LAS ALJECERAS Y EL CABEZO DEL CUCÓN
UN PASEO POR UN PAISAJE GANADERO Y MINERO DE GALVE
El río Alfambra, entre el estrecho de la Virgen de la Peña de Aguilar y el pantano de Galve, atraviesa un territorio muy escarpado y de gran belleza. En los once kilómetros recibe algún arroyo y numerosos barrancos. Cada uno tiene su carácter, su singularidad. Este artículo propone un paseo por uno de ellos: el barranco de las Aljeceras.
Para acceder el lugar hay que dejar la carretera que une Camarillas y Galve (A-228) entre los puntos kilométricos 74 y 75, a la altura de una vaguada con prados y labores.
Viniendo desde Allepuz, se toma la pista que sale a mano izquierda y que acerca a una paridera, una fuente y una hilera de jóvenes árboles. Estamos en El Caño. Al llegar al citado edificio se toma un desvío hacia la izquierda y se sigue un camino que cruza un arroyo y que remonta la ladera. Deja a un lado unas ruinas y alcanza un collado donde aparece un pequeño corral. El corral de las Aljeceras. En total, desde la carretera, son unos 1,6 Km.
El corral tiene tal interés etnológico que le dedicaremos un artículo más adelante. Merece una visita.
El barranco tiene un corto recorrido. A ambos lados, las dos laderas, de aspecto muy diferente. Y al fondo, se adivina el Alfambra, el río en el que desemboca.
Lo primero que llama la atención es la práctica ausencia de arbolado. El paisaje vegetal está formado por plantas herbáceas y pequeñas matas. Esto nos recuerda el intenso -y antiguo- aprovechamiento humano de la cubierta vegetal en la zona, la causa de su deforestación, así como la escasez e irregularidad de las precipitaciones propia de esta parte de la cordillera Ibérica. Pero hay más causas.
Por la margen derecha parte una estrecha y agradable senda que desciende decidida a través de un pasto de finas hierbas. Es una pradera «mediterránea«.
Predomina una gramínea de largas y finísimas hojas que en la zona es conocida como cerrillo (Stipa pennata). En esta primavera, generosa en lluvias, sus densas matas cubren buena parte del suelo. Esta hierba tan común forma parte del forraje del que se alimentan las ovejas que pastan en estos montes.
El cerrillo prospera especialmente en esta ladera. Es muy probable que le beneficie el crecer sobre las arcillas rojoanaranjadas que en ella afloran. Estos materiales son capaces de retener el agua lo que favorece el desarrollo de prados, incluso en ambientes tan difícil como puede ser una exposición en solana y de acusada pendiente.
Estas arcillas, que vienen acompañadas de conglomerados de cantos calizos, son las mismas rocas que pueden encontrarse en el fondo y márgenes del valle del río Seco, en las lomas de Monteagudo y en las Muelas de la Umbría (Ababuj y Aguilar) y de Camarillas. Su origen, como ya se explicó en el artículo dedicado al modelado del relieve del Alto Alfambra, se encuentra en el desmantelamiento durante el Oligoceno y Mioceno Inferior de los primeros relieves formados durante la orogenia Alpina en este sector de la cordillera Ibérica.
Estas rocas sedimentarias se depositaron en ambientes continentales recubriendo las rocas depositadas durante la era Secundaria, en este sector del valle, calizas jurásicas y arcillas triásicas.
El contacto lateral entre los conglomerados terciarios y las calizas jurásicas se aprecia muy bien en las dos laderas del barranco.
El tránsito cotidiano y el pastoreo moderado son el origen de unas pequeñas trías paralelas entre sí y casi horizontales. Si la pendiente de la ladera es escasa, no van a más.
Ahora bien, si se intensifica la presión ganadera y, sobre todo, si la ladera aumenta su pendiente, será el origen de pequeñas cárcavas.
Sobre un peñasco calizo se yergue un perdigacho. Su canto, repetitivo e insistente, multiplica su potencia en este valle cerrado. Marca el territorio y atrae los peligros para evitar riesgos a la perdiz, que no está muy lejos.
En las partes altas de las márgenes del barranco, al pie de los peñascos calizos, quedan matas aisladas de carrasca. Son los últimos restos de los bosques que hace siglos, tal vez milenios, poblaron estos montes. Son tallares, los rebrotes que nacen de la zueca tras la corta de los rechizos para su aprovechamiento como leña. Y, tal vez, con el tiempo sean el germen de futuros carrascales, según sea el devenir humano en estas sierras.
