POR EL CERRO REDONDO Y LA MAGDALENA
UN PASEO INVERNAL POR LOS ALTOS Y LAS FUENTES DEL POBO
Han pasado quince días desde el temporal de nieve y cuatro de una ola de frío que ha traído severas heladas durante toda una semana.
La mañana es fresca, tras otra noche bajo cero. La tierra sigue helada. Unos jirones blancos se dibujan sobre el cielo azul. La idea es recorrer y conocer los montes de la sierra del Pobo comprendidos entre Castelfrío y el Cabezo de la Atalaya. Y tomar el pulso al invierno. Bueno, al invierno del invierno. Vamos allá.
Comienza la ruta en el desvío a Escorihuela de la carretera que une El Pobo y el puerto de Cabigordo. No hay senda. En dirección norte, a través de un prado salpicado de enebros, los reyes del paisaje.
Las suaves laderas están cubiertas por prados. Estos montes ofrecen unos valiosos pastos aún aprovechados por algún rebaño de ovejas. Una sombra de la cabaña ganadera que llegaron a mantener tiempo atrás.
El terreno de este amplio valle tiene una doble naturaleza. Hacia el fondo y hacia la carretera, la tierra y las piedrecicas son de un color granate. En cambio, en la ladera de la derecha afloran unas calizas grises y unas tierras pardas.
Estamos en el límite (flecha roja) entre dos tipos de rocas formados en diferentes momentos de la historia de la Tierra.
A mano izquierda las areniscas y arcillas royas que se depositaron en ambientes fluviales durante el Triásico Inferior (facies Buntsandstein), hace unos 250 millones de años. Son los que forman el macizo de Castelfrío y los montes de su entorno.
A la derecha, siguiendo la ruta que llevamos, afloran unas calizas y dolomías de tonos grises que proceden de la precipitación de carbonatos en ambientes marinos durante el Jurásico Inferior (Lías), hace unos 196 millones de años. Estas rocas son comunes en la parte alta de las laderas que vierten hacia el Bajo Alfambra.
Son comunes, decíamos, los enebros. Y les acompañan, la chaparra …
y una espinosa mata aquí conocida como toyago …
Enebros, chaparras y toyagos, son tres matas de hojas punzantes que están bien adaptadas al viento, a la sequedad y al diente de la oveja. Tres matas «de lo más amoroso», como dice con sorna un joven vecino. Junto al erizo, es el paisaje vegetal de El Pobo Norte.
Un pequeño arroyo recorre el fondo de la val. Al regalarse la nieve la tierra se ha empapado, sobre todo las arcillas royas, y el excedente de agua escorre hacia el río Seco por una serie de riachuelos que bajan por otros tantos barrancos, siempre en dirección este.
El agua que saturaba el suelo se congeló por las bajas temperaturas que siguieron a la nevada. Y, al aumentar de volumen, levantó la tierra y las piedrecicas, volteando los musgos y dejando al aire las raíces de las hierbas. Un nuevo problema para las plantas.
En el arroyo encontramos algo sorprendente. Largos y planos cristales de hielo crecen desde las orillas hacia el centro del cauce quedando «al aire». Es decir, sin llegar a contactar con el agua líquida que circula por debajo.
Posiblemente sean el resultado de la cristalización (sublimación inversa) del vapor de agua sobre las pajicas secas que asoman desde la orilla. O quizás sean los restos de un bloque que llegaba al cauce y que se ha ido fundiendo desde abajo por el paso de la corriente.
Al arroyo se le une otro que viene con sentido opuesto. Al confluir, forman un riachuelo que toma dirección este, hacia la fuente de la Penilla y el barranco del Mas de Polo, deudor del de la Quiñonería, uno de los principales afluentes del río Seco.
Las calizas y dolomías han dado paso a otras rocas, también carbonatadas pero más ricas en arcillas: son margas. Fueron depositadas en ambientes marinos, aunque más litorales, sobre las anteriores hace entre 190 y 185 millones de años (final del Lías).
