LA FERIA DE CEDRILLAS EN LA MIRADA DE UN NIÑO

UN RELATO DE ELISEO GUILLÉN

Para recordar la Feria de Cedrillas de principios de los años ’60, hay que hacer un ejercicio de
imaginación, y en él contemplar que todas las casas de cada pueblo y todas las masías estaban
abiertas, la mayoría con abuelos, padres e hijos, que mayoritariamente dependían de la agricultura y de la ganadería. Así pues en cada casa, o masía, había caballerías,
vacas y ovejas
, y que dependían de un único mercado para realizar tanto la venta de las crías
de cada especie, como de animales mayores. Este único mercado era la feria y su epicentro
estaba en Cedrillas.

Monteagudo del Castillo está muy cerca de Cedrillas, son poco más de tres kilómetros en línea recta. Eso significaba que en aquella época Monteagudo, se beneficiaba del flujo de gente y animales que la feria producía.

Principios del siglo XX. Cortesía del libro de la Feria de Pompeyo García. Foto obtenida del libro «Cedrillas. Memoria y etnología (1850-2006)«.

Cedrillas celebraba dos grandes ferias de ganado al año: una, el día 3 y 4 de abril, y la otra,
para el 3 y 4 de octubre. La feria más importante era la de octubre, la razón muy sencilla:
mayoritariamente todos los animales se reproducen en primavera, por lo que el inicio del otoño era el momento de vender todas las crías, sobre todo de caballar y terneros (son las dos especies que yo puedo hablar).

Los machos, según su especie, salvo aquellos que podían ser destinados a sementales,
el resto era necesario desprenderse de ellos. Las hembras, algunas se dejaban para casa, bien
para mantener el número en producción o bien para aumentarlo, pero había un porcentaje
muy elevado de hembras que también eran vendidas.

En el caso de las hembras, ocurría una cosa muy curiosa: si la cosecha había sido buena, si se
habían llenado las yerberas de hierba y piprigallo, los pajares de paja, y los graneros de grano,
se podían mantener durante todo el invierno, porque llegarían a la primavera convertidas en
borregas, novillas, potras, o burras, según su especie, lo cual de cara al buen tiempo habrían
aumentado su valor (al menos habrían cubierto el valor de lo que habían consumido). Si la
cosecha fue floja, en la medida de lo posible, las hembras eran vendidas también.

Así pues, en cada casa, para octubre se disponían a vender («buena feria si tienes para vender«)
este era el dicho, «mala feria si no tienes nada para vender«.

Principios del siglo XX. Estampas de Feria. Cortesía del libro de la feria de Pompeyo García. Foto obtenida del libro «Cedrillas. Memoria y etnología (1850-2006)«.

Para la feria del mes de abril, cara del buen tiempo, nadie tenía obligación de vender por falta de
comida, ya que todo iba a reverdecer pronto y podrían sobrevivir todos los animales,
simplemente con lo que encontrasen en el campo, de ahí que fuese menos importante.

Así pues, las ferias que yo más he conocido eran las de octubre. A muy temprana edad, creo
que la primera vez que me llevó mi abuelo, no tenía yo más que cuatro años recién cumplidos,
pues cumplo el 30 de septiembre y debió ser la feria de 1960.

¿Cómo lo recuerdo?

Durante dos o tres días antes de la feria, pasaban por los alrededores de Monteagudo, por el barranco y también por el propio pueblo, vacadas de las masías de Allepuz, (Sollavientos), Jorcas y Villarroya. Las de Gúdar pasarían por el barranco. Eran vacas muy fuertes y muchas de ellas bravas. En aquellos días a los niños y niñas no se nos permitía alejarnos de casa, y cuando las sentíamos que venían, porque llevaban grandes esquilas (cencerros) nos metíamos en la casa más próxima. ¿Os imagináis la cantidad de masías que hay en los pueblos citados? ¿Os imagináis todos los pueblos llenos de familias, y todas ellas su único medio de tener algo de dinero, era la venta de animales en la feria, y que en todas las casas había algo para vender, en unas poco, pero en otras mucho? Pero imaginad también los de Alcalá, los del Castellar, Cabra, el Pobo, Ababuj, Aguilar, de pueblos más lejanos de la ribera del Alfambra, y los propios de Cedrillas. ¡Qué cantidad de animales!

