NUEVA VISITA DEL IES VEGA DEL TURIA

El pasado día 19 de abril vino a visitar el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra un grupo de unos cincuenta alumnos de 1º de Educación Secundaria procedentes del IES Vega del Turia de Teruel acompañado por Raquel Edo, Lola Herrero y Conchi Díaz, sus profesoras de Biología y Geología.

Llegaron a Aguilar del Alfambra poco antes de las 9 y media en una mañana luminosa y fresca.

Y, tras bajar del autobús, nos acercamos al edificio de los Graneros, el antiguo almacén municipal de trigo y actual Aula de la Naturaleza del Chopo Cabecero, donde se les dio la bienvenida, se les explicó qué es un parque cultural y qué objetivos tiene, adelantándoles algunas de las singularidades de este.

Allí pudieron introducirse en la cultura del chopo cabecero a través de la lectura de los paneles de la exposición permanente y la observación del bonito diorama dedicada al mismo. Y, pudimos intuir la ruta que comenzaríamos a continuación estudiando la gran fotografía del término de Aguilar.

Al comenzar el paseo salimos del pueblo por una explanada junto a la fuente del Bacio. Es una obra hidráulica muy antigua que llevó mucho esfuerzo su construcción pero que permitió disponer a la población de un recurso importante, el agua, en las inmediaciones de sus viviendas. Y apreciamos muy bien cómo se organizaban los usos del agua según sus prioridades. Primero, para consumo de boca para las personas. La que no se aprovechaba se dirigía a un largo abrevadero protegido por un muro de piedra donde bebían los animales domésticos antes de salir o de entrar al pueblo. La sobrante pasaba al lavadero, el espacio en el que se lavaban las ropas de los vecinos. Por último, por un sobradero, el agua salía por una pequeña acequia pudiendo ser utilizada para el riego.

Llegamos enseguida a la ermita del Santo Cristo. Este tipo de edificios se levantaban muchas veces en los principales caminos y muy cerca de los pueblos. Eran espacios colectivos dedicados a la oración y, sobre todo, a pedir ayuda cuando se iniciaba un viaje, pues en el pasado eran siempre inciertos y en ocasiones no siempre estaban exentos de peligros.

Junto a la ermita pudimos observar los primeros chopos cabeceros de la jornada. Con su característica forma de candelabro: un grueso tronco, sobre donde se encuentra la cabeza que es donde se insertan las vigas, las grandes y largas ramas. Explicamos el sistema de aprovechamiento mediante podas periódicas de todo el ramaje para la producción de madera dedicada a la construcción de edificios (viviendas, graneros, corrales, etc.) pues durante varios siglos los bosques fueron muy escasos en la zona y no resultaba fácil encontrar grandes pinos para estos fines.

Nos encontramos una colección de pequeños huertos. Todos ellos cerrados por muros de piedra cubiertos de hiedra y por puertas de madera. Una red de acequias les llevaba el agua de los arroyos cercanos. Algunos huertos aún siguen estando cultivados, otros ya en abandono, un indicador de la despoblación de los pueblos.

Pasamos junto al molino de San Antonio, un gran edificio de origen medieval en el que se aprovechaba el agua de una cercana acequia para moler el cereal. Otro uso del agua, el industrial. Un uso que no limitaba a los anteriores pues no llegaba a consumirse. Junto al molino vimos un joven chopo al que le habían realizado la poda de formación para convertirlo en un chopo cabecero.

Tras llegar al merendero y a la zona de juegos alcanzamos el peirón de San Antonio. Los peirones son unos humildes monolitos construidos en piedra o en ladrillo que estaban dedicados a alguna figura religiosa y que también se levantaban en las entradas o salidas de los caminos en cada pueblo del sur de Aragón.

A lo largo del camino encontramos unos formidables chopos cabeceros recién podados.

Este tipo de poda, conocida como escamonda, permite obtener madera al propietario y, al mismo tiempo, aprovechar los pastos en el entorno de los árboles. Esto era algo muy importante pues la ganadería extensiva ha tenido durante varios siglos un enorme peso en la economía de estos pueblos. Este trabajo era realizado siempre durante el invierno, cuando el árbol se encuentra en reposo vegetativo. Antes se hacía con hacha, ahora con motosierra.

Un mismo árbol puede ser podado de nuevo cada quince años. Tras cada escamonda el árbol rebrote con mucho vigor y rejuvenece completamente el ramaje. El tronco de cada chopo, mientras tanto, continúe creciendo. Muchos de los chopos que encontramos a lo largo del paseo tienen más de cien años y algunos más de doscientos según un estudio realizado por un equipo de científicos. Esto se acerca al límite que puede alcanzar esta especie.

Estos viejos árboles tienen dos importantes funciones en los ecosistemas. Ofrecen mucha madera muerta en el interior del tronco y de la cabeza que es el alimento de una compleja y variada comunidad de insectos especializados, sobre todo escarabajos. Por otro, los abundantes huecos que crean los hongos y los insectos al alimentarse de la madera muerta ofrece lugar donde refugiarse y criar a numerosos vertebrados que viven en estos campos.

Seguimos el camino entre campos de cultivo.

Muchos estaban cerrados por muros de piedra seca, una técnica que empleaba materiales locales y permitía construir paredes que hoy forman un paisaje muy característico. Otros estaban cerrados por setos de arbustos espinosos y de árboles. De esta forma los animales que pastaban en los campos no se escapaban y el dueño podía dedicarse a otra tarea.