El suelo es menos pedregoso y tiene más tierra. Los topillos lo agradecen y lo utilizan para construir la red de galerías que forma sus madrigueras. En el exterior se ven las tolvas.
No sabemos si son de topillo campesino (Microtus arvalis) o de topillo mediterráneo (M. duodecimcostatus).
Tan pronto se humedece el suelo y se hace más manejable, estos micromamíferos se afanan en ampliar sus viviendas y necesitan sacar al exterior la tierra excavada.
Remontamos este pequeño barranco dejando a mano derecha un monte emblemático: La Magdalena.
Sobre las margas el suelo es algo más profundo permitiendo el desarrollo de los prados …
y de un próspero tomillar …
En superficie no hay indicio de vida animal. No se ven insectos, no vemos prácticamente aves. En el invierno del invierno, los primeros se han debido esconder, las segundas mayormente se han marchado.
Alcanzamos un collado que se abre a un pequeño y suave valle. Allí nace un arroyo que recorre el barranco de las Chulillas y que también desemboca en el del Mas de Polo.
Algo raro ha ocurrido.
Unos surcos han roto los prados. Es el subsolado de preparación de una plantación de pinos de unas 27 hectáreas de superficie y que debió de hacerse hace unos pocos años.
Vemos los pinos, algunos vivos. Otros muchos muertos, después de haber arraigado y de no haber superado algún seco verano.
Pero, sobre todo, nos llaman la atención los fallos. Las marras. Los pinos que no llegaron siquiera a arraigar. Fueron la mayoría.
Tal vez no merezcan la pena estos esfuerzos. No parecen rentables ni económica y ni ecológicamente. Ni a medio ni a largo plazo.
Ascendemos el cabezo cercano. Es muy peñascoso. Está compuesto por unas calizas, también depositadas en ambientes marinos durante todo el Jurásico Medio (Dogger) y el inicio del Superior (Malm) durante treinta y cinco millones de años. Forman, por tanto, una potente serie. La presencia de pequeñas partículas de sílex las hace más resistentes a la erosión y por ello forman los relieves más elevados de la sierra del Pobo.
En la foto del satélite se observa que los estratos de esta calizas del Dogger forman los mayores relieves de la sierra del Pobo …
Estas calizas se aprecian muy bien en los canchales que se han formado en la ladera.
Al reser del cierzo, entre los enebros, la nieve se acumula en los ventisqueros …
En los que no hay huella alguna de zorro, liebre, corzo o cabra montés.
Una vez en lo alto del cabezo se tiene una preciosas panorámicas, tanto de las extensas laderas que descienden hacia el valle del río Seco …
como de los limpios cielos que se abren sobre el monte Castelfrío …
Rodeando la cima, alineados uno tras otro, numerosos parapetos fueron levantados por el ejército republicano durante la ofensiva de Levante para defender esta posición ante el avance de las tropas franquistas.
Están orientados hacia el oeste. Preparados para un ataque desde Peralejos o Escorihuela. En la foto del satélite se aprecia que son puntuales. No llegan a ser trincheras. Seguramente se construyeron con urgencia.
Ante nosotros, dirección norte, se levanta la alargada loma de La Lanzadera …
… que remonta suavemente hacia un alto: Cerro Redondo o Cascante. El primer topónimo es de Escorihuela (y es el que recoge la cartografía), el segundo se usa en El Pobo.
Esta loma no es más que un cordel que forman los estratos de las calizas del Dogger que se extienden por las cimas de la sierra del Pobo, como vimos.
Entre ambos montes y los que hacen de mojonera con el término Escorihuela, se recogen las aguas que bajan por el barranco de la Cañada Seca hacia la Vega de El Pobo. De hecho, las aguas han aprovechado un afloramiento de margas para abrirse paso en su camino hacia el valle del río Seco.
Estas margas son apropiadas para el desarrollo de la cárice enana, esa hierba pelosa que forma anillos que crecen hacia fuera …
… y que, al avanzar y descomponer os hongos su interior, preparan el terreno a los musgos y otras plantas que requieren un suelo más profundo.