Años 70. Cortesía de Manuel Izquierdo. Foto obtenida del libro «Cedrillas. Memoria y etnología (1850-2006)«.

Lo que más había eran vacas con sus terneros, yeguas con los potros, y animales de labranza. Los animales de labranza eran la maquinaria de entonces y constituía una feria paralela como veremos.

Toda esa cantidad de animales en Cedrillas necesitaba recintos para pasar la noche, los de
Monteagudo teníamos suerte de estar tan cerca, pero los de pueblos lejanos (Villarroya) no
podían hacer el viaje de ida y vuelta cada día, para ellos, la feria abarcaba desde dos días antes
del inicio hasta el fin de la misma. Todos los corrales y cercados de Cedrillas y alrededores
inclusive Monteagudo estaban llenos. La gente dormía en casa de conocidos: en cama, pajera
o pajar, la cuestión era poder dormir a cubierto. Algunos tal vez no tendrían donde meter los
animales y estarían toda la noche cuidándolos en el recinto ferial, o en algún barranco. Todo
eso generaba una aglomeración de gente y animales hoy difícil de imaginar. ¡Era tal el ambiente de la feria!

Años ’60. Foto obtenida del libro «Cedrillas. Memoria y etnología (1850-2006)«.

Según contaban mis padres, en su época de mozos, organizaban grandes bailes por la noche en el trinquete de Monteagudo, consecuencia del ambiente festivo, tanto de los hijos del pueblo, como por los llegados de fuera que dormirían en casas de conocidos.

En los años 60, en mi casa, había dos yeguas con sus dos potros. Cuando yo me levantaba, ya
había venido desde Allepuz mi tío Víctor Villarroya, andando con su yegua. Estaban
almorzando. Era normal el agrupamiento de personas y animales en el viaje hasta la feria.
Nemesio, mi abuelo, aparejaba con la montura y alforjas de fiesta a una yegua, la otra del
ramo y los potrillos sueltos. Él, era ya mayor y viajaba a caballo, yo montado a su lado. Todos,
camino para Cedrillas. Digo que era muy pequeño porque mi abuelo le pidió a mi primo
Eduardo, cinco años mayor que yo, que viniera andando con nosotros para controlar a los potrillos por si no seguían a sus madres, yo todavía no servía para esa tarea.

¿Cómo te llevas al nieto tan pequeño a la feria Nemesio? ― La feria es una gran escuela, algo
aprenderá. Has de saber que lo que se aprende con moco, se olvida poco.― Está posiblemente
fuese una pregunta de algún vecino y su respuesta de mi abuelo.

En mi viaje a caballo a espadas de mi abuelo, la conversación tal vez fuese pequeña, pero
seguro que surgió en mi la pregunta ¿abuelo, qué tengo que aprender en la feria? ¿Se hace
escuela para chavales en medio de las vacas y las yeguas?― ¡No!, pero todo en la vida enseña,
en la feria hay un montón de gente de los pueblos y masías, cada persona tiene cosas que
enseñar; dice el dicho “que el más tonto hace peroles” y eso significa que hasta el más tonto te
puede dar una lección. Tú debes estar atento a todo lo que veas y luego sacaremos
conclusiones, pero recuerda que los tratantes, la mayoría son gitanos, llevan blusas negras y
anchas donde esconden las navajas, y las gitanas, escondidas entre sus grandes y negras sayas
llevan tijeras. Debes protegerte de ellos.

― Buen mensaje: entre los gitanos y gitanas más las vacas bravas, ¿quién se mueve del ribazo? ¡No me apartaba de mi abuelo por saber morir!

Mi padre bajaría con las vacas y los terneros conjuntamente con algún otro vecino de
Monteagudo.

Las gentes de Monteagudo estábamos en el feriado, todos por la misma zona. Todo a nuestro
alrededor era vacas con sus terneros y yeguas con sus potros. (Como no llevábamos ovejas, de
ellas no puedo dar testimonio de cómo se procedía).

Nada más llegar al punto de destino en el feriado, aparecían los tratantes, unos con mala
pinta, otros no tanto.

