POR LA AVELLANERA DEL TORMAGAL

UNA EXCURSIÓN CON EL AULA DE ALLEPUZ

3 de junio. Mañana soleada. Iniciamos una actividad extraescolar programada entre el Aula de Allepuz del C.R.A. Palmirá Plá y el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra para reconocer y disfrutar del patrimonio natural y cultural del valle del río Sollavientos a su paso por el molino del Tormagal.

La primavera ya viene entrada en la sierra y nos lo recuerda la espléndida floración del sabuquero que encontramos al poco de salir del colegio …

y el verdor de los prados y del bosquecico de la umbría de la Dehesa ….

Salimos del pueblo por las antiguas eras donde se levantan hermosos pajares …

Hacia el norte, sobre el valle se levanta el Cinglo, una cresta que se extiende hasta el puerto de Sollavientos. Se trata de un estrato calizo que descansa sobre otro, más potente, de margas, antiguamente cultivado mediante terrazas a pesar de su notable pendiente y actualmente cubierto por aliagas y por otras matas que lo protegen de la erosión.

Estas margas son unas rocas sedimentarias que se depositaron en ambientes marinos próximos al litoral. Junto a estos sedimentos también lo hicieron unos pequeños organismos unicelulares planctónicos conocidos como orbitolinas. Parecen pequeñas lentejas y, en ocasiones, se encuentran cementados y formando bloques masivos.

El camino asciende por una calzada aún bien conservada …

… hasta alcanzar el peirón de San Cristóbal y el inicio del Camino de los Pilones, en su tramo desde Allepuz hasta Villarroya de los Pinares ….

Una amplia planicie rocosa, un páramo, se asoma al valle. Es un paisaje abierto, casi desarbolado, en el que los erizos, las jadreas y los enebros, resistentes todos a la sequedad del viento, a la intensa insolación y a la escasa retención hídrica del suelo, consiguen sobrevivir.

Es un paisaje creado por el intenso y prolongado aprovechamiento ganadero de estos montes, pues en su origen se estaba cubierto por pinares, como puede verse en algunas zonas de los montes que asoman en la margen izquierda del valle. De hecho, la ruta que estamos siguiendo es una cañada real, una vía que utilizan los ganaderos durante la trashumancia.

Seguimos las señales de un sendero conocido como Vuelta a Sollavientos (PR-TE 78), marcado con postes de madera o con pintura sobre roca, siempre con dos líneas paralelas amarillas y blancas.

Una señal nos indica que llegamos a la Cueva de la Boina. Es posible que el origen del nombre de esta cavidad no sea la tradicional gorra plana y redonda empleada hasta hace poco por los hombres de campo, sino un pequeño mamífero carnívoro, la «uina«, denominación popular en la zona de lo que en otras tierras se conoce como garduña, propia de los roquedos y de los entornos humanizados. Sospechamos que, en su origen, sería la cueva la Uina.

La cueva no es muy profunda y ofrece una estancia algo alargada. Hay evidencias de haber sido utilizada y de haberse hecho fuego en su interior. A pesar de la proximidad del pueblo.

Al salir, volvemos al sendero. Las crestas del cinglo están cubiertas por una mata de forma almohadillada, ramillas espinosas y pequeñas flores blancas: la aliagueta.

Tiene cierto parecido con el erizo, pero muy diferente origen evolutivo. Se parecen por que han resuelto los mismos problemas ambientales (suelos pedregosos, viento intenso, insolación) con adaptaciones parecidas (hojas pequeñas, forma achaparrada, raíces profundas) pero pertenecen a familias muy diferentes.

La ruta sigue en paralelo al cinglo y, por un portillo, comienza a descender …

… hacia el valle, cruzando la carretera y volviendo a remontarlo por su margen derecha.

Los altos chopos forman la ribera del río Sollavientos.

En lo alto, en la margen izquierda del valle, destaca otro cinglo. En realidad, son las mismas calizas que encontramos en la cueva la Uina. Bajo las mismas, igualmente, se encuentran las margas que por su contenido en arcilla, retienen mejor el agua y favorecen el desarrollo de la vegetación. Sobre las mismas destaca el verdor de la avellanera

Y, a nuestra derecha y entre los árboles, el molino del Tormagal

La senda se va introduciendo entre los arbustos …

… y se dirige hacia el río, que hay que vadear pisando sobre unos bloques …

… no sin hacer algún que otro equilibrio.

Abandonamos el sendero que remonta el peñasco y nos internamos en la avellanera.

Los avellanos crean un ambiente umbroso. Sus amplias hojas filtran la luz del sol que casi no llega al suelo. Plantas delicadas crecen en estos ambientes. Es un arbusto propio de los bosques caducifolios del centro y oeste de Europa. La avellanera de El Tormagal, en un ambiente mediterráneo, es toda una singularidad.

El sendero serpentea y desciende hacia el río Sollavientos. El desnivel lo resuelve mediante una serie de saltos.

La violenta caída del agua sobre las piedras nos atrae poderosamente la mirada.

Es el momento de almorzar y de remojar los pies en el agua. Tan fría, tan trasparente.

Y seguimos la marcha por el bosque …

Soleándose sobre un tronco encontramos un pequeño escurzón

Lo dejamos tranquilo y seguimos por nuestro sendero que nos acerca al molino. Salimos de la avellanera y pasamos junto a una serie de bancales, antaño cultivados como huertas, hoy en plena recuperación de la vegetación original.

Retomamos el sendero por el que vinimos hasta dejarlo para bajar al río.

En la margen derecha pasamos junto a un manantial que surge de la roca: la fuente de los Baños.

La sombra de los chopos cabeceros nos acompaña y lo agradecemos, pues el sol ya está alto.

Y, acompañando al río, llegamos al merendero de la fuente de los Berros, donde aprovechamos para hacer una parada y ver el manantial.

En el borde del cinglo, en el Morrón Royo, la disolución de la caliza ha creado unos agujeros que, en su conjunto, parecen los de una calavera …

… y le da al peñasco un aire siniestro.

Cruzamos el río de nuevo y ascendemos por una ladera de fuerte pendiente en la que aparecen las margas que vimos al inicio de la ruta. En algunas zonas, son muy comunes los fósiles de erizos de mar, otro testimonio del origen marino de estas rocas.

Y salimos a la carretera. Uno tras otro, vamos entrando en el pueblo y nos dirigimos al colegio, donde nos despedimos.

¡Felices vacaciones!