Pero, sobre todo, es el dominio de unas gramas que forman unos densos herbazales. Estas hierbas, en primavera, producen unas semillas con unos largos y delicados plumeros que se mecen con el viento y por ello se les conoce como pelo de virgen …
Hacia el sudeste, al fondo del horizonte, tras la sierra de las Molatillas y el valle del río Alfambra, se yergue espléndida la cima de la sierra de Gúdar: el monte Peñarroya, nuestro «moncayo», siempre a la vista desde cualquier alto.
Un solitario pino royo crece sobre la loma. A su alrededor prospera su prole, creando un bosquecillo espontáneo que medra sobre un suelo difícil y en un paraje muy expuesto al viento.
Comenzamos a ascender Cerro Redondo por la Lanzadera …
Durante las últimas décadas, al menguar la presión ganadera, los peñascos más expuestos al viento comienzan a cubrirse por la chaparra y el erizo …
… salpicando de verde el gris de la caliza.
Encontramos una trinchera excavada en una parte de la cresta menos pedregosa. Está orientada ahora hacia el este, en previsión de un ataque desde El Pobo.
Y donde no se podía cavar, se levantaban parapetos. Hay muchos parapetos y están orientados hacia las dos vertientes de la loma …
… por si el ataque provenía desde El Pobo o desde Peralejos.
Y ambas cosas ocurrieron.
Los días 26 y 27 de abril de 1938 se produjo un doble ataque del ejército sublevado contra las posiciones republicanas de este sector.
Desde el Bajo Alfambra (Escorihuela, Peralejos, Orrios) hacia los altos de la sierra del Pobo (Batiosa, Hoyalta, Cabezo de la Atalaya, Castelfrío).
Y desde las posiciones de Aguilar y Jorcas, hacia el valle del río Seco. Primero atacando Ababuj y, tras su toma, el 2 de mayo, haciendo lo propio en las defensas de El Pobo.
El avance en el fondo del valle no debió resultarle sencillo al ejército franquista por el contraataque republicano en el que participaron incluso tanques …
En las cimas, en posiciones mejor defendidas y con la ventaja estratégica de la altura, el ataque franquista desde el Bajo Alfambra debió de ser todavía más intenso y requeriría necesariamente del uso de la aviación para doblegar la resistencia republicana.
En la cima de Cerro Redondo, aún es visible algún socavón ocasionado por las bombas …
alguna pieza metálica …
… procedente de algún blindaje, de alguna cubierta de refugio o incluso de algún proyectil.
Y más parapetos ahora ya orientados hacia Escorihuela …
En la siguiente fotografía aparece una posición republicana tomada el 11 de mayo de 1938 por el 1er. Regimiento de la 85 División de Infantería, probablemente en el Macizo de Castelfrío, en su avance desde Escorihuela. Sí que podría ser correcta la ubicación asignada pues el parapeto está construido con losas planas, lo que corresponde a las areniscas de rodeno que afloran en este monte. Al fondo a la derecha se puede apreciar que todavía se encuentran tendidos algunos cadáveres de los defensores.
Un humilde montón de piedras y un palo señalan la cima de Cerro Redondo (1.702 m). Para qué más.
Mientras tanto el tiempo va cambiando. El cielo se cubre de unas nubes grises que vienen empujadas por un viento frío y cortante que entra desde el oeste…
Continuamos la ruta hacia el norte siguiendo el cordel de la sierra.
Desde estas suaves crestas la panorámica no puede ser más hermosa.
Hacia el oeste, el Bajo Alfambra. De los peñascos de la sierra descienden hacia la vega, los pastos, los bosques y los campos. Hacia el este, hacen lo mismo pastos y campos hacia el río Seco.
Hacia el norte, se muestra espléndida la sierra, los horizontes libres, los cielos limpios, el silencio y la soledad de las montañas. Un valor.
En frente, la suave loma que asciende al Cabezo de la Atalaya (1.711 m), una de las cimas de la sierra del Pobo. A la izquierda, se encuentra la Hoya Novella, la amplia cabecera del arroyo del Chorrillo que se encaja hacia el río Seco.
