POR EL RECUENCO Y LA ZARAGOZANA

UNA RUTA INVERNAL EN LA VAL DE SOLLAVIENTOS

Conforme se remonta la val de Sollavientos hacia el puerto de Valdelinares, muy cerca de la cabecera, hacia el este y encajado entre las dos Zaragozanas, llama la atención un ensanchamiento del valle. Este paraje es conocido como el Recuenco.

Cabecera de la val de Sollavientos tomada a unos 4.000 m de altura. Fuente: Google Earth

Estos prados de alta montaña ofrecen preciosas excursiones al final de la primavera, cuando la floración se muestra en todo su esplendor. Pero también invitan a ser descubiertos durante el invierno, la estación en la que los rigores meteorológicos permiten disfrutar de unas experiencias montañeras más propias de otras latitudes o altitudes.

En esta ruta se describe un paseo circular por las crestas, prados y arroyos del Recuenco. Fue realizada hace un año, varias semanas después del paso del temporal Filomena, cuando el monte ya estaba practicable pero aún conservaba restos de la nevada. En su mayor parte no sigue sendas. Nosotros necesitamos unas tres horas para realizar su recorrido siguiendo un ritmo tranquilo al caminar, el que nos gusta, el necesario para observar con atención las múltiples manifestaciones naturales y culturales que ofrecen estos paisajes.

Itinerario del paseo por el Recuenco y el puerto de Valdelinares. Foto: Google Earth

La ruta parte del vertedero que está situado en el puerto de Valdelinares. Allí puede estacionarse el coche. Es un emplazamiento muy desafortunado para un vertedero. En la cabecera de uno de los valles más hermosos del sur de Aragón, el vertedero municipal de Valdelinares tiene un impacto paisajístico inasumible. Es una pena.

Hay que dirigirse hacia el este en dirección a un monte rocoso: el Alto de la Nave.

Estamos en un nudo hidrológico. En el nacimiento de varios arroyos que alimentan a ríos pertenecientes a diferentes cuencas fluviales. Hacia el este, las aguas del barranco de Zoticos descienden por el término de Fortanete hacia el río Guadalope. Hacia el sur, por el término de Valdelinares, da sus primeros pasos el río Linares que, más adelante, se unirá al Mijares. Y, hacia el norte, las aguas se recogen creando el río Sollavientos que, cerca de Allepuz, desembocará en el río Alfambra. Tres cuencas hidrográficas independientes, todas de vertiente mediterránea.

Al inicio del paseo se observan pequeños grupos de jóvenes pinos royos o albares (Pinus sylvestris) que salpican los prados que se extienden por el puerto.

Las nubes bajas ocultan las cimas de las Zaragozanas, unas suaves y altas lomas rocosas que forman la sierra de Sollavientos y que se asoman a dicho valle.

A través de un bosquete ….

se busca una cañada ganadera que va cogiendo altura …

… entre prados abancalados.

El objetivo es alcanzar el cinglo o cresta rocosa que enmarca el Recuenco.

Las partes altas de la ladera conservan mejor la nieve. El ascenso entonces se hace más penoso.

El cierzo remonta por el valle del Sollavientos y se desparrama en todas las direcciones cuando alcanza su cabecera. Las hierbas se doblan ante el vendaval, señalando la dirección dominante habitual. Pero resisten tenaces.

La sensación térmica es muy fría a primera hora de la mañana.

Las losas calizas que quedan a la intemperie muestran las comunidades de líquenes rupícolas.

Tras superar el cinglo se extienden unos amplios y suaves prados hasta otra cresta sobre la que se levanta el Alto de la Nave con su cima: la Zaragozana (la sur, la de 1.977 m de altitud). Pese a su proximidad, las nubes bajas impiden verla.

El paraje tiene un aspecto que recuerda al de la tundra. Suaves relieves, vegetación herbácea, matas rastreras … impresión que se incrementa con el frío, el viento y la niebla. Pero no es así. Estamos en el dominio del bosque, en este caso de pino royo, como puede verse en montes vecinos como son el Peñarroya o el Monegro.

