CUANDO SE DESNUDA EL ALTO ALFAMBRA

La llegada del frío desnuda el paisaje del Alto Alfambra. Con él llega el silencio que lo envuelve en la melancolía de los recuerdos. Al recorrerlo en solitario descubres la imponente figura de los viejos árboles trasmochos que estiran sus ramas hasta el cielo.

Bajo ellos una tupida maraña de espinos en ocasiones hace impenetrable el paseo por la orilla del río.

Arboles y arbustos han perdido sus hojas, el color verde solo lo conserva el aligustre que se resiste a desteñirse y desprenderse de ellas.

La cortina frondosa que ocultaban el fondo durante el verano, es ahora un velo transparente a través del que penetra una luz que lo ilumina. El suelo, una alfombra de hojas secas que amortiguan los pasos.

Quedan al descubierto los nidos en las horquillas de las ramas. Los de los córvidos, los zorzales… los jilgueros. Las voces que sonaron durante la primavera y el verano en esta selva.

Descubrimos la arquitectura que había quedado oculta por la frondosidad de la ribera. Viejos pajares de dos pisos. El de la planta baja con pesebres para guardar las caballerías.

También, como el del Molino de Jorcas, con las cochineras donde engordaban el cerdo.

La planta de arriba, con un suelo de tablas de madera agarradas a vigas de chopo, para guardar el heno con el que alimentar a los animales. En ellos todavía permanecen los últimos aperos, los restos de la hierba segada hace no se sabe cuantos años. Estarán allí hasta que las vigas cedan comidas por la carcoma y caiga todo el tejado sobre este trozo de la historia más reciente de este lugar. Se pierde la memoria, los trabajos del campo y con ellos las palabras que les ponían nombre.

Los campo de cultivo duermen. Algunos están recién sembrados, otros con la última labor del tractor que ha envuelto el estiércol con la arcilla. Los hay también en barbecho y aquellos abandonados por la propiedad a su suerte en los que la naturaleza silvestre avanza.

Todos esperan un invierno que los arrope con una capa de nieve en sus días más fríos. La misma que al derretirse los llenará de agua para que renazca la vida en toda la comunidad vegetal.

Al aproximarse diciembre inician el desove las truchas. Ascienden por el río buscando las aguas más limpias y puras. Las hembras limpian la grava de algas, quieren que las huevas se desarrollen con la mayor cantidad de oxígeno. Esos claros en las gravas del río indican el lugar donde depositaran las huevas. En ellos la hembra expulsan a otras competidoras, en paralelo a ella el macho dominante se enfrenta al grupo de merodeadores buscadores de una oportunidad para fecundar la puesta.

El blog del Parque Cultural del Chopo Cabecero publicaba días pasados una entrada en la que divulgaban una publicación de Diego Mallén que incluía un tramo del GR199 Ruta del Chopo Cabecero del Alfambra como uno de los senderos para hacer en familia. Os recomiendo realizarlo primero sin compañía. Sólo así podréis transmitir a vuestros hijos, a vuestros amigos cuando los acompañéis en la excursión, los sentimientos que afloran al recorrer estos paisajes.

La observación de celo de las truchas, con sus persecuciones en las que, en ocasiones, llega a salir casi todo el cuerpo del agua, allí donde la corriente corre por un cauce con apenas unos centímetros de profundidad.

Divisar la cola anillada y la espalda del gato montés, atravesada con una intensa mancha negra, mientras huye y se esconde entre los espinos que crecen bajo el viejo chopo con enormes huecos donde seguramente se refugiará.

Gato montés. Foto: Carlos Pérez Naval

Al zorro que hemos descubierto fuera de su madriguera.

Imaginar a la escurridiza nutria, difícil de ver, pero que adivinamos su presencia por el excremento que ha dejado en una de las piedras que utilizamos para atravesar la orilla del río, con un fuerte olor a pescado, y que al secarse adquiere una textura de ceniza de la que caen las espinas y los caparazones de cangrejos.

Excrementos de nutria. Foto: Chusé Lois Paricio Hernando

Contemplar zambullirse al martín pescador desde el posadero en la rama que atraviesa el río y verlo regresar con un alevín fuertemente agarrado por su largo pico.

Martín pescador. Foto: Carlos Pérez Naval

Adivinar si ha sido el azor o el gavilán quien ha dejado un desplumadero del zorzal en la hierba junto a la acequia.

Gavilán común. Foto: Carlos Pérez Naval

Son sensaciones que apenas duran unos segundos, pero que es necesario sentir para construir un relato.

Ángel Marco Barea