Entre el cerrillar crecen algunas aliagas y enebros. No es común, pero también puede encontrarse alguna sabina albar. Esta conífera crece bien sobre estos conglomerados con arcillas, los mismos que aparecen en Corbalán, donde el sabinar prospera con éxito.
Se puede interpretar que en su origen estos cabezos estarían poblados por un bosque mixto de carrasca y de sabina albar, plantas austeras, de hoja perenne, ambas bien adaptadas a la exposición de la solana.
El sendero sigue descendiendo y se aproxima a una barranquera de difícil tránsito. Cambian las rocas. Los conglomerados y arcillas terciarias dan paso a unas arcillas de variados colores. Son unas arcillas depositadas durante el Triásico Superior (Keuper) en ambientes costeros, lo que explica que vengan acompañados de yesos y de otras sales. Son las mismas arcillas que aparecen en el paraje de la Salobreja, en Monteagudo del Castillo. El contacto entre diferentes rocas, también discordante, se aprecia igualmente bien.
Las arcillas triásicas son muy poco competentes ante la acción erosiva de las aguas superficiales. Por eso, forman cárcavas profundas de paredes casi verticales. La naturaleza de las rocas, de nuevo, determina el relieve.
En función de los óxidos metálicos acompañantes, las arcillas adquieren tonos violáceos, granates, grises, verdosos o pardos.
Entre las arcillas pueden verse pequeños cristales de jacinto de compostela, una variedad de cuarzo de color rojizo y que aparece como un prisma hexagonal con dos pirámides en los extremos, que es muy característica del Keuper.
Igualmente son abundantes pequeños fragmentos de rocas que presentan minerales ricos en óxidos (oligisto) e hidróxidos (limonita) de hierro.
El sendero se desdibuja en las arcillas. La pendiente de la barranquera, la ausencia de vegetación y la abundancia de pequeños cantos hacen difícil el tránsito.
Nos desplazamos lateralmente para salir de la barranquera arcillosa y nos aproximamos a un peñasco calizo. Una observación detallada muestra que, en realidad, se trata de pequeños cantos de borde anguloso muy bien cementados de caliza o de dolomía. Una especie de conglomerado, pero depositado durante el inicio del Jurásico (Lías) en ambiente marino.
Bien agarradas a las paredes verticales crecen viejas sabinas negrales, en un ambiente muy difícil (expuesto al viento y al sol, mínimo suelo, escasez de agua) para su desarrollo pero, eso sí, un medio para el que están muy bien adaptadas y en el que encuentran muy poca competencia.
Estas peñas asoman al valle y ofrecen una preciosa perspectiva de las umbrías del paraje conocido como Cerera …
y de los Ríos Altos …
… en los que se encaja el río Alfambra antes de salir a la vega de Galve.
Cuando comienza a calentarse el aire, los buitres leonados -que durante la noche han descansado en las cinglas cercanas- sobrevuelan al excursionista .
Menos fácil, pero también posible, es observar el halcón peregrino cuando recorre estos solitarios parajes bien atento al movimiento de las tordejas o de los turcazos.
Es el momento de descender hacia el río por una empinada ladera que pasa junto a un aguda peña …
… en cuyas grietas prosperan las villomeras, en plena floración durante los primeros días de mayo.
La arboleda que acompaña al río no puede ser más interesante, tanto en lo ambiental como en lo cultural.
Destacan los veteranos chopos cabeceros que forman pequeñas dehesas o alineaciones en las márgenes del Alfambra. En realidad forman parte de la arboleda que, de forma continua, se extiende desde el término de Allepuz hasta el de Galve, y que es uno de los mayores valores del Parque Cultural.
Son ejemplares de notables dimensiones y con numerosos huecos, buen indicador de su edad y de su valor ecológico.
La presencia de árboles muertos, en pie y caídos, multiplica todavía más el valor ecológico de estos árboles pues ofrecen hábitat a la vida silvestre.
El estado de conservación de estos árboles no es muy bueno. En su mayoría, han perdido el turno de desmoche hace ya varias décadas y no son raros los ejemplares puntisecos, reflejo de los procesos de atrincheramiento en las ramas principales.
Otro de los valores ambientales de la ribera del Alfambra a su paso por Galve son los bosquetes de álamos canos. También en los estrechos vamos a encontrar a esta salicácea tan característica de los ambientes ribereños con sustrato arcilloso del sur de Aragón.
Nacen espontáneamente y no suelen ser ejemplares muy viejos. Algunos de ellos recibieron poda de formación para convertirlos en trasmochos …
… algo que no es fácil de encontrar y que apunta a la arraigada tradición en Galve a convertir en cabeceros a los árboles de ribera.