En las crestas crece pegada a la roca una planta de hojas opuestas y mínimos tallos que se agrupan formando almohadillas lo que le permite reducir la exposición al viento …
En la superficie de las rocas prospera una variedad de líquenes …
Y, entre las grietas y también sobre ellas, una gama de verdes ofrece una colección de musgos …
Los pliegues de los estratos forman unos dibujos en la montaña de dimensiones hectométricas…
Al reser de los enebros se guarda la nieve. Forman una especie de veletas que señalan el sentido del viento que ha dominado en estos días.
El cierzo es el amo de los altos.
La suave forma, el dibujo de los pliegues y las manchas de nieve le confieren un gran belleza al Cabezo de la Atalaya.
Pero no hay tiempo para subirlo. La mañana ya va buena. Para otra vez.
Estamos sobre una loma que separa los barrancos del Chorrillo y del Bojar.
Hacia el primero nos dirigimos.
Otro grupo de pinos royos salpica la loma caliza.
Son nietos de los primitivos pinares. Aquellos que fueron transformados en pastos para alimentar a los rebaños de ovejas que -durante siglos- fueron el motor económico de la sierra.
Y son los padres de los futuros pinares que, espontáneamente, poblarán estos montes dentro de bastantes décadas, si en tanto no media ningún cambio importante en el aprovechamiento de los recursos naturales. El tiempo lo dirá.
Los estratos calizos y margosos están inclinados hacia el este.
Forman parte de un pliegue kilométrico que tiene los materiales más antiguos en las crestas de la sierra del Pobo.
Estamos en el flanco de un anticlinal de dirección norte-sur (flecha roja).
La superficie de los estratos calizos va alterándose por el agua de escorrentía (lluvia o deshielo) …
… y es atacada por su carácter ligeramente ácido. Esta disolución de ácido carbónico en agua corroe a las rocas carbonatadas disolviéndolas y enriqueciéndose en bicarbonato cálcico (la «cal»). Esta acción es superficial creando ásperas superficies pero también unas fisuras a través de las que se infiltra el agua.
Son conocidas como lapiaces. Una forma de relieve que resulta propia del modelado kárstico.
Seguimos el curso descendente del barranco.
El arroyo encuentra resistencia en los estratos calizos y forma pequeños saltos de agua, pequeñas pozas.
Tras cubrir los montes durante casi dos semanas, la nieve va retirándose. Deja al descubierto el trabajo de los topillos que han seguido excavando sus galerías y sacando la tierra a la superficie, pero ahora bajo la nieve.
El barranco se ensancha cuando el arroyo alcanza una zona con arcillas y areniscas de color granate. Son rocas depositadas en la fase final del Jurásico Superior (Malm) e inicio del Cretácico Inferior (Purbeck y Weald), hace unos 140 millones de años, en un ambiente fluvial, lacustre y de transición hacia llanura litoral.
La escasa competencia de las arcillas favorece el acarcavamiento …
… y un relieve son formas suaves, abierto.
Ambas condiciones favorecen su puesta en cultivo …
Es el paraje de La Rehoya.
Realmente estamos ante un pliegue en el que los estratos más recientes se encuentran en el núcleo: un sinclinal.
Las aguas que se infiltran a través de las fisuras kársticas y de los planos de estratificación acaban empapando a la roca caliza y penetran en profundidad. Al encontrarse con rocas impermeables, como las arcillas del Purbeck, no pueden seguir infiltrándose y se ven obligadas a aflorar. Este es el origen de la fuente del Chorrillo.
Muy cerca del bacio, en el fondo del barranco, un viejo chopo vencido …
nos señala una pequeña poza …
que es alimentada por un pequeño salto (hoy con chupones) y por un tubo del que sale un chorrillo de agua. De ahí el nombre.
El goteo y el salpicado del agua sobre la roca crean un ambiente apropiado para el desarrollo de los musgos …
mientras que la prolongada inundación de la poza ofrece hábitat a los berros y a otras plantas acuáticas …
Es hora de comenzar la vuelta.
Retrepamos la ladera y observamos otro cambio en el sustrato geológico. Aquí afloran unos conglomerados que están formados por cantos calizos de borde anguloso y una matriz arcillosa.