Han sido la transformación de los pinares en prados y el manejo ganadero durante siglos de los pastos los responsables de la composición y la estructura de la actual cubierta vegetal. Durante siglos este valle estuvo especializado en la cría de ganado ovino. Eran los pastos estivales de altura de los rebaños que extremaban en tierras levantinas.

El profesor José Luis Castán ya lo explicó hace unos meses en la conferencia «La trashumancia entre Allepuz y Valencia«. El valle de Sollavientos y el resto del término municipal de Allepuz eran tierras que pertenecieron durante siglos a la Comunidad de aldeas de Teruel. La venta de la lana que se producía en estos montes aportaba importantes ingresos a la ciudad a través de los impuestos y, por su vecindad con la Bailía de Cantavieja, gestionada por la Orden del Hospital, no faltaron los pleitos por la posesión de los codiciados pastos de este valle.

En primer plano, rebaño de ovejas pastando. Al fondo, las dos Zaragozanas y entre medio el Alto de la Nave y el Recuenco.

En la actualidad la cabaña de ovino que pasta en estos prados es un pálido reflejo de lo que otrora llegó a ser. En las últimas décadas, además, las vacas están reemplazando a las ovejas. Son los principales gestores del paisaje vegetal.

La ruta no tiene pierde. Hay que caminar por la desdibujada senda que se ajusta al cinglo.

Comenzamos a bordear el Recuenco.

El agua procedente de la fusión de la nieve vuelve a helarse durante la noche sobre la superficie del terreno, dejando huecos que parecen evitar a las piedras sueltas.

Al aflojar la presión ganadera comienzan a prosperar los enebros (Juniperus communis) y las chaparras o sabinas rastreras (Juniperus sabina). Y también, aquí y allá, crecen jóvenes pinos, incluso en la misma cresta rocosa. Un ejemplo de resistencia y de adaptación a las limitantes condiciones del medio.

El viento modela la copa del joven pino favoreciendo a las ramas de sotavento.

La senda, creada y mantenida por las vacas, se ajusta a la cresta caliza.

Encontramos unos cuerpos rocosos, oscuros y densos. Posiblemente se trate de escoria de la fundición de mineral de hierro. Sin embargo, no encontramos rocas ferruginosas en las inmediaciones.

En las laderas del Recuenco la nieve se acumula siguiendo un patrón definido por la anchura y dirección de los bancales. Bandas blancas se intercalan con zonas de prados descubiertos.

Los enebros y las chaparras, bien adaptados a los suelos rocosos y a los microclimas fríos, secos, extremos y venteados, se asoman a la cresta.

La vegetación potencial de estas montañas, la correspondiente a las etapas maduras, es decir las no afectadas por perturbaciones, correspondería a frondosos bosques de pino royo de estructura compleja y con abundante madera muerta, en las que los árboles crearían ambientes sombreados y frescos propicios para los hongos y líquenes, así como para plantas delicadas. En los claros del bosque creados por perturbaciones naturales (fuegos por rayos, vendavales, etc.), durante la primera fase de la sucesión ecológica secundaria prosperarían plantas herbáceas (gramíneas, leguminosas, cistáceas, etc.) bien adaptadas a los ambientes sobreiluminados. Estos herbazales, que en suelos más profundos formarían densos céspedes, serían los que buscarían los mamíferos herbívoros salvajes (cérvidos, cápridos) pero también los humanos para alimentar a los rebaños de ovejas, actividad que probablemente se remonte en estas montañas a la Edad de Hierro.

