LA DEHESA DE ALLEPUZ

UN ITINERARIO DIDÁCTICO PARA 1º DE SECUNDARIA

En el Colegio de Allepuz hay algunos alumnos que estudian el Primer Curso de Secundaria. Hace unos días realizamos una excursión que habíamos programado entre el equipo docente de este centro educativo y el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra.

No es la primera actividad que realizamos durante este curso. En septiembre tuvo lugar un jornada de introducción al conocimiento de las aves, a partir del anillamiento científico y con la colaboración de Demetrio Vidal, mientras que en marzo Chabier dio una charla sobre los dinosaurios del Alto Alfambra que fue de lo más animada.

Esta vez la actividad fue restringida a los alumnos de Secundaria: Daniel y Pedro. Y nos acompañó su profesor Dani.

Le excursión consistió en un recorrido por la Dehesa de Allepuz.

Las dehesas, en el sur de Aragón, eran zonas de monte de propiedad vecinal o municipal que los concejos reservaban para el pastoreo de los animales de labor (bueyes, mulos) o para el engorde de los animales que criaba la persona que regentaba la carnicería municipal.

En Allepuz, su dehesa se encuentra en un monte llano que está situado frente al pueblo, en la margen izquierda del río Sollavientos.

Una forma de recorrer este monte es seguir el sendero que lleva este nombre y que viene señalizado con marcas de pintura de color verde y blanco.

Parte de la ermita de Loreto y sigue un camino viejo -una calzada- que desciende entre muros de bancal hacia el río Sollavientos. Se le llama calzada por que hace años estaba completamente empedrado. Las piedras, dispuestas perpendiculares a la dirección del agua, la frenaban cuando descendía como escorrentía durante las tormentas. Así, se deterioraba más lentamente el pavimento del camino.

La mañana venía fresca. La tarde anterior se produjo una tormenta. Una de las clásicas tormentas primaverales que se forman por nubes de evolución y que son tan propias de la sierra de Gúdar y del Maestrazgo. El suelo estaba empapado y el aire muy húmedo. La aguada (o rocío) nos empapaba el calzado y los bajos de los pantalones.

En un cinglo que levanta sobre el pueblo se veía un bulto. Era un buitre leonado que estaba esperando perezosamente a que se formaran corrientes de aire caliente para elevarse. Estaba muy lejos, pero lo vimos bien a través de los prismáticos.

Más cerca estaba una rebalba (o collalba gris), un pequeño pájaro insectívoro que viene cada abril desde el sur del desierto del Sáhara a criar en los prados y campos de estas montañas para volver a tierras africanas al final del verano.

Bajando por el camino en seguida nos llegamos al puente de la carretera A-228 sobre el río Sollavientos. Sumergida y confiada nos miraba una rana común. Era un buen día para salir del agua.

Las tiernas hierbas que crecían junto al río estaban cargadas aquella mañana por gotas de agua procedentes de la condensación de la noche. Era una oportunidad para recordar cómo se produce la nutrición de las plantas y el origen del agua que necesitan las partes verdes para realizar la fotosíntesis: el suelo.

Cruzamos el río por un bloque rocoso y comenzamos el ascenso.

Un caracol terrestre de concha cónica y alargada aprovechaba la humedad del aire para estirar su actividad nocturna en busca de alimento en estos pastos secos.

Otro gasterópodo, este más globoso y rayado (un regiñeta) ramoneaba las diminutas hojas de una aliaga encaramado sobre sus ramas espinosas. La aliaga es una planta leguminosa y como tal tiene una proporción de nitrógeno en sus órganos relativamente más alta que otras. Y la regiñeta parece saberlo bien.

Aprovechamos para comentar algunas adaptaciones de esta planta. La defensa mediante espinas ante el herbivorismo, la solución del problema de la transpiración fabricando hojas pequeñas que se pierden en verano, la fertilización con sales nitrogenadas al convivir con bacterias fijadoras en sus raíces … Y es que la aliaga es una caja de sorpresas.

Escondida entre la broza encontramos una larva de luciérnaga. La luz del día impedía percibir la luminiscencia que puede emitir este escarabajo durante su fase larvaria.

En el terreno se alternaban las areniscas, los limos y, en menor medida la calizas. Son rocas sedimentarias depositadas en zonas de transición entre ambientes continentales (areniscas) y marinas (calizas) durante el principio del Cretácico mucho antes de la formación de la cordillera Ibérica.

La alternancia de estos estratos es un registro de los avances y retrocesos de la línea de costa en la época en la que se depositaron los sedimentos en aquel mar primitivo (mar Tethys).

La caliza es una roca que está formada, fundamentalmente, por cristales de calcita, un mineral formado por carbonato de calcio que se forma por precipitación de la cal disuelta en el agua. En la mayor parte de los casos, los cristales son tan pequeños que no se aprecian a simple vista. En otras ocasiones, cuando encuentran espacio y tiempo suficiente, los cristales pueden adquirir tamaños notables y se aprecian evidentes.

En la foto anterior se aprecia muy bien la existencia de grandes cristales de calcita en el interior de una grieta abierta en la roca caliza. Es una ocasión para recordar la diferencia entre mineral y roca.

En cualquier caso, tanto la calcita como la caliza, al estar formados por carbonato de calcio, reaccionan ante los ácidos produciendo burbujas de dióxido de carbono que dentro de un medio acuoso se aprecian (efervescencia). Esto lo pudimos comprobar añadiendo zumo de limón, que es una disolución ácida.

Pero no debemos olvidar que el carbonato de calcio puede precipitar entre los limos y la arcillas (margas) como entre los granos de arena (arenisca), por lo que no es una prueba diagnóstica de la caliza.