Estos conglomerados se formaron a partir de los sedimentos acumulados en el Terciario (Mioceno) tras el desmantelamiento de los relieves creados durante la orogenia Alpina, hace unos 14 millones de años. Los estratos están dispuestos horizontalmente por ser posteriores a la formación de la cordillera Ibérica y no haberse deformado por el choque de placas. Esto puede comprenderse mejor en el siguiente artículo.
Desde la margen derecha del barranco se aprecia muy bien el contacto entre las diferentes rocas.
Estos conglomerados se extienden por un llano que conecta los barrancos del Chorrillo y de la Simona. Las arcillas de la matriz son un sustrato favorable para el erizo y para el cerrillo …
Es un paisaje de amplios horizontes que recuerdan a algunos más propios de otras latitudes …
En el barranco de la Simona contactan los conglomerados miocenos horizontales con los inclinados estratos de las calizas jurásicas …
… que forman parte de unos retorcidos pliegues bien apreciables en la imagen de satélite.
Manteniendo la dirección se atraviesa otra amplia loma que es cursada por otra nueva incisión: el barranco del Bojar. Recibe el nombre de las numerosas matas de boj que allí prosperan.
Es la única población registrada en el Alto Alfambra. Y es muy conocida y popular entre los vecinos de El Pobo, por su uso religioso en la festividad de Domingo de Ramos.
Es un bojar abierto y en expansión hacia las lomas del entorno.
Un entorno en el que también crecen algunas carrascas y alguna trabina, indicadores del carácter mixto que debieron tener los pinares originales.
El barranco del Bojar alimenta al arroyo que recorre el barranco de la Quiñonería.
Cruzamos la amplia loma de Pedreñigo, dejando a mano derecha la suave rampa de la Lanzadera y cruzamos el barranco de la Cañada Seca.
Otro grupo de pinos royos. Otro embrión de bosque. No sabemos que les depararán los nuevos tiempos, los cambios ambientales, el cambio global.
El estudio «Los bosques como testigos de los cambios del clima: decaimiento de una población turolense de pino silvestre» realizado por el Instituto Pirenaico de Ecología y el Laboratorio de Sanidad Forestal de Mora de Rubielos en un bosque de pino royo (Pinus sylvestris) de Corbalán y publicado en la revista Teruel (nº 95-96, 2014-2018) del I.E.T. advierte el declive de los árboles en las últimas décadas por las sequías y por la acción de los defoliadores. No sabemos cómo responderán los jóvenes pinos que han nacido espontáneamente. Más incierto parece el futuro de aquellos que proceden de una plantación.
El cielo se ha ido cubriendo. El gris de las nubes realza todavía más la austera belleza de la paramera.
En frente, se levanta el cerro de la Magdalena. En la umbría, los restos de la nevada se conservan donde corre menos el aire. Forman un «código de barras». Un dibujo efímero que singulariza la ladera.
Remontamos el cerro. Comienza un matacabras empujado por el frío viento del oeste.
En la cima, lo esperado. Más líneas de parapetos. Más testimonios del drama.
Al otro lado del cerro nos espera, de nuevo, la cabecera del barranco de Masía de Polo.
Y una sorpresa, la fuente de la Penilla.
Desde allí remontamos unos montes pedregosos en los que abundan fósiles de animales de los mares jurásicos que nos invitan a volver en una nueva visita.
Cansados de la excursión, mientras subíamos por la pista no dejábamos de pensar en la de historias que encierran estos montes. Historias de mares cálidos en los que se formaron enormes paquetes de rocas. Historias de choques de placas y de formación y de destrucción de montañas. Historias de los bosques que los humanos transformaron en pastos. Historias de unas gentes que encontraron en estos montes el escenario de sus vidas mientras alimentaban a sus rebaños y daban nombre a cada rincón, a cada barranco, a cada fuente. Historias, también, de una terrible guerra en la que se enfrentaron hermanos, vecinos y conciudadanos.
La de historias que guardan estos solitarios paisajes.