― ¿Jefe, vende el potro?
― Para que te crees que estamos aquí.
―¿Qué billetes pide de él? ¿Está un poco flacucho no?
― Más gordo se hará si le das bien de comer, pero no tienes suficientes billetes pa él.
― ¡Buena madre sí que tiene!
― Es madre de semental, muchos de los potros que en la feria encontrará, son nietos de ella.
― ¿Por qué piensa que no tengo suficientes billetes para él?
― Porque solo el tratante que vea el porte que tiene el potrillo, le mire los garrones que tiene,
comprenderá, que será un señor caballo, tanto para semental, como para labrar en las huertas
valencianas. Este es un potro de dineros, si lo que busca es algo barato para luego sacrificar y
convertirlo en chorizos, se ha equivocado de potro.
Se marchó el tratante.

― ¿Te has dado cuenta Eliseo? lo primero que debemos tener presente si queremos vender bien, es pensar que lo que vendemos es muy bueno, que así es, pero es importante creérselo.

Al poco rato aparecía otro tratante con la misma cantinela.

―Mucha yegua y poco potro ¿Cuánto pide?
―Si te parece poco potro, ¿para qué comprarlo? Te arrepentirás toda tu vida.

Pasaba la mañana con la misma cantinela. Ahora vuelven los tratantes en su segunda vuelta a
todos los animales del feriado. Cada tratante había calibrado de todo lo que había visto, que es
lo que más le interesaba comprar. Cada uno tenía un tipo de animales como objetivo.

Buenos para ser padres y madres de futuros potros (hablamos de potros, pero lo mismo
ocurría con los terneros).

Buenos para labrar, tanto en el entorno de los pueblos donde vivían, como si eran trasladados a la huerta valenciana. Para los tratantes que venían de Valencia, la feria de Cedrillas constituía la mayor y mejor fuente de aprovisionamiento de hacas de labranza. Es muy probable que las hacas que todavía tienen los valencianos sean descendientes de aquellas
grandes yeguas de nuestros pueblos.

Buenos para meterlos en la cuadra, engordarlos y luego llevarlos al matadero.

―Abuelo, ¿los tratantes dicen que cuántos billetes pide? Pero todavía no ha dicho cuántos.
―Conforme vaya pasando la mañana, esteremos siempre muy atentos a lo que pasa a nuestro
alrededor. No conviene vender pronto, porque te queda la sensación de que podías haber
sacado más, pero si te descuidas cuando los tratantes ya han cubierto su objetivo de compra, y
tienen lleno su camión, igual ya no vendes, y porque debemos conocer como está el mercado y
para eso hay que dar una vuelta a la feria.

Ya se habla, que fulano ha vendido el potrillo, le han pagado 200 pesetas. Es la hora de valorar
como era su potrillo y como es el nuestro. Mi abuelo y algún otro más, habían dado una vuelta
por el feriado para ver cómo eran los animales que vendían otros y cuánto pedían. En estos
momentos se habían convertido en tratantes, o simplemente en oyentes de tratos. A su
regreso, tenían ya una idea más clara de cuanto pedir, o habían asumido que si querían
vender, debían rectificar a la baja la idea preconcebida del precio. En la mente ya tenían un precio para vender. “Luego veremos, si hay suerte o no”.

Llegaría un tratante que por su boca salían flores:

-¡Bonita yegua y mejor potro!, Es el potro que me hace falta a mí para completar el camión. Le doy por él 225 pesetas. Por la mente de mi abuelo en estos momentos había pasado un montón de películas basadas en hechos reales de ferias pasadas. Si lo dejo escapar, igual es un embuste, me creo que vale más, me quedo con el pensamiento de un precio alto, no vendo por debajo, me quedo sin vender y luego el vendrá a la repesca ofreciendo 170 pesetas. Esta sería una idea. La otra idea es ¿qué precio le pongo?

― 300 pesetas es el precio, si lo quiere.

Nunca los tratantes iban solos, siempre llevan satélites a su alrededor. Cuando se avivan los
ánimos, suele haber palabras más sonoras, detectadas por las personas cercanas, todas ellas
se arremolinan junto al trato.

―¡Bueno es el potro! ¡Me gusta! Pero pide muchas perras por él, ¿de dónde es Vd.?
―De ese pueblo que se ve ahí arriba.
―Cerca tiene el pueblo, si pide esos dineros se lo tendrá que llevar a casa.
―Igual viene vd. a la primavera a comprármelo, entonces necesitara más del doble de billetes.
― Me gusta el potro y porque tengo que terminar de llenar el camión, pero para mí no vale
más de 250 pesetas.