Había unas grandes losas de roca caliza que estaban formadas por trozos de conchas de ostras y que estaban tan firmemente cementada por carbonato que los vecinos los han utilizado para hacer puentes sobre acequias.

Entre estas rocas era común encontrar otros fósiles, como los de unas grandes almejas …

Molusco bivalvo marino del Cretácico (Era Secundaria)

Minerales, rocas y fósiles son tres tipos de materiales terrestres diferentes pero relacionados entre sí.

El camino bordeaba la parte oeste (occidental) de la muela de la Dehesa. Arroyos temporales descienden por esta parte del monte y llegan a formar pequeñas charcas en las que crecen plantas de ambientes húmedos, como los cárices, unos parientes de la chufa, e incluso acuáticas, como una especies de algas verdes laminares de consistencia gelatinosa.

En los prados cercanos, entre otras hierbas, crecían espectaculares algunas orquídeas

Ophrys sphegodes

… unas plantas que han alcanzado un sofisticado sistema de asegurarse la polinización mediante unas flores que simulan la forma y la emisión de unos aromas (feromonas) similares a los que emiten las hembras de ciertos insectos. Un ingenio fantástico.

En los suelos arcillosos encontramos un pequeño escarabajo de color verdoso y con puntos crema. Se movía con rapidez. Era una cicindela.

Paramos a tomar el almuerzo y descansar un poco.

Bajo el sendero y bajo un muro de piedra seca, la ladera estaba aterrazada. Era un espacio agrícola en la ordenación del territorio de la sociedad tradicional. Un espacio formado por estrechos bancales en los que se producía cereal y otros cultivos. En la actualidad, siguen cultivados los más amplios, que están en la parte baja del monte y están más próximos al fondo del valle. Sin embargo, aquellos otros que están en las zonas más altas se han abandonado, comenzándose a colonizarse por las hierbas y algunos arbustos y se dedican al pastoreo. Este terreno antes no era dehesa y solo entraba el ganado cuando estaban como rastrojo o en barbecho.

Ladera arriba del citado muro ya no había bancales. Era el espacio ganadero: la dehesa. El espacio recorrido en nuestra excursión.

En un enebro observamos el formidable camuflaje de un chinche, con el mismo verde intenso que las jóvenes hojas del arbusto.

En la ladera de esta muela son muy comunes una arcillas de tonos violáceos y negruzcos. Como la pendiente es tan acusada y las lluvias torrenciales tan frecuentes, la vegetación tiene problemas para colonizarla y es habitual encontrarlas desnudas por el efecto de la erosión. En estos ambientes inestables y difíciles crecen algunas plantas leñosas como el tomarro negro (Lithodora fruticosa) que aunque parece un tomillo (tomarro) en el aspecto general, tiene una flor (y otros órganos) como las plantas de la familia de la borraja. Es un campeón sujetando el terreno con sus raíces y colonizando estos difíciles terrenos.

Sobre las calizas y, especialmente, sobre las areniscas aparecían unas manchas de forma circular y de colores grises, verdes y negros. Eran líquenes. La asociación de algas y de hongos microscópicos. Unos organismos tan resistentes que son capaces de colonizar la roca desnuda.

Y, tras un largo ascenso y tras cruzar el hilo de un pastor eléctrico, fuimos dejando la ladera y alcanzamos una zona más llana. Es la parte superior de la muela. La caliza era la roca más común. Una roca mucho más resistente que las arcillas, limos y areniscas que forman el flanco de la montaña orientado hacia el valle del Alfambra. El paisaje vegetal también era ligeramente diferente del que veníamos observando. Enebros, chaparras, agrillos y jadreas … las matas de las series intermedias de pinar royo, el que ya se asomaba hacia el sur en sus primeras avanzadillas.

Y otra mata más, el erizo que estaba terminando su floración y, con ello, la alimentación de unos cuantos insectos polinizadores …

Nos sorprendió la relativa abundancia de piezas de cerámica sobre la superficie de la paramera. Nos sorprendió por que estábamos lejos de espacios habitados y no se veían restos de escombros o de otros residuos de origen doméstico. Parecían piezas de loza. Algunas estaban esmaltadas e incluso, pintadas, otras no.

Y aprovechamos para comentar el trabajo de los arqueólogos, las personas que estudian las civilizaciones del pasado a partir de los restos de su actividad.

Cruzamos el arroyo de la Dehesa y la masía del mismo nombre tomando la senda de la Ruta Etnobotánica en su descenso de vuelta hacia el pueblo.

Junto al camino, descubrimos una planta que estaba en floración y que carecía de hojas y de cualquier órgano verde.

Conocidas como jopos, estas plantas son parásitas estrictas de otras plantas. Es decir, les extraen a estas la savia elaborada que les llega a sus raíces desde las partes verdes. Por eso estas parásitas no realizan la fotosíntesis. Y no son verdes. Como tienen que alcanzar un cierto tamaño, tienen que acompasar muy bien su crecimiento con el momento de máxima producción de la planta hospedara. Y es que el parasitismo, es una relación entre especies que resulta más común de lo que parece en el reino Vegetal.

Seguimos descendiendo y fuimos encontrando unas capas de arcillas grises ricas en cal (margas) entre las que se intercalaban otras delgadas de caliza formando unas series muy vistosas.

Y, en la ladera de enfrente, con una orientación más de umbría, el bosquecillo de pinos royos, rebollos, avellanos, aceres y otros arbustos caducifolios lucía su nuevo follaje invitándonos a visitarlo en otra ocasión. Tal vez el otoño.

Llegamos al cauce del río Sollavientos, ascendimos hasta el lavadero y dimos por terminada esta completa actividad didáctica.

¡Una buena jornada!