EL CENTENO Y EL ATADOR

Hoy quiero traer a la memoria de todos aquellos que son de mi edad, o mayores que yo, un recuerdo, y para aquellos más jóvenes un testimonio de vida.

Quiero hablaros de la figura del atador, del vencejo y la encañadura. Figuras todas ellas solo conservadas en los recuerdos de gente como yo, privilegiadas por haber vivido una época pasada, que si bien no la añoramos para nada, ella hace que nos inunde de  grandes sentimientos, a veces gratos, otras no tanto.

Hoy las cosechadoras han dejado en el olvido estas figuras, si bien constituían una forma de vida.

Hablar de la siega. Cómo su nombre indica, siega, y pensar en ella, es traer a la memoria un hombre, una dalla, un campo de trigo, y los remos segados.  A mí, me viene la imagen de un hombre mayor segando con la dalla, y un casi treintañero como atador de esos fajos de trigo, y preguntándole a mi padre, si no le daba vergüenza al treintañero dejar a su padre con la dalla y hacer de atador él. La respuesta de mi padre fue clara: es mejor dallar que atar.

Puedo decir aquí, que hasta los veinte años, yo también fui como el treintañero, un atador en la época de la siega, si bien tuve la suerte de no tener mi culo arrendado. Pero no es de mí de quien quiero hablar.

¿Quién representaba la figura del atador, aquella a la que quiero honrar con mi recuerdo? Digamos que podía ser: desde quinceañero, hasta que sus fuerzas aguantasen, o mejorase su situación económica. Personajes muchas veces sin más posesiones que sus brazos desnudos, un garrote atador y la manta para dormir en el pajar o la pajera. Gente errante, de finca en finca, de amo en amo. Lo mejor que le podía ocurrir, como poco, era tener que sufrir los pinchazos de los cardos al coger la gavillas de trigo, organizar cuatro de ellas, apretarlas y atarlas en un fajo. Había campos con muchos cardos y no era el segador de la dalla quien se pinchaba con ellos.

Eran gente acostumbrada a sufrir, a aguantar los desprecios, o falta de aprecios, de aquellos amos poco complacientes con sus criados. Citaré dos sucesos:

Imaginemos un amo y un criado atador a la hora de la merienda: una fiambrera y dos tajadas de conserva, una grande y otra pequeña, ¿para quién pensáis que era la pequeña? Efectivamente, para el atador o criado. ¡Oh casualidad, casualidad, la conserva de ese cerdo siempre sacaba una tajada grande y otra pequeña ¡ ¡Oh casualidad, casualidad, la dueña siempre le salía en la tinaja de la conserva, una grande y otra pequeña! ¡Oh casualidad, casualidad, la fiambrera la sacaba de la alforja el amo, y al abrirla era el primero en meterle mano!.

Imaginemos una finca con una familia estructurada como amos: la abuela y el abuelo, el matrimonio y tres o cuatro niños, más nuestro querido atador.  A la hora de cenar, los niños ya habían cenado y se habían ido a dormir. Todos sobre la mesa, un gran plato de tajadas de conserva sobre la mesa, cada uno comen una. La abuela dice: yo no quiero más y tú (al abuelo) no debes comer más, porque luego no puedes dormir. El señor de la casa dice: pues yo merendé mucho y tampoco tengo hambre, la mujer no se lo piensa y quita el plato de la mesa. ―Bueno pues tendremos que irnos a dormir, dice el señor. El criado atador se levanta de la silla y se predispone a ir a dormir al pajar, más como quedó con hambre, sus tripas le avivan el presentimiento y vuelve a la casa, encontrando a los cuatro con las manos en el plato. De aquí solo surgen dos posibilidades: una, que se despida el criado, dos, que a la noche siguiente se dé de comer como debe ser al criado sirviente. Más si este criado atador, se calla ante el dueño segador, por miedo a perder los cuatro jornales, que más no han de ser, por su mente pasara aquello de que este dueño otra vez no me joderá.

Son situaciones contadas por aquellos que fueron atadores y que dicen aquello: “ El que tiene el culo arrendado….”

Quiero darle vida también al centeno, cereal que en mi época se sembraba con una sola misión, ella era: convertirse en vencejo, la atadura de los fajos, que podían ser: de trigo, avena, cebada, piprigallo, o hierba.