En ese momento un desconocido del grupo se metía en medio del trato y decía “25 pesetas
tienen la culpa”. Por 25 pesetas no se va a hacer trato. Se parte la diferencia. Venga aquí las
manos y cerremos el trato.

― Yo no vendo por ese precio.
― Yo no pago más de lo dicho.

-¡Cómo que no! ¡Vd. vende a buen precio y Vd. se lleva el mejor potro de la feria! Y no se hable más, traer aquí las manos y sellemos el trato como los hombres, con un buen apretón de
manos.

Había veces que llegado a este punto, se cerraba el trato en 275 pesetas, con el buen apretón
de manos, pero podría ocurrir que o bien el vendedor o el comprador no cedieran y el trato no
se hacía.

Recuerdo que un año al salir del feriado por la tarde, cara casa, montados en la yegua y sin
haber vendido el potro, un comprador le pregunta a mi abuelo, ¿Vende el potro?, la respuesta
de mi abuelo fue cortante y tajante:

― ¡No!

No hubo más conversación. Una vez que nos separamos del tratante le pregunté a mi abuelo_

– ¿No hemos venido a vender el potro, por qué dice que no lo vende?

― Este tratante ha estado dando vueltas en torno al potro veinte veces. Solo busca gangas. Antes que bajarme los pantalones, me lo como.

Cerrado el trato con un buen apretón de manos, la palabra de ambos era respetada. Podía
ocurrir que se pidiese la entrega de una señal a cuenta, y hasta los buenos tratantes la ofrecían
sin más recibo que poner por testigos a las personas que había alrededor.

― A las cinco de la tarde me traerá la yegua con el potro a la zona de carga del camión.

Si bien cada cual habían regateado como feriantes que eran, todo el mundo cumplía su palabra.

-“Allí estaremos la yegua, el potro y yo.”

Una vez que ya habíamos vendido, cualquier vecino del pueblo podía cuidar los animales, o
bien mi padre se quedaba a cargo de las vacas y de las yeguas.

Años 60. Cortesía del libro de César Pérez. Foto obtenida del libro «Cedrillas. Memoria y etnología (1850-2006)«.

Sobre los terneros, los tratos eran parecidos. El objetivo de cada animal podía ser: vivir
para producir nuevas crías, o pasar a un corral de engorde y llevarlos al matadero. En ambos
casos los tratantes se portaban de la misma manera que con los potros, cada uno agudizaba su
ingenio como podía.

El año fue bueno, tengo la yerbera, el pajar y el granero lleno, ¿por qué no compramos una
vaca?

Hasta ahora hemos estado hablando de potros o de terneros. Estos animales no ofrecían
trampa ni cartón, eran transparentes, el comprador solo se equivocaba si había pagado 25
pesetas de más. Pero en los animales mayores, vacas para ser madres o animales de labranza ya
hechos al trabajo, te pueden meter gato por liebre.

-¡Vamos a comprar una vaca!

Ahora somos nosotros los tratantes. Después de dar una vuelta por el feriado, detectando vacas en venta y precio de cada una. Ahora queda rascarse la cabeza, ver por cual apuesto. Me gusta más la de lomo colorado, parece buena vaca. Varios del pueblo van con mi padre a ver la vaca, entre ellos mi abuelo materno. Todos tocan a la vaca como si fuese una burra, le miran los dientes, tiene buena estampa, es noble, no parece tener ningún defecto.

―¿Está preñada? Parece que abraguera
― ¡De San Juan, luego para Pascua, meco tendrá!
― En la mente de mi padre se arremolinaban los pensamientos. Es mucho lo que pide, pero la
vaca es buena, les gusta a todos los que la han visto. Y a mi suegro le apetece comprarla, sino
me la quedo yo, se la quedará él.

Con protocolos de corte de diferencia, apretón de manos, aciertan a cerrar el trato. Avanzada la tarde. La gente del pueblo, con las vacas, decide salir en dirección al pueblo. Mi padre con sus vacas, junto con todas del pueblo, más la nueva cogida del ramo por los cuernos como una burra, salen del feriado sin problemas y orgulloso de su compra.

-¡Suerte la mía!

