EL MATAPUERCO
… y una tapadera de madera móvil que se accionaba desde el exterior y que servía para alimentar a los animales.
Las cortes se encontraban principalmente junto a las cuadras de las caballerías en el interior de las casas …
o en el corral de la entrada …
Aquella era una época en la que los males olores no causaban malestar entre los vecinos, pues cada cual criaba su tocino, una garantía de supervivencia, y al mismo tiempo, era una crianza más natural. La alimentación básica consistía en subproductos de la huerta como patatas, remolachas, coles, etc. También era costumbre recolectar las hojas verdes de los olmos que se mezclaban con agua y harina de cebada.
Posteriormente se lavaba con agua caliente. Después se frotaba con piedra tosca y con un cuchillo especial se raspaba la piel para no dejar pelo alguno. Ya estaba listo para trocearlo.
Primero se cortaban las “manos de ministro”, se colocaba de rodillas para de este orden quitarle la cabeza …
darle un corte de la nuca al rabo para hacer dos piezas iguales …
A continuación se sacaban el espinazo, los lomos, las costillas, los espaldares y los jamones …
que eran trasladados al granero para que se enfriasen y «joreasen» antes de hacer la conserva …
los jamones y otras piezas eran salados en las mismas casas …
… para su consumo posterior.
Con la carne sobrante, una vez desprendida de la corteza y añadiendo las canales de las ovejas, hacían chorizos y longanizas. Primero capolando la carne y después mezclándola con las especias correspondientes
Un embutido típico era “la bueña”, que se realizaba con la carne cocida y capolada de lengua, livianos o lubianos (pulmones), riñones y demás menudencias mezclada con las especias del chorizo.
… mientras que la carne se ponía por la parte ancha y era empujada mediante una rústica palanca de madera.
Posteriormente, todo el embutido era colgado en la falsa en largas ramas peladas y secas de chopo para su secado y posterior elaboración de la conserva (20-21).
Para ello se usaban mimbres cogidos de los huertos donde se colgaban varias morcillas y se introducían en el caldero de agua hirviendo quedando las puntas del mimbre apoyadas en los cantos del barreño para sacarlas una vez cocidas.
Estas posteriormente se depositaban en el suelo encima de paños hasta que se enfriaban.
El «joreo» de los costillares, lomos y longanizas era bien vigilado.
Era necesario el frío y el viento. Pero no demasiado. Mucho frío podía provocar que se helara, cuando aún tenía la carne mucha agua. Mucho aire provocaba que se endureciera por fuera pero que se quedara cruda por dentro. Para ello era necesario regular bien la apertura de los ventanos.
Eran días de intenso trabajo colectivo en la familia. La casa estaba patas arriba, pues cualquier otro quehacer se dejaba para acabar el matacerdo cuanto antes. El tiempo corría y todo tenía que hacerse en su momento para que el producto saliera bien y todo el esfuerzo de la crianza del tocino llegara a buen término. Al final se disponía de carne y embutido en la despensa para el resto del año.
Chusé Lois Paricio Hernando