Alcanzamos el río Alfambra. Vimos que pese a encontrarnos al principio de primavera, momento del año en el que el caudal regular suele ser más abundante, el río llevaba no traía mucha agua. Este año las precipitaciones están siendo muy escasas y se nota en el escaso caudal. Hablamos del curioso recorrido del río Alfambra que, naciendo a tan solo 70 km del mar Mediterráneo, traza una larga curva para evitar la sierra del Pobo por Galve y dirigirse hacia la ciudad del Teruel donde se une al Guadalaviar y formar el río Turia, a cuya vega debe su nombre el Instituto que nos acompaña.

Un poco más adelante buscamos una buena sombra y unos prados para almorzar y descansar un rato.

Y, como había muchas cosas que ver y que comentar, nos pusimos pronto en marcha.

Hablamos del sistema de reproducción de estos árboles. Vimos la agrupación de flores masculinas. Una especie de colgante formada por muchas pequeñas y discretas flores que solo producen granos de polen, la cápsula que contiene los gametos masculinos, que son tan pequeños y numerosos que el viento los dispersa con gran facilidad. Las agrupaciones de flores femeninas son también colgantes y se desarrollan un poco después para hacer coincidir su maduración con el momento en el que es más abundante el polen, para así asegurar la polinización.

Los chopos cabeceros se plantaban a partir de ramas jóvenes de chopo negro, el chopo más común en estas riberas. Lo hacían lo propietarios de los campos para obtener madera de obra y leña, algo importante en terrenos con un clima tan frío. Al enterrar las ramas en tierra húmeda, enraizaban con facilidad y producían un joven árbol. Es una técnica de reproducción asexual que le ha servido a los árboles de ribera para formar nuevos individuos a partir de ramas arrastradas por la corriente fluvial.

Cruzamos la carretera y seguimos por la senda acompañando al GR 199 la Ruta de los Chopos Cabeceros del Alfambra, con sus marcas de pintura rojas y blancas, que une los pueblos de Gúdar y de Galve.

La senda salió a un camino al llegar a la parte baja de un monte: el Cerro. Allí vimos un panel con réplicas de huellas de dinosaurio. El monte estaba formado por capas (estratos) de arcillas, arenas y calizas, rocas sedimentarias que se depositaron hace unos 100 millones de años en un ambiente de transición entre tierra firme y un amplio mar, conocido como mar de Tethys. Eran ambientes parecidos a los deltas y a las marismas en los que abundaba la vegetación y numerosos animales, entre ellos, diversas especies de dinosaurios.

Seguimos por el camino y encontramos un árbol de gran altura y diámetro. Es el Chopo del Remolinar. Fue el representante español en el concurso Árbol Europeo del Año en 2015, en el que obtuvo un meritorio tercer puesto por ser muy votado entre el público. Un año después fue nombrado Árbol Singular por el Gobierno de Aragón.

Y, de hecho todo este tramo de río, también está reconocido como Arboleda Singular de Aragón «Ribera del Chopo Cabecero» una figura que otorga el Gobierno de Aragón y que reconoce su importancia e interés para la sociedad.

Sobre lo alto de la montaña vimos una pequeña ermita. Tras alcanzar el estrecho, un paso del río entre paredes rocosas, nos desviamos para ascender el cerro. Fue una subida larga y por una ladera muy empinada. Los estratos de las rocas sedimentarias estaban inclinados. Fueron plegados cuando se formó la cordillera Ibérica. Después se erosionaron, unas rocas más que otras, según su dureza. Las formas del relieve eran muy sugerentes.

Al llegar a lo alto de El Cerro nos acercamos al mirador que había junto a la ermita. La vista era magnífica. Se veían las principales sierras del entorno y el río Alfambra, y se adivinaba su recorrido por el bosque de ribera que le acompañaba. Hacia el sur se veía una montaña muy elevada: el pico Peñarroya, el monte más alto del sur de Aragón. Y nos asomamos a ver el desfiladero que ha creado el río al seccionar los estratos calizos. Allí se veía muy bien las capas plegadas de estas rocas. Y se intuía por donde seguía el río entre nuevos estrechos.

Vimos los restos del castillo medieval y entramos a la ermita de la Virgen de la Peña. Hacía un fresco muy agradable en su interior.

Bajamos por un camino hacia Aguilar del Alfambra. El sol estaba alto y hacía calor. Llegamos con sed al pueblo y pudimos refrescarnos en la fuente del Bacio. Y comer.

Después de descansar nos acercamos a la granja y a la fábrica de quesos «El Hontanar». Nos dividimos en dos grupos. Uno fue a visitar la nave en la que descansaban y comían las ovejas. Allí pudimos ver un rebaño de más de mil ovejas. Eran de una raza israelí especializada en producir mucha leche. Los machos, en Aragón conocidos como mardanos, eran más grandes pero menos abundantes. También vimos cordericos que se alimentaban con leche preparada. Esto permitía aprovechar la leche que producían sus madres, tras su ordeño, para destinarla a la elaboración de queso.

Este proceso es el que conocía al mismo tiempo el otro grupo. Pudieron conocer las diferentes etapas necesarias para conseguir este alimento. Al salir pudieron probar quesos de diversas variedades. ¡Estaban riquísimos!