Me había quedado en el ferial con mi abuelo, no pude ver lo que aconteció con la vaca, pero después de saber todo lo que pasó, doy gracias de no haber subido andando con mi padre. En esta ocasión ya tendría yo unos siete años. Nada más llegar al río, la vaca bebió agua y desde ese preciso instante se convirtió en vaca brava, como las de torear. Mezclada con todas las vacas que subían al pueblo, mi padre y todos los acompañantes iban protegiéndose de la vaca.

– Aquella vaca mansa como una burra, ¿donde está?¡ Esto no es gato por liebre, es gato por león!.

Con ayuda de todas las personas que acompañaban a mi padre y mezclada con los otras vacas, la brava entró en el corral. Dicha vaca fue vendida perdiendo mucho dinero a los medieros de la masía de la vega (el tío Gaspar y sus hijos Gaspar, Demetrio, Felipe y Ramón). Estos aguerridos mozos, eran más bravos que la vaca. Subieron desde la masía con cuatro vacas, sacaron a la brava y las juntaron, la llevaron a la masía y a finales de noviembre fue toreada por ellos y otros mozos que acudieron del pueblo. Una vez toreada, la mataron. Buenas cecinas harían porque la vaca
estaba gorda.

De esta historia, la lección es clara: “no te puedes fiar ni aun de lo que veas”. Mi padre siempre
decía:

– “Si no la compro yo, la hubiera comprado mi suegro, mi abuelo materno”

Dicen que si a una vaca brava le dan de comer yeros, se queda tranquila como una burra, pero no ha de beber agua. Este y otros eran los comentarios de experiencias pasadas a otros.

Años 70. Foto obtenida del libro «Cedrillas. Memoria y etnología (1850-2006)«.

Pero quiero situarme en el momento de haber vendido nuestro potrillo, disponer de tiempo y
dar una vuelta con mi abuelo al mercado de animales de labranza. Una pared llena de animales
atados: yeguas, burras, machos y mulas.

“A macho viejo buen aparejo”

Esto lo harían todos, ponerle los mejores aparejos, para que adornaran el animal y de paso taparan todas las tocaduras (rozaduras) que llevaban. Cada persona tiene un tipo de animal para vender, más jóvenes o más viejos, de más envergadura o un poco esmirriados: Tiene unas necesidades económicas que le obligan a mantenerse firme en el precio que él mismo asigna a su animal, o bajar el precio, porque, sino, no lo venden. Todo esto estaba expuesto y atado en la pared. Pero también lo opuesto se encuentra en el público comprador, hay compradores de todas las necesidades y de todos los bolsillos. De ahí el dicho “mala feria sin no hay nada para vender”.

Nos quedamos sentados mi abuelo y yo en un ribazo, observando este tipo de mercado. Hoy
un posible comprador de la maquinaria de tractores, pensaría, lo fanfarrón que iría montado
en un tractor de esos de cuatro ruedas iguales, ¡parecen gigantes!. Pues entonces lo mismo,
las mejores caballerías, eran altas, fuertes, con mucha vara y garrón, ¡como lucirían bien
aparejadas! más de uno se imaginó con la novia montado en tan bonito animal.

Foto obtenida del libro «Ecos de la Feria de Cedrillas. 125 aniversario»

Les miraban la boca para ver la dentadura, por ella calculaban los años del animal. Les tocaban
las patas, de arriba abajo, para comprobar dos cosas: que era noble y que no tenía ningún
punto que le doliese, igual que el casco de la pezuña, por si alguna vez había sido enrejado por
el aladro (arado). También les gustaba quitarles el aparejo. Son animales que han estado
trabajando toda su vida, algunos muy duramente, con malos amos y peores aperos. Solían
llevar tocaduras producidas por la albarda y la cincha. Una tocadura mal curada dejaba la piel
fina y a poco de roce, volvería a sangrar. El siguiente punto a revisar sería el cuello y pechera,
también por lo mismo, las tocaduras del collerón y el yugo. En el cuello también se les
producían granos que se llamaban barros. Un macho con barros, al ponerle el yugo, tendría la
misma sensación que una persona que llevase un gran corte y otro le estuviese frotando el
corte. Finalmente el posible comprador le pasaría la mano por el lomo hasta llegar al rabo y al
soltar el rabo por la punta del pelo observaba la estampa del animal.

– ¡Me gusta! Pero quiero ver cómo se comporta con el carro.

