EL PAISAJE DEL REMOLINAR

UNA ACTIVIDAD DE INTERPRETACIÓN DEL ENTORNO

El pasado 9 de octubre se desarrolló un paseo interpretativo desde el pueblo hasta el paraje del Remolinar para leer el paisaje, descubrir su origen y, también, para conocer algunos de los habitantes de este espacio natural. Esta actividad educativa había sido programada entre el Colegio Público de Aguilar del Alfambra y el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra.

Era una mañana fresca y soleada. Nos encontramos a las nueve en los arcos del trinquete, junto al colegio, las tres alumnas (Marwa, Valeria y Safaa), los dos alumnos (Nizar y Amir), su profesora (Marta) y el director del Parque Cultural (Chabier). Bien abrigadicos, pues la mañana era fresca, y bien protegidos con sus gorras y sus mascarillas, nos despedimos de sus mamás y papás y nos pusimos en el camino. Comenzaba la excursión.

A la salida del pueblo encontramos unos edificios que tenían unos muros fabricados con piedras de varios colores y un tejado con vigas de madera y teja de cerámica. Eran los pajares. En ellos antes se guardaba la paja. Es decir, la caña y las hojas de la planta del trigo después de separar el grano. La paja era muy importante pues servía de alimento y de cama para los caballos, mulos y bueyes que se empleaban para labrar los campos y para el transporte de personas y mercancías. Pero también para alimentar a los rebaños de ovejas que tenían los habitantes de Aguilar. Ahora los campos se labran con tractores y las personas y las mercancías se transportan con coches y otros vehículos. La paja se sigue recogiendo pero ya no se guarda dentro de los pajares.

A un lado del camino vimos un terreno llano dividido en muchos campos.

Algunos ya estaban labrados. En las próximas semanas los labradores los sembrarían enterrando granos de trigo. Otros todavía tenían restos de la última cosecha. Estos terrenos tienen un uso agrícola.

Al otro lado del camino había un monte que se llama El Cerro. Allí no había campos por que el terreno tenía muchas piedras y estaba muy inclinado. No podía cultivarse. Y nos preguntamos qué uso pueden hacer las personas del mismo. Encontramos excrementos de ovejas por el suelo y, aunque no las vimos, dedujimos que es aprovechado como pasto por los rebaños que hay en el pueblo. Es decir, esos terrenos tienen un uso ganadero.

En los márgenes del camino encontramos muchas hierbas. Casi todas tenían los tallos y las hojas secas. Nos encontramos en el otoño. En Aguilar del Alfambra, en verano, hace calor y llueve muy poco. Las hierbas tienen raíces poco profundas y tienen que crecer deprisa en primavera antes de que se seque el suelo. Al final del verano, casi todas están secas. Han producido ya las semillas, sus descendientes. Cada una de ellas puede formar una nueva planta. Casi todas ya habían caído al suelo. Sin embargo, aún encontramos semillas sobre algunas plantas. Eran muy pequeñas y estaban dentro de unas hojas especiales que forman el fruto.

Observamos las semillas a través de una lupa.

Dentro de algunos frutos vimos unos pequeños animales con seis patas y con alas. Eran insectos que se estaban alimentando de las semillas.

Había una planta que tenía las hojas verdes. Es el alfaz (o alfalfa), una planta que nace espontánea pero que también se cultiva pues es un alimento buenísimo para el ganado. En el extremo de los tallos había una especie de bolitas. Las observamos bien. Eran los frutos. En realidad eran unos pequeños tubos en espiral, muy parecidos a las judías verdes y a las habas. Los fuimos abriendo y dentro encontramos unos pequeños granos que parecían judías.

También había un cardo muy alto. En lo más alto de cada tallo había unas bolas completamente rodeadas de espinas. ¿Qué podía haber dentro? Costó un poco, pero pudimos abrir una. Guardaba unas semillas marrones. A través de la lupa se veían muy bien. Eran muy parecidas a las pipas de girasol. Nos guardamos algunas para llevarlas al colegio y comprobar que pueden formar una nueva planta.

Más allá de los campos vimos unos árboles muy altos que tenían las hojas verdes y amarillas. Eran chopos, sauces y sargas. Estos árboles necesitan mucha agua para vivir por lo que crecen cerca de los ríos. Precisamente estaban en la parte más baja del valle, por donde corre el río Alfambra, el río que le da el apellido al pueblo de Aguilar. Siguiendo la línea de la arboleda puede conocerse el recorrido del río que nace al pie de un monte que se veía a lo lejos a lo lejos: el Peñarroya.

