EXCURSIÓN A LA PIEDRA GALIANA

UNA ACTIVIDAD EXTRAESCOLAR DEL AULA DE GALVE

La Piedra Galiana es uno de los parajes naturales más queridos por los vecinos de Galve. Es un acantilado espectacular y un mirador natural de la Muela y de los Ríos Bajos.

Sin embargo, la mayor parte de los niños y niñas del Aula de Galve no lo conocen. Por ello la profesora Noelia y yo pensamos que podía ser el destino de una excursión primaveral. Está situado en la margen derecha del río Alfambra, justo enfrente de la Muela, el paraje al que fuimos el pasado curso con los más mayores.

La ruta es lineal, de una longitud de 2,5 km (con la vuelta, 5 km) y de tan solo 110 m de desnivel. Muy fácil.

Salimos por un camino que lleva a los pajares y a las eras que hay en la entrada del pueblo …

donde los propietarios almacenan aperos agrícolas, materiales de construcción y la leña de las últimas escamondas de chopo cabecero …

… para que vaya secándose de cara a la llegada del otoño.

La senda sube por un pequeño barranco. En la margen derecha se aprecian dos tipos de rocas. Unas grises y blanquecinas que ascienden hasta lo alto del monte son areniscas y calizas. Otras rojizas, son arcillas, se extienden por el fondo del barranco.

Las arcillas retienen bien la humedad y al estar en un curso de agua temporal hacen posible que prosperen los álamos canos, tan característicos con su corteza blanca y sus hojas redondeadas y verdeazuladas, que llegan a formar un bosquete …

En la cabecera prospera, además, un matorral de espinos que crece formando una masa densa, posiblemente favorecidos por la existencia de algún pequeño manantial. Es como un oasis de verdor en un entorno deforestado.

Nos acercamos al bosquete tomando una senda que parte de la carretera antigua.

Detrás del bosquecillo encontramos unas pequeñas terrazas con unos muros de piedra que evitan que se caiga la tierra. Son bancales. Estas parcelas se cultivaban en una época en la que había mucha necesidad de tierra agrícola aterrazando el monte con mucho esfuerzo. En la actualidad estas parcelas, al tener una superficie muy pequeña y al no poder entrar la maquinaria agrícola, están abandonados, cubiertas de hierbas y de algunas espinos.

Seguimos remontando el barranco. En un bancal más alto encontramos unas fantásticas sargas, posiblemente centenarias, que habían sido recientemente podadas. Lo sabemos por que las ramas son muy jóvenes, lo que contrasta con el tronco viejo. Nos sorprendió cómo podían sobrevivir en un terreno tan seco.

Nos acercamos a ver el tronco. Tenía multitud de huecos y abundante madera muerta. Justo lo que necesitan las numerosas especies de animales invertebrados y los hongos que viven sobre estos viejos árboles. Y nos llevamos un recuerdo de los mismos: una foto.

Dejamos el fondo de barranco para subir por otros bancales abandonados por donde salimos a un camino. Pudimos ver que el cultivo en terrazas exige el mantenimiento de las paredes de piedra pues, si estas se caen, el agua de las tormentas acaba creando barranqueras y se erosiona la tierra del campo. Trabajo para construir y trabajo para mantener. ¡Cuánto trabajaron nuestros antepasados!

Estábamos en abril, a finales. El mes no ha sido frío, pero sí muy seco. Al principio de la primavera florece con intensidad la aliaga, esa pequeña mata espinosa que cubre los suelos arcillosos desnudos en terrenos de montaña.

En el pasado, en esta época del año, comenzaban a agotarse las despensas de los frutos y cosechas recogidos durante el verano y otoño anterior, así como los productos elaborados en el matapuerco algo antes de Navidad (salvo los perniles y la conserva de longaniza, lomo y costilla que se reservaban para agosto, la época de la siega). Y, en paralelo, tampoco habían comenzado a producir los huertos, que estaban empezando a plantarse. Por eso se decía este refrán:

«Cuando la aliaga florece, el hambre crece»

En la ladera arcillosa o en los ribazos de los bancales observamos una pequeña mata, muy leñosa, de hojas pequeñas y ásperas y con flores azuladas. Recuerda a un tomillo oscuro, por eso en algunos pueblos le llaman tomarro negro, pero no tiene nada que ver. Salvo que también forma parte de matorrales abiertos muy soleados y de ambientes secos. Nos sorprende la capacidad que tiene para sujetar el terreno con sus raíces. Es un fenómeno protegiendo el suelo.

El camino pasa entre campos que están cerrados por muros formados por piedras que no están unidas por argamasa. Estas paredes no son muy altas, lo justo para que no puedan saltarlas las ovejas. Se construían para tener recogido el rebaño dentro del campo y para impedir que entraran otros ganados, aprovechando también las piedras de los campos.

La técnica de construcción con piedra seca, como así se llama, es muy común en los países de la cuenca del Mediterráneo y está reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad por su interés cultural por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

El camino pasa junto a unas parideras. Son conocidos como los Corrales de la Pisa del Moro. Uno es viejo y el otro nuevo. Y están juntos. Jugamos a buscar las diferencias entre uno y otro. Y a intentar explicarlas.

Los materiales de construcción y las dimensiones son las principales diferencias. Ambas son reflejo de los cambios sociales y económicos en la ganadería extensiva de ovejas. Antaño los materiales se conseguían de la zona. Piedras para el muro, vigas de los chopos cabeceros del río y tejas de la tejería local. Y los rebaños eran mucho más pequeños. Ahora resulta menos fatigoso adquirir los materiales comprándolos y la construcción emplea otras técnicas. Y los rebaños deben ser más grandes para que la explotación ganadera sea rentable.