Había varios carros de ruedas de hierro con sus diferentes aperos para enganchar los animales
al carro (bien de varas, o de punta). Era un macho romo de color bayo, bonita estampa y fino de empuñadura. Estos machos son buenos trabajadores, (hijos de burra y caballo) pero son de menos poderío que los yeguatos (hijos de yegua y burro). Lo engancharon al carro. Rápidamente suben al carro una docena de personas, frenan las ruedas. Había un palmo de barro y estiércol en el suelo. El macho se comportó bien, tiraba del carro con esbeltez y nervio, con las ruedas arrastras y cargado con los doce hombres.

― Se ha comportado bien pero quiero verlo la cuesta arriba “que en la cuesta arriba quiero mi
burro, porque la cuesta abajo, yo me la subo”.

Había una cuesta con mucha inclinación para subir a las eras del feriado. Encaminan al macho
hacia la cuesta, con las ruedas frenadas y los doce acaballo. El macho ve la cuesta, desde el
inicio comienza con todo su ímpetu subiendo, al principio casi corriendo. Poco a poco su paso
fue ralentizándose, hasta quedar parado. Metía los riñones a fondo, sus dos patas traseras
tersas hacia atrás y las delanteras como queriendo agarrar cualquier apoyo en la tierra que le
permitiese avanzar. El animal no podía con la carga, pero seguía tirando del carro, se quedó sin
aliento, su ahogo le hizo caer de rodillas, pero no dejaban sus remos traseros de seguir tirando
del carro.

―“¡Desatarlo, que se ahoga! gritaba el propietario.
― ¡Es un buen macho! ¡Lo ha dado todo!

– ¿Has visto Eliseo? Me decía mi abuelo. Hace más el que quiere que el que puede, no se ha rendido.

– Si sabe lo que compra, no le defraudará, simplemente que no le ponga más carga de la que pueda llevar.

Al poco rato pusieron al carro un macho yeguato de casi dos metros de altura. Bonito animal,
este podía servir para fardar. Como era un macho de mucha envergadura, había que ponerle más peso. Idearon la manera de llevar dos carros unidos, uno atado al otro, los dos con las ruedas frenadas. El macho respondió bien en el barro. Subió gente en el primer carro para hacer peso y el macho parece que iba sobrado. Lo conectaron a la cuesta arriba. La encaró bien y con fuerza, sus poses eran gallardas. Cuando estaba casi al final de la cuesta, el animal cansado, se paró; el peso de los dos carros le arrastraba n cuesta abajo. El macho cuando vio que se le apoderaba, se derrotó y dejó que los carros lo llevasen arrastras.

― Es un macho con mucha fuerza, pero blando, no te sacara de ningún apuro. Fue el comentario de mi abuelo.

Al minuto pusieron una mula torda, de volumen y bien parecida. Al engancharla al carro, no
paraba de mover la cabeza. Dice el dicho que “a mula joven, ramo corto”, si se descuida le
muerde. Al hacerla para detrás y encararla en la varas delcarro, no le gustaba mucho, al
impulso del dueño con el ramo (riendas), la mula gruñó. Antes de que subiesen los doce al
carro, la mula se puso con las patas delanteras rampantes (levantadas), estaba muy nerviosa.
En sus vueltas por el barro la mula se comportó, porque tenía fuerza para llevarlo, pero con el
nerviosismo, piso al dueño que la llevaba del ramo. Este le tiró de la sarreta, presionándole el
morro, lo cual le gusto menos a la mula. En la cuesta arriba, daba brincos, sin ritmo ni estilo. A mitad de la cuesta, de los doce de carga, por miedo, bajaron del carro más de la mitad. Aliviada la carga, la mula consiguió llegar a las eras.

― Ves Eliseo, es la única que ha subido arriba. En una competición habría ganado, pero yo no la
quiero para mí, y ¿sabes por qué?
― El primer macho, el bayo, jamás le dará problemas al dueño, si este es consciente de lo que
el macho puede llevar. El segundo macho, puedes presumir de ejemplar si lo engalanas, pero
en el carro, no presumirás del volumen cargado, porque si alguna vez lo haces, te arrepentirás.
La mula ha subido la cuesta, pero cada minuto de su vida puedes estar arrepintiéndote de ella,
porque cada minuto puede ser una incógnita.

―¡Bravo chaval! Para algo habrá valido la feria.