El centeno, producía un grano muy delgadito y alargado, con poca harina, el cual lo hacía poco apreciado― hoy no se siembra por nuestras tierras nada de centeno― y en aquella época se sembraba un pequeño garreto (bancal) con la finalidad mayoritaria de convertirse en vencejo, o en encañadura, para esto era muy apreciado ya que tenía una cañota muy alta, hasta más de metro y medio podía llegar a medir.

Presento aquí tres fotografías de las distintas modalidades de vencejo. Como he dicho, hoy no se siembra por estas tierras el centeno, con lo cual permitirme que haga una pequeña trampa, son de trigo, ya que de centeno no dispongo.

Foto de vencejo nudo de cruz

El vencejo de centeno, al tener la cañota larga, siempre se hacía el llamado: nudo de cruz. Mayoritariamente se utilizaba para atar los fajos de:  piprigallo, hierba, avena, cebada y  trigo pequeño, que en aquella época se llamaba Estrella, o el famoso Florencia Aurora, trigo destinado exclusivamente para hacer el pan. Tanto el Estrella como el Florencia Aurora, eran espigas sin raspa.

El trigo con raspa, el llamado Puro, luego Negrete, eran trigos con cañota de metro de alta y flexible, con lo cual se hacia el vencejo de ligarza. Los años de sequia, el trigo se quedaba muy corto de cañota, con lo que el atar los fajos, se debía hacer con vencejo de centeno, o con vencejo de trigo pero con tres ligarzas.

  Foto del vencejo de trigo con dos ligarzas.
Foto del vencejo de trigo con tres ligarzas.

El vencejo y el garrote de atar, deben estar ligados, como carne y uña a la figura del atador.

 Imitación del garrote de atar, realmente eran del árbol llamado almez, del cual se fabricaba todo tipo de herramientas como las horcas de aventar.

El centeno ha sido el vencejo por excelencia, pero también la encañadura. Os contaré qué era eso de la encañadura.

Como ya he dicho, de centeno se sembraba un pequeño bancal, con el fin de utilizarlo de vencejos mayoritariamente. Había que guardar al menos unos fajos de centeno para hacer semilla y encañadura. Como solo eran unos fajos, pues no se trillaba en parva, y la forma de extraerles el grano sin deformar la cañota era: golpear las espigas en puñados de centeno contra las piedras del trillo, este en posición inclinada en el suelo. El grano saltaba de la espiga. El centeno estaba entero con su metro y medio de longitud y esto constituía lo que se llama la encañadura. El grano recogido, era la simiente del año próximo, y la encañadura, al ser despojada del grano, podía almacenarse sin miedo a que los ratones se comiesen la espiga.

La encañadura mayoritariamente era una reserva para el año próximo. Si el año ha sido muy seco, si no se podía hacer vencejo del trigo de raspa, si el centeno sembrado quedó muy corto, se podía utilizar como vencejo, simplemente había que humedecerlo con agua y volvía a ser flexible y a tener consistencia. Yo recuerdo que en el pajar de mi casa siempre había un atado de encañadura colgado en alguna pared.

Todo esto que he contado, lo he vivido, más como procedo de una familia en la cual mi abuelo fue bastero (aparejo de caballería de gran tamaño, pues una burra, o un macho romo llevarían albarda). La encañadura se utilizaba para hacer aparejos, como relleno. Todos los aparejos tienen una parte fuerte o armazón que normalmente eran de madera. La madera se revestía de encañadura, normalmente atada o cosida con hilo de palomar. Cuánto más encañadura se añadía, más colchón formaba. Hay que pensar que la lana era muy cara y una forma de ahorrar, era poner encañadura; a más encañadura, menos lana utilizaba el bastero en su baste.  Añadiese lana o no, dependería del tipo de aparejo, si queríamos que ofreciese un tacto suave, pondría más lana, un poco más consistente, pues menos lana; cerraría el aparejo con piel de cabra por arriba y fieltro por bajo.

El descosido del collerón nos enseña perfectamente la encañadura compactada

La encañadura también se utilizaba para hacer cestos como los que aparecen en la imagen, si bien no puedo justificar que estos sean de paja de centeno. En mi memoria hay un cesto de paja de centeno que lo utilizábamos como canasto para recoger los huevos del gallinero.

Igualmente, habréis oído la palabra jergón. El jergón era un colchón hecho con encañadura de relleno. En mi época el jergón no estaba en ninguna cama, pero estaba todavía en un rincón de la falsa, por aquello de si un día hace falta.

Eliseo Guillén Daudén

(Monteagudo del Castillo)