LOS PAISAJES DEL CHOPO CABECERO

El paisaje, la percepción humana del país

El paisaje es una manifestación de los procesos naturales o de origen humano que tienen lugar en un territorio. Su dinámica depende directamente de las relaciones establecidas entre la sociedad y su ambiente, mediante la que se construyen estructuras cambiantes a lo largo del tiempo.

El chopo cabecero: cultivo y manejo de un árbol autóctono

El chopo o álamo negro (Populus nigra) es una especie ribereña propia de Europa donde se encuentra con su porte natural. En la cordillera Ibérica de forma tradicional se ha cultivado y gestionado como árbol trasmocho para producir madera de obra, leña y forraje. Es el chopo cabecero, muy raro fuera de estas montañas.

Esta técnica de gestión se produjo en territorios montañosos en los que desaparecieron los bosques autóctonos para proporcionar tierras de cultivo y pastos. La plantación de chopos negros en las riberas y la corta periódica de sus ramas proporcionaba recursos forestales y compatibilizaba el aprovechamiento ganadero de las vegas, además de proteger las fincas cercanas de las avenidas. Es un ejemplo de aprovechamiento agrosilvoganadero.

Un paisaje con personalidad propia

El chopo cabecero es un elemento esencial en la construcción de los paisajes turolenses. Árboles viejos que acompañan a ríos y arroyos, arboledas que conectan montañas con  tierras bajas. Árboles «candelabro» que rompen la monotonía de los espacios agrarios, dedicados a cultivos de especies herbáceas, en tierras de labor, como al pastoreo, en las laderas no laboreables. En muchos lugares las arboledas de chopo cabecero son los únicos ambientes forestales en muchos kilómetros cuadrados.

Un árbol, muchos paisajes

En el sur de la cordillera Ibérica los bosques ribereños originales hace siglos que fueron transformados en espacios agrarios. Actualmente, en su mayor parte, están dedicados a cultivos intensivos de regadío, pequeñas huertas familiares y plantaciones de chopos híbridos, aunque algunas parcelas se han abandonado volviendo a ellas carrizales y otros herbazales propios. Las dehesas o las líneas de chopos cabeceros que acompañan a los ríos separan los cultivos del cauce y crean un espacio donde crecen prados frescos y algunos arbustos.

Junto a las acequias construidas para irrigar estos espacios agrícolas o para alimentar molinos se plantaron alineaciones de chopos que se hicieron cabeceros, para aprovechar el agua, reforzar los taludes y producir madera. Así se extendían las arboledas hasta el margen de las terrazas fluviales.

También se plantaron en las orillas de los riachuelos que descienden por barrancos y ramblas. Forman corredores forestales entre campos de secano o pastizales. Son el único elemento vertical en grandes espacios y tienen un gran valor escénico.

Otros fueron plantados cerca de manantiales y de fuentes, generalmente para favorecer la desecación de los terrenos encharcados (chumarriales) y conseguir su puesta en cultivo. Pueden verse también en ribazos entre campos de secano con suelos frescos donde ofrecían sombra al labrador durante su descanso y funcionaban como pararrayos naturales.

Aunque menos comunes, también crecen sobre las gravas del lecho de cañones fluviales donde ofrecen paisajes en los que los viejos árboles trasmochos contrastan con los roquedos. En algunos barrancos las arboledas de chopos cabeceros contactan con los robledales, carrascales o pinares que cubren las laderas de las montañas.

Un paisaje cambiante

Por su condición de árbol caducifolio el chopo negro participa en la estacionalidad del paisaje de las riberas y de las vegas cultivadas. Con cambios cromáticos. Verde brillante en primavera, verde oscuro en verano y amarillo en otoño. Y, tras la caída de las hojas, en la desnudez de los largos inviernos en la estructura del paisaje. Muestran entonces su silueta de árbol «candelabro», con sus cortos y gruesos troncos, sus complejas cabezas y las largas vigas que en ellas se ensamblan. Una arquitectura vegetal de viejos árboles trasmochos que conforma el armazón y las líneas de fuerza de los paisajes agrarios de unas sierras de clima frío y seco.

La identidad del territorio y de un pueblo

La Convención Europea del Paisaje afirma que «el paisaje es la cultura territorial de un pueblo«. Es identidad y memoria. El paisaje refuerza el cariño a la tierra ya que es el producto de la acción de muchas generaciones sobre el entorno natural.

Las arboledas de chopos cabeceros son resultado del trabajo de las gentes que junto a ellos ha compartido sus vidas. Cada árbol es como una escultura viva siendo los labradores los artistas. Esta actividad ha construido un paisaje con personalidad propia y que caracteriza a un territorio y a una comunidad humana. Es, al mismo tiempo, un paisaje muy singular en el contexto europeo, en el que la naturaleza y la cultura se dan la mano.

Chabier de Jaime Lorén