Al poco una cuadrilla de gitanos se acercó por la exposición de animales. Iban mirando los
animales de desecho, todos los más viejos. Animales que habían dado todo su aliento en
esta vida tirando del carro o del aladro (arado). Animales que el momento de su mejor vida
había llegado, pero sería por poco tiempo. Estos eran comprados para meterlos en la cuadra,
engordarlos un poco y llevarlos al matadero. Para hacer chorizos, decían.

Yo siempre he sido niquitoso con la carne, por mi mente, siempre pasaba la incógnita de quién
se comería esos chorizos. A las personas que trabajan en oficios duros se les hacen callos en las
manos, ¿Cuántas callosidades tendrían estos animales en los lomos producidos por las
albardas; en el cuello, por collerones y yugos? y las propias piernas, serian músculos duros y
nervios.

Como la tarde avanzaba y todavía teníamos que llevar el potro al cargadero decidimos marcharnos del espectáculo. Pasamos a la hora convenida a entregar el potro. Era atado con una cuerda y conducido hasta el camión. Previamente había que pagar la guía.

En las proximidades de la ermita de Cedrillas, al comenzar el feriado, había una casita pequeña, allí debías pagar la guía que expedía el veterinario en presencia de la guardia civil. Dicha guía era el documento que autorizaba al comprador a llevarse y transportar el potrillo desde la feria hasta el lugar de residencia del comprador que, como ya he dicho, la mayoría eran valencianos.

Ya hemos terminado y la tarde avanza ¡vámonos ya para el pueblo! Montaría mi abuelo en la
yegua y yo a su espalda. Si hubo conversación, seguro que sería en relación con lo aprendido
en la feria.

― Bueno, Eliseo. De lo aprendido con los machos, estoy satisfecho, pero no tengo claro ¿qué
has aprendido en la venta del potro?
― ¡Puff! Largo fue el día, ya ni me acordaba que había pasado, en mi mente solo estaban las
escenas de los carros. Pues abuelo, lo primero que hemos hecho es estar orgullosos de llevar el
mejor potrillo.
― ¡No te pases!
― Ha dicho, debemos pensar que lo nuestro es bueno o muy bueno, para defender bien el
precio. Lo segundo es, no apresurarse a vender, estar atento al precio de los demás,
contrastarlo con otros potros de la feria. Tampoco había que descuidarse, porque te puedes
quedar sin vender. Ha valorado alto el potro con arreglo a lo que hemos visto, porque para
bajar siempre hay tiempo.
―¡Bravo muchacho!
―Los precios nunca se dicen más que a los de casa. Si vendes bien te tienen envidia, celos y
rabia. Si vendes mal se te ríen. Así que chitón.

El lector comprenderá que si bien es cierto lo que cuento del tamaño de la feria, de cómo
bajaba con mi abuelo a la corta edad de cuatro años. Que vi las formas de tratar, a los
tratantes valencianos y a los gitanos. No es menos cierto lo que cuento de la formas de
comportarse los animales en el carro, pero esto, lo aprendí compartiendo mi vida y trabajos
hasta los veinte años con yeguas y machos. Luego, de las conversaciones con mi abuelo, jamás
fueron tal y si que existió el ribazo, donde nos sentábamos a descansar y a comer. Mi único
premio además de la experiencia vivida, consistía, en un trocito de turrón duro que me traían
cuando habían ido hacia el centro de Cedrillas, bien mi abuelo, o bien mi padre.
El ejemplo y la conducta del macho romo, el yeguato y la mula, no trata de definirlos por su
forma de ser según de quien sean hijos. Solo pretendo dar a conocer, conductas distintas, de
animales distintos, sin desmerecerlos para nada por su naturaleza. Los había muy nobles y
buenos trabajadores de los tres gremios.

Foto procedente del libro «Cedrillas. Memoria y Etnología 1850-2006».

En el relato de la feria, hago constar que mi abuelo dice: es madre de semental. Si bien es
cierto que un potro hijo de la yegua de mi casa lo compró Pedro Bielsa para semental,
―conocido por todos por la parada del tío Pedro― No puedo asegurar que fuese este caballo
el descendiente de mi casa, pero sí nos da una imagen del poderío de los caballos de estas
tierra

El autor del artículo con la edad de once años sobre una yegua de Emiliano Guillén.

Eliseo Guillén (Monteagudo del Castillo)