Seguimos avanzando. Junto al camino había una piedra muy alargada que se levantaba sobre el camino. Parecía la espalda de un gran dragón. Era divertido caminar sobre aquella piedra.

Los dragones no existen ni existieron pero sí los dinosaurios. Y comenzamos a hablar de dinosaurios. Salvo Safaa, la pequeñina de tres años, todos los alumnos sabían muchas cosas sobre estos animales prehistóricos. Lo que no sabían ellos es que en Aguilar hay restos de su actividad: unas huellas marcadas en las piedras.

Hacia el Cerro vimos unas capas hechas de unas piedras planas que rascaban al tocarlas.

Al observarlas a través de la lupa nos dimos cuenta que tenían unos pequeños granos, algunos brillantes, que recordaban a los que se pueden encontrar hoy en las playas.

¿Es que estas capas de piedras granulosas formaron parte de antiguas playas? ¿Es que los dinosaurios pudieron vivir cerca de ellas? Intentaríamos averiguarlo.

Mientras tanto llegamos a El Remolinar, un lugar en el que el río Alfambra se acerca al Cerro. Llegamos a un pequeño bosque de chopos donde nos esperaba Deme, un biólogo que nos acompañaría el resto de la mañana y del que aprendimos un montón de cosas sobre los animales y las plantas.

Deme estudia las costumbres de las aves utilizando un método para capturarlas con cuidado y así poderlas observar en la mano. Es un anillador científico. Para ello, coloca unas redes verticales -que casi no se ven y que están tensadas por unos palos- en lugares por los que se mueven los pájaros entre la vegetación.

Al pasar de un arbusto a otro, si no las ven, quedan colgadas en unas bolsas que forma la red. Con cuidado -y con la mucha experiencia que tiene- Deme extrae los pájaros, los guarda en una bolsa de tela y, en seguida, los estudia y los marca.

Esto es lo que hicimos con él.

Comenzamos con un pinzón.

Con la ayuda de un libro pudimos reconocer la especie (pinzón vulgar), el sexo (era hembra) y la edad (adulto), que puede saberse según el desgaste de las plumas. Las plumas son muy importantes pues les ayudan para volar pero también para protegerse del frío, pues las aves mantienen el cuerpo a una temperatura constante y mayor que la que tiene el aire. Además se tomaron otros muchos datos como la longitud de las alas, la cola o la parte baja de la pata, así como la cantidad de grasa que almacenan en el pecho y el abdomen. Y el peso. Todos estos datos los iba anotando Marwa en un cuaderno mientras Deme los iba tomando.

Y, finalmente, se le colocaba una anilla de metal en la que estaban grabados unos números y unas letras. Los números sirven para identificar al individuo. Es como la matrícula de los coches. Y las letras corresponden a una dirección (el Ministerio de Medio Ambiente, en Madrid), es como el remite de una carta. Si alguna vez otro estudioso u cualquier otra persona encuentra esta ave puede tomar los datos y enviarlos a la dirección que contiene la anilla. En esto consiste el anillamiento científico de aves.

De las bolsas fueron saliendo pájaros muy variados. Pájaros de diferente especie. Un mosquitero común, un petirrojo, un mirlo, un carbonero común, un mito …

Y un pajarico de plumas marrones y un largo y curvado pico: el agateador común.

Con el pico extrae las pequeñas arañas y las hormigas que viven sobre la corteza de los grandes y viejos árboles. Le encanta trepar sobre el tronco y las ramas. Se sujeta con las uñas y se apoya con las plumas de la cola, que hacen de cuña.

Después de colocarle la anilla …

… lo dejamos marchar. Se fue volando hasta un cercano chopo cabecero a cuyo tronco se pegó como un imán.

Llegó el tiempo del almuerzo y de jugar los niños un rato por su cuenta.

Nos volvimos a juntar. Nos acercamos al río. Vimos algunas plantas leñosas que vivían en la orilla. Dos eran árboles. Uno con hojas estrechas y alargadas (el sauce) y otro con hojas con forma de corazón (el chopo). Y un arbusto, la sarga, con las hojas estrechas y largas, pero más pequeñas que las del sauce. Son parientes la sarga y el sauce. También del chopo, aunque algo menos.