Si no mediara nueva perturbación o si no existiese la actividad ganadera, en la siguiente etapa de la sucesión secundaria los prados de montaña irían colonizándose por matas como el agrillo (Berberis hispanica), la galabardera (Rosa canina) y la vizcodera (Crataegus monogyna), especies propias de la orla del bosque, y allí donde el suelo fuera más somero (laderas rocosas, terrenos erosionados, solanas expuestas, etc.) por otras especies como el enebro y la chaparra. De no mediar modificaciones ambientales, los pinos royos harían su entrada de forma progresiva y, con el tiempo, al crecer, irían enriqueciendo en materia orgánica y sombreando el suelo favoreciendo el reemplazo de las especies austeras por otras más delicadas, las propias de las etapas más maduras de estos bosques.

El papel del pastor fue, precisamente, el de mantener activamente la etapa de los prados, la de mayor productividad, evitando el avance espontáneo de los arbustos, la matorralización, mediante el manejo del ganado (no solo ovino, sino también caprino y vacuno, complementarios al primero) y mediante la eliminación activa de las matas (leñas, fuego).

La regresión ganadera de las últimas décadas ha favorecido el avance en estas montañas de los enebros y, especialmente, de las chaparras que forman ahora unas amplias alfombras que tapizan el suelo y que confieren al paisaje el aspecto de «piel de leopardo«.

Chaparras en la cabecera de la val de Sollavientos en una imagen estival. Foto: Google Earth.

Lo que actualmente vemos no es más que una secuencia de la película. Los paisajes son cambiantes, también aquí. No sabemos qué traerá el devenir de los tiempos a estas montañas. Si en el futuro se reduce la presión ganadera, el bosque avanzará para recuperar sus dominios. Aunque no debemos olvidar la influencia de otros factores, como el incremento de temperaturas asociado al cambio climático.

La senda que seguíamos abandona la cresta para encaminarse hacia el Mas de la Zaragozana, que las nubes -que nos envuelven- nos impiden ver. Impresiona pensar la ocupación humana en este territorio. ¡Hasta en la cima de las montañas!

La ruta abandona la senda y sigue la rocosa línea de calizas que forma el cinglo.

Un suave collado se abre entre dos altos. Es el collado de la Zaragozana.

El collado es el paso natural desde el Recuenco al barranco del Tajo, desde la cabecera de la val de Sollavientos al término de Fortanete. Un camino poco transitado lo atraviesa.

Las crestas están formadas por unas rocas resistentes a la erosión, como son las calizas y las dolomías

pero también por calizas con foraminíferos,

organismos unicelulares dotados de caparazón calcáreo, que habitaban en los sedimentos de las plataformas continentales de los archipiélagos que jalonaban la transición entre los oceános Atlántico y de Tethys en el tránsito entre el Cretácico Inferior y el Superior …

Mapa con la distribución de los océanos y continentes a mediados del Cretácico Superior. Fuente: Museo de Geología de la Universidad de Oviedo

En el collado seguimos la divisoria de aguas hasta alcanzar el alto.

Estamos muy cerca de la otra Zaragozana (la situada al norte, la de 1.912 m. de altitud) cuya silueta se intuye entre las nubes. Es la ocasión de hacer cima.

No hay senda alguna. Hay que sortear las enormes chaparras que tapizan el prados hasta alcanzar un roquedo …

que hay que acceder por un canchal

hasta alcanzar la cima, completamente cubierta por una mata de chaparra …

Mientras tanto, las nubes comienzan a desvanecerse lo que permite disfrutar de una espléndida panorámica, por la altitud del paraje …

Se reconoce el Monegro, por las pistas de esquí de Valdelinares abiertas entre el pinar …

y, algo más hacia el oeste, como un gigante, se levanta macizo nuestro «moncayo»: el monte Peñarroya.

Se desanda el camino hacia la cresta que asoma sobre la val de Sollavientos. Vamos a poder disfrutar de la panorámica que las nubes nos ocultaron. En frente, en el fondo del valle, ya se ve el Mas del Molar. Al fondo, haciendo de divisoria con el barranco de las Umbrías, levanta el cerro conocido como Castillo del Mas de Sancho.

Es el momento de bajar al Recuenco y de retornar el punto de inicio de la ruta.

