LA CHAPARRA, UN IGLÚ EN LA CUMBRE
LA SABINA RASTRERA, CONSTRUCTORA DE BOSQUES
En las cimas venteadas de muchas sierras aragonesas, aparecen unas matas extensas de color verde obscuro, formando un colchón frondoso que se eleva hasta medio metro en el centro de la parabólica bóveda vegetal. Son las chaparras o sabinas rastreras. Son suaves al tacto y no tienen espinas como otras matas almohadilladas con las que comparten entorno vital. Algunos botánicos las describen como un árbol planchado, donde la tendencia vertical se ha visto comprimida hacia el suelo.
Conociendo el clima contrastado y extremo que impera en esas elevadas lomas y crestas, solo las plantas incrustadas en el terreno tienen una posibilidad de prosperar, pues los fuertes vientos desecantes, el contraste térmico y la alta insolación, no permiten ganar porte vertical sino lentamente.
La mata de sabina rastrera va ganando terreno muy despacio. Muchas veces son pocos centímetros de diámetro lo que logra avanzar la mancha arbustiva cada año, chaparras de cuatro metros pueden tener más de cien años.
En el interior de una sabina rastrera nos encontramos un bosque bonsai. Los retorcidos troncos del arbusto forman tortuosas columnas ramificadas que compiten entre sí por buscar la luz sin despuntar en el dosel vegetal.
Para las otras plantas constituye igualmente un refugio, herbáceas carnosas con vistosas flores nacen en los huecos interiores de la chaparra.
También, como en otros bosques, los líquenes ocupan la parte inferior de los troncos y el suelo está cubierto de una hojarasca que evita la desecación: los animales terrestres de este medio aprovechan esta protección, útil en toda época pero sobre todo durante las grandes nevadas invernales que lo transforman en un iglú donde resistir la adversa estación.
Los árboles y arbustos que viven en las lomas muy venteadas, inician su vida al amparo de la chaparra. Según la sabina crece, es joven por el borde y envejece por el centro, sector donde las raíces ya han formado suelo. Por eso la zona central de la chaparra reúne una serie de condiciones microclimáticas que protegen a árboles jóvenes de vientos, desecación y heladas. Aquí pasan su infancia asomándose tímidamente mientras sus raíces se ensanchan y profundizan, cuando han logrado asentarse bien inician el ascenso despuntando del lecho vegetal que les sirvió de cuna.
En algunos casos las condiciones son tan ajustadas, que los árboles no encuentran condiciones de sobrevivir a pesar de que existen sabinas rastreras. En la sierra de Javalambre existen amplias zonas en sus cumbres en las que la chaparra constituye la formación vegetal más evolucionada, creando un paisaje singular, que distintos botánicos han dicho que tenía fisonomía de «piel de pantera» por la ofrma de las manchas oscuras sobre fondo claro.
En algunos montes, se eliminó la chaparra por su presunto peligro de combustión de incendios y su hipotética competencia con las plantas jóvenes de pino. Con el paso del tiempo se ha visto que muchos parajes no tienen regeneración de pinos y se aprecian procesos erosivos, lo que nos da una idea del papel que desempeña como constructora de bosques.
José Manuel González Cano