Todos renuevan las hojas en primavera, por lo que necesitan abundante agua para vivir. El chopo y el sauce tenían un tronco que terminaba en muchas ramas que nacen a la misma altura y que no eran muy gruesas. Son árboles cultivados por las personas para aprovechar sus ramas tras su poda. Son trasmochos, como el chopo cabecero.

El río llevaba un agua muy clara. En la orilla había muchas piedras. Jugamos a tirar piedras al río, es muy divertido. Nos fijamos que muchas piedras tenían una forma plana o redondeada, con los bordes muy suaves. Esto era así por que el río, cuando tiene una crecida, las ha hecho rodar al transportarlas. Cuando termina, las piedras se quedan en el cauce, esperando hasta la siguiente crecida. Sin embargo, los granos de arena y de arcilla, los que le dan color marrón al agua durante las crecidas, como son más pequeños, viajan mucho más lejos. Con el tiempo los ríos transportan a estos granos de arena y de arcilla hasta el mar, donde se acumulan formando capas, unas sobre otras. Algunos granos son llevados a la costa y forman las playas, en las que, a veces, las olas forman unas ondulaciones.

En nuestro camino, vimos capas de rocas formadas por granos de arena. Ahora, en El Remolinar también. A nuestra espalda encontramos una con ondulaciones.

Las rocas del Cerro se debieron formar hace mucho tiempo en ambientes parecidos a los que hoy encontramos cerca del mar.

Junto al camino había un panel que mostraba una copia de unas huellas de dinosaurios que pueden verse cerca del Hontanar, una fuente que hay cerca de la montaña de La Muela. En una pequeña mesa se explicaba cómo las huellas pueden fosilizar y también como diferenciar algunos de estos animales entre sí, pues había diversas especies. La Muela estaba lejos, sin embargo muy cerca había un pequeño barranco y nos fuimos a explorarlo. Entre las piedras encontramos huesos … de oveja. Y un paisaje muy bonito en el que las capas se alternaban capas de rocas blandas y duras, que formaban crestas.

Estas capas de roca, acumuladas hace mucho tiempo en antiguos mares, fueron deformadas y levantadas tras el choque de enormes placas terrestres, formando la cordillera Ibérica. Por eso están inclinadas.

En la superficie de una de esas capas inclinadas había unas marcas redondeadas. Eran huellas de dinosaurio, pero esta vez … ¡de verdad!

En esos montes pedregosos crecen pequeñas matas y algunas hierbas. Parece que solo hay piedras y plantas. Sin embargo no es así. Pudimos ver alguna mariposa y, sobre todo, saltamontes. Muchos saltamontes.

Tenían las alas escondidas y las desplegaban al saltar para volar más lejos. Se camuflaban muy bien sobre la tierra y las hierbas. Deme capturó uno con su cazamariposas. Y lo pudimos observar a través de la lupa-medusa.

Se veían muy bien los detalles. Las largas patas, las estrías en el abdomen, las seis patas, los grandes ojos, las antenas …. ¡Era chulísimo!

El cazamariposas es genial por que te permite coger animales sin molestarles mucho. Y después, soltarlos. No pudimos capturar ninguna mariposa, pues casi no había. Y es que está llegando el frío. En cambio, Deme cazó una gran libélula que sobrevolaba el río. ¡Qué bonita era!

Y es que en los campos y en los montes de Aguilar, como en los de todos los pueblos hay muchos animales, plantas y rocas que tienen costumbres o que reúnen historias sorprendentes. Tan fantásticas o más como las de los «superhéroes» de las películas o de los video juegos. Para disfrutar y aprender con ellos solo hace falta acercarse a ellos y observarlos con la atención y la mirada curiosa de los niños.

Y hablando de superhéroes. Cuando ya volvíamos hacia el pueblo vimos un chopo solitario que crecía en El Cerro. En un terreno inclinado, en el que se escapa pronto el agua de agua. En una ladera orientada hacia el sur, donde llegan más rayos de sol. Y muy lejos del río, su ambiente natural. Es capaz de vivir en un ambiente extremo. Este chopo … era un auténtico superhéroe.

Y, así tras despedirnos de Deme, del río y del Remolinar, pero saludando al otoño en una mañana tan luminosa y bonita volvimos por el camino hasta el colegio.