Nos llama la también atención la notable altura de la pared de piedra del corral viejo. Es probable que fuera una manera de prevenir los ataques de los lobos que en el pasado vivían en estos montes.

Seguimos caminando ….

entre campos de cereal

y barbechos

Estos últimos son campos que se dejan sin sembrar para que la tierra descanse y conserve más agua. En ocasiones se laborean y aparecen como un labrado. En aquellos lugares en los que aún abundan los rebaños de ovejas muchos rastrojos se dejan sin labrar para aprovechar el renacido del cereal que ha caído en la cosecha y las plantas espontáneas que crecen. Uno y otro ofrecen alimento a los rebaños en primavera, antes de la siega. Estos últimos barbechos ofrecen muchas oportunidades también para los animales que viven en los campos.

El camino se va acercando al monte. Son laderas pedregosas en las que la roca caliza, de tonos blanco grisáceo, forma el sustrato. En el pasado todos estos montes estuvieron cubiertos por bosques. Las pequeñas carrascas que salpican estas laderas son vestigios de los mismos.

En su mayor parte los bosques fueron cortados para conseguir bien tierra de cultivo, en los lugares en donde el sustrato puede labrarse, bien pastizales, donde esto no es posible, como ocurre en estos montes.

La carrasca, también conocida como encina en otras zonas, aquí no llega a ser un árbol. Lo que encontramos son matas que se producen por el rebrote de otras tras su corta. Esta planta da una madera con un alto poder calorífico y se utiliza, ahora ya menos, como leña en los hogares. Periódicamente, los vecinos cortaban a ras de suelo los tallos de carrascas del monte y estas rebrotaban dando nuevas matas que no llegaban a convertirse en árbol.

Estos montes deforestados, al carecer de la protección que ofrecían los árboles, fueron perdiendo el suelo por la erosión producidas por las aguas en episodios de lluvias torrenciales. Primero se perdía la capa formada por restos vegetales que se acumulaba en la superficie (mantillo). Después, la fracción más arcillosa, en la que se hundían las raíces de los árboles. En ocasiones, la erosión fue tan intensa que quedó a la intemperie la propia roca que había bajo de ambas capas.

En estas condiciones, tan solo las plantas adaptadas a vivir los roquedos y los acantilados podían crecer bien. Por eso encontramos al erizo creciendo en lomas y laderas suaves, lejos de las crestas y peñascos, su territorio apropiado.

El camino termina en un campo muy estrecho y muy pedregoso. En su margen pudimos ver arbustos como la villomera, con sus bonitas flores blancas, el agrillo, más espinoso y con flores amarillas, así como la galabardera (o rosal silvestre) y la vizcodera (espino blanco), áun sin florecer.

Estos matorrales espinosos son pequeños refugios o lugares que utilizan para criar algunos de los vertebrados que viven en estos montes.

Por que, ¿es que en estos montes ….

… hay animales?

Pues claro que sí. Y no pocos. Son más fáciles de observar en primavera y durante las primeras horas de la mañana. Algunos se les puede ver de lejos, como a las cabras monteses, que se acercan a pastar desde los peñascos próximos. La mayor parte de los animales que podemos ver de cerca son más pequeños. Son muy comunes y muy variados los insectos, especialmente los saltamontes, que son muy buscados por los pájaros insectívoros que también aquí viven.

Como la collalba rubia

… que cada primavera viene a criar a estos montes tras cruzar el desierto del Sahara y el mar Mediterráneo para migrar en verano cuando termina la crianza de sus pequeños.

Abandonamos el camino y comenzamos a subir monte a través por un terreno pedregoso salpicado de erizos y de pequeñas plantas ricas en aceites esenciales como el tomillo, la ajedrea y el espliego

… que impregnan el aire y nuestro calzado de agradables aromas.

Y llegamos al final de la ladera.

Estamos en la Piedra Galiana. Una mole caliza en la que la erosión del río Alfambra ha creado un acantilado de más de ciento cincuenta metros de caída.

Es un fantástico mirador de la Muela de Galve …

… que es rodeada casi completamente por el río Alfambra, cuyo curso señalan muy bien los chopos.

Las curvas que trazan los ríos se conocen como meandros. Cuando estas curvas se han abierto en rocas duras, como la caliza, se les llama meandros encajados. Como es el caso de los Ríos Bajos.

Es un buen lugar para observar las aves que viven en las rocas. Para ello traemos unos prismáticos. A ver aves pero también a ver árboles, rocas y paisajes. Todo se ve más cerca. Más grande. Pero, al principio, cuesta un poco aprender a manejarlos.

Es el momento del almuerzo. Nos sentamos sobre las piedras. Nos llama la atención que la roca caliza tiene unos círculos concéntricos.

Es un tipo de caliza. Probamos a añadirle un líquido ácido (jugo de manzana) para ver si desprende burbujas. Así ocurre pero son muy pequeñas y escasas.

Al levantarnos vemos que se han acercado algunas hormigas a recoger las migas y algo aún más sustancioso como una pizca de magra …

En la naturaleza, nada se pierde.

Comenzamos la vuelta desandando el camino. El sol ya está más alto y hace calor. Ahora, vemos con otra mirada el monte y los campos. Y nos entretenemos menos.

Volvemos contentos al colegio después de una intensa mañana.

¡A repetir!