Las aguas del Alfambra pierden velocidad a su paso por las zonas de acumulación de sedimentos formando tablas …
… mientras que la ganan al pasar por estrechos en donde predomina la erosión produciéndose rabiones …
En la orilla cóncava del meandro la erosión ha formado un talud que muestra una parte de la potencia de los sedimentos depositados durante el Cuaternario en la llanura de inundación. En la orilla convexa, donde disminuye la velocidad de la corriente, predomina el depósito de gravas y cantos. Hace muchos años, el dueño del campo plantó un chopo para defenderlo de la erosión. Y ahí está cumpliendo su misión.
Cerca del meandro, en la margen derecha del río, la ladera ofrece el intenso color rojo violáceo propio de las arcillas del Keuper. Descarnada, con una acusada pendiente y tan apenas cubierta por pequeñas matas. Es la aljecera, una de las canteras en la que se extraía el yeso, que da nombre al barranco por el que desciende el excursionista.
En la parte baja aparecen unos cristales blanquecinos que forman fibras de longitud centimétrica y que se disponen en paralelo unos con otros.
Son cristales de yeso, más conocido antaño como aljez, palabra que procede del árabe hispánico alǧiṣṣ.
Al pie de la aljecera se levantan los muros de un pequeño edificio de forma casi circular. Son los restos del horno de aljez. En su momento debió de ser profundo. Ahora se encuentra casi colmatado y cubierto de zarzas.
Es uno de los diversos hornos de piedra de yeso que aparecen diseminados en esta ladera. Algunos, de pequeñas dimensiones, fueron construidos por aquellos vecinos que necesitaban obrar y tenían una carga modesta (de unos siete mil kilos). Otros, sin embargo, eran los construidos por el aljecero, una persona que se dedicaba a la producción y venta de yeso, por lo que eran de mayores dimensiones (más de quince mil kilos).
El yeso mineral es el sulfato de calcio hidratado. Para utilizarlo como material de la construcción es necesario eliminar las moléculas de agua y esto requiere un tratamiento industrial de calcinación de los cristales. Esto es lo que ocurría en el interior de este horno. El combustible no era otro que la leña que se extraía de estos montes y de la cercana ribera. Esto explica, parcialmente, la intensa deforestación del entorno.
No se conoce la antigüedad de este aprovechamiento aunque bien ha podido ser largamente secular pues muy cerca se ha encontrado un poblamiento de época íbera y algo más al sur, cerca del río, otro de época islámica. Este último fue conocido como Abella tras la expansión del Reino de Aragón, y se situaría en el entorno de la actual masada de la Abeja. Al parecer, la explotación de esta aljecera y el uso del horno debieron abandonarse a finales del segundo tercio del siglo XX cuando ceso la actividad el aljecero que aprovechaba esta cantera.
Hace unos años los hermanos Herrero de Galve realizaron una cocida de yeso, una recreación de interés etnológico de esta actividad industrial con el fin de obtener un producto artesano. En este audiovisual pueden verse las diferentes etapas del proceso.
De repente se escucha un silbido alto y explosivo. Es la señal de alarma de un grupo de cabras monteses, ungulados comunes en estos solitarios parajes. Las busco en los altos, en los riscos calizos. No se las ve. Las tengo enfrente, muy cerca, en el talud de la aljecera.
¿Qué harán allí? Un lugar insólito pues es el paraje con menos pasto en la zona. Pronto lo sabremos. Las jóvenes cabricas huyen ágiles y rápidas por la encosterada ladera, y se pierden de vista.
Merece la pena retrepar por la ladera para descubrir las abundantes venas de cristales de yeso que surcan las arcillas del Keuper.
Estas venas se entrecruzan entre sí …
y al ser menos erosionables que las arcillas crean unas pequeñas celdas …
que tienen su expresión incluso en el paisaje …
Estas arcillas ricas en sales fueron acumuladas en ambientes costeros durante el final del Triásico (hace unos 200 millones de años) y se recubrieron por potentes paquetes de rocas carbonatadas a lo largo del Jurásico y buena parte del Cretácico.
Son materiales muy plásticos. Es común encontrar pliegues centimétricos en las mismas venas de yeso.
Esta plasticidad a los esfuerzos tectónicos le permitió actuar como una superficie de despegue durante la orogenia Alpina provocando pliegues en las calizas que soportaban.
Pliegues que pueden ser de escala métrica, como los de los cercanos Ríos Altos …
o de escala kilométrica, como el sinclinal de Galve …
… que ya se comentó en el artículo dedicado a la Muela de Galve.