Descenso desde los prados de la Zaragozana hacia el Recuenco. Foto: Google Earth

Por no desandar lo andado volviendo al collado, buscamos un portillo natural abierto en el cinglo.

Realmente, es una pequeña falla como bien refleja el mapa geológico.

A nuestros pies se precipita la ladera que nos permitirá alcanzar el fondo del valle y las fuentes del río Sollavientos.

Muy cerca pueden verse las ruinas del corral del Molar.

y apreciar los puentes de un hundido cubierto, gruesos troncos de pino unidos mediante clavos que resisten bien a la intemperie …

Hay que seguir bajando por los prados que tapizan la ladera. Las rocas han cambiado. Predominan ahora margas, arcillas, arenas y areniscas depositadas en ambientes de transición al final el Cretácico Inferior. Estos materiales detríticos retienen muy bien el agua y permiten el desarrollo de suelos profundos. Y de pastos de gran calidad. El sistema de terrazas favorece la recarga hídrica del suelo cuando regala la nieve. Y la producción de hierba.

Algunos prados tienen cierres con alambre espino. Otros, en cambio, formados por setos de densas endrineras.

Numerosos arroyos descienden por el anfiteatro que es el Recuenco …

reuniéndose en el fondo en un arroyo que se abre paso entre suaves lomas …

A la altura del Mas del Molar, una arboleda de robustas y bien cuidadas sargas trasmochas acompaña al arroyo.

La masía está formada por un conjunto de edificios todavía bien conservados. La vivienda, el pajar, la majada …

Construidos con piezas alargadas de una piedra caliza de tonos claros en la que abundan restos de organismos marinos.

No sabemos cuál es origen del nombre de la masía. Sugiere la existencia de alguna antigua cantera de piedra de amolar. Por las rocas de su entorno, bien podría ser, pues afloran calcarenitas y areniscas de grano silíceo del Albense, de la formación Utrillas.

La alta capacidad de retención hídrica que tienen las arcillas y margas puede resultar excesiva bajo un punto de vista agronómico. El masovero crea drenajes, aquí conocidos como enjuagadores, para dar salida al agua de los suelos saturados.

Durante el descenso queda a la vista la cercana carretera y, junto a ella, la Masía de la Torre de don Pedro. Hacia el oeste, en lo alto, se yergue el Mas de Sancho.

A través de los prados se alcanza el fondo del valle y, junto al cauce del jovencísimo río Sollavientos, un bacio ofrece agua al ganado.

La erosión fluvial ha dejado a la intemperie unos bancos de caliza, la piedra utilizada en la construcción de los edificios de la masía. Grandes bloques se han desprendido y permanecen al pie del escarpe.

Hay que remontar el río Sollavientos por un sendero de vacas.

La pendiente en el fondo del valle se incrementa. Unos estratos de calizas de ese intercalan entre otros de margas. La mayor resistencia de los primeros favorece la formación de pequeñas cascadas.

El agua del deshielo tras el paso del temporal alegra durante unas semanas lo que habitualmente y durante buena parte del invierno no es más que un diminuto arroyo.

Observamos unos estratos formados por unas rocas carbonatadas ferruginosas de color rojizo oscuro. Es probable que estos materiales fueran la materia prima consumida en fundiciones locales para obtener hierro. El origen de las escorias que encontramos en el cinglo.

La senda, mientras asciende, se interna por un joven pinar …

… salpicado de enebros.

Las plántulas de los pinos resisten bien el peso de la nieve.

El río Sollavientos recibe pequeños arroyos, sobre todo de su margen derecha. En la cabecera, conforme se asciende por prados hacia el puerto de Valdelinares, se desdibuja el cauce del río y se va suavizando la pendiente. Estamos en el paraje de La Vaquera.

Al alcanzar el puerto, se concluye la ruta. A nuestros pies, se ofrece una panorámica de la val de Sollavientos. Siempre hermosa.

Incluso en invierno.