribera y los campos de cereal orlados con espinos.

Nos volvemos a agrupar y comentamos la forma del chopo cabecero que depende de la manera de gestionarlo, mediante periódicas podas. Estas aceleran el envejecimiento del árbol pero aumentan su longevidad. Propician la formación de huecos en el interior del tronco y la presencia de abundante madera muerta. Esto es muy valioso para los organismos que viven en los bosques. Estas dehesas fluviales, sin ser verdaderos bosques, si que albergan numerosos árboles veteranos y viejos. Son importantes para la vida silvestre. Numerosas especies de insectos y de vertebrados (aves y mamíferos) dependen de ellos.

Pero, en paralelo, forman en sí mismo todo un patrimonio cultural pues son el fruto del aprovechamiento humano de los árboles de ribera. Es un ejemplo de uso sostenible que ha permitido formar unos ecosistemas agrarios (agrosistemas) muy singulares. De ahí, la declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial a la técnica tradicional de cuidado y uso de estos árboles y a este espacio geográfico Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra por el Departamento de Educación, Cultura y Deporte y de Arboleda Singular Ribera de Chopo Cabecero por el Departamento de Desarrollo Rural y Sostenibilidad.

Pero, estos árboles y los paisajes de su entorno, son testigos de una historia de prosperidad en las Tierras Altas de Teruel, asociada a la industria textil que aprovechaba la lana de las ovejas que pastaban en estos prados. En unos prados salpicados de viejos árboles. Es tanto un paisaje histórico como una herencia colectiva. Por ello, hay que considerarlos en un año como el 2018 en el que se celebra en todo el continente en Año Europeo del Patrimonio Cultural.

Le hicimos una foto a Dina e Isabel, las profesoras, junto a un árbol monumental.

Y continuamos siguiendo la ribera del río Alfambra. El pueblo de Aguilar, recostado a la solana de un cerro, ya se veía cerca.

Ya faltaba poco. Llegamos hasta un panel con unas réplica de huellas de dinosaurio que hay en un monte cercano. Y, después de un corto descanso, llegamos hasta el Árbol Singular Chopo Cabecero del Remolinar, el que fue el candidato español en el concurso European Tree of the Year 2015 donde quedó clasificado en tercer puesto en función del enorme apoyo recibido en la votación de este concurso internacional. Y allí nos hicimos una foto de recuerdo.

Y como ya era la hora de comer, nos acercamos al pueblo de Aguilar del Alfambra sin dejar de fijarnos en la arquitectura popular, otra manifestación del patrimonio cultural. Aquí se construye con piedras (areniscas violetas y calizas grises), madera y teja árabe, con un estilo muy singular.

Comimos y descansamos en el bar. Y, aún sacamos un rato para acercarnos a ver el Aula de la Naturaleza del Chopo Cabecero, con sus paneles, con su bonito diorama y con el mapa de la zona.

Ya eran más de las cuatro de la tarde. La hora de volver y de concluir una jornada estupenda.
¡Hasta pronto IES Valle del Jiloca!