Pocas son las plantas que prosperan en estos ambientes. Las arcillas, impermeables, favorecen la escorrentía y limitan la infiltración. Si ya el clima es seco, aquí aún es más difícil prosperar. Pero hay otro factor, el yeso es un mineral que en elevadas concentraciones, como ocurre en los aljezares, resulta tóxico para la mayoría de las plantas. Sin embargo ofrece una oportunidad, un nicho econólgico, para algunas otras que disponen de adaptaciones funcionales.
Es un ambiente apropiado para el garcirrubio, nombre que recibe en Galve la Ephedra nebrodensis …
… planta que aún se recogía en estos parajes a mediados del siglo XX para su venta a las industrias farmaceúticas, por el contenido en efedrina, alcaloide de amplio uso por sus propiedades medicinales.
También lo es para la bocha blanca (Dorycnium pentaphyllum) …
… estos días pletórica de flores y de insectos.
Entre las plantas de este paraje destaca una por su belleza. Es una leguminosa de hojas compuestas por más de veinte pares de foliolos y de unos glomérulos esféricos a modo de inflorescencias con numerosas flores amarillas. Se trata de Astragalus alopecuroides.
Es una especie propia de terrenos arcillosos y margosos, muy expuestos, como estas barranqueras. Es un endemismo iberomagrebí que está presente en Argelia, Marruecos, España y Francia. En Aragón es más común en la Depresión del Ebro que en la Cordillera Ibérica. No son frecuentes las citas en la provincia de Teruel.
Es una de las plantas que muestran el vínculo entre la flora de las montañas del sur de Aragón y las del Rif o del Atlas.
Muy cerca aparece otra planta muy emparentada con la anterior. Se trata de Astragalus turolensis. En este caso es un endemismo estrictamente ibérico que se encuentra en el Este y el Centro Norte de la península, en pastos secos, matorrales abiertos y claros de bosque.
Una y otra son plantas nutricias de la niña del astrágalo (Kretania hesperica) una mariposa endémica de la península Ibérica.
La biodiversidad de estos parajes, como puede verse, no puede ser más interesante y sorprendente.
Retrepando por los taludes de la aljecera, justo donde estaban las cabras monteses, aparecen unas manchas blancas formadas por pequeños cristales de yeso.
Es el motivo de su presencia. Los ungulados necesitan incorporar regularmente sodio, elemento escaso en las plantas, sus alimentos. Por ello, los ganaderos aportan sal a sus rebaños de ovejas o vacas. En la naturaleza, estos mamíferos lo resuelven ingiriendo rocas ricas en sales, como las arcillas del Keuper, en las que además de sulfatos de calcio, hay también cloruros de sodio, potasio o magnesio. Es por ello, que los excrementos de las cabras monteses tienen un aspecto arcilloso, como ya vimos en la Muela de Galve.
Tras algún aprieto, se sale del talud de la aljecera. Una ladera en umbría muestra cómo se produce la recuperación de la cubierta vegetal cuando disminuye la presión humana. Las villomeras (Amelanchier ovalis) y los enebros (Juniperus communis) forman un bosquete que, poco a poco, comienza a extenderse y a cerrarse.
El río y la vega asoman al trasponer este alargado y suave monte. Los cultivos, este año de cereal, se extienden hasta la orilla del río aprovechando la humedad del suelo y la fertilidad de la tierra.
En las orillas de los campos -o a veces en medio de ellos- se plantaron unos chopos para producir vigas, una renta de origen forestal, complementaria a la de la agrícola y ganadera. Y es que, el objetivo no era otro que el de obtener el máximo rendimiento al terreno.
En esta primavera tan lluviosa prosperan hierbas arvenses, como la cenicilla (Hypecoum procumbens), donde no se pudo aplicar el herbicida.
Al remontar el río Alfambra el valle se estrecha. Las peñas se acercan cada vez más. Aún así, los austeros chopos encuentran gravas en las que crecer, aprovechando las corrientes aguas del río y, cuando faltan, las subterráneas del subálveo.
Es el momento de iniciar el retorno. Habremos llegado a la desembocadura de un torrente: el barranco del Coscojo. En realidad es un cono de deyección.
Es un depósito de poco rodados cantos y de gravas calizas arrancados de los Cabezos de la Virgen y del Cucón, así como restos de troncos y ramas arrastrados durante las violentas y esporádicas crecidas. El acúmulo de sedimentos causa el desvío de la corriente del río Alfambra.
Se puede remontar el barranco aunque para evitar los pequeños saltos o las zonas con vegetación cerrada se recomienda ascender por la ladera de la margen derecha del barranco siguiendo el límite entre los términos municipales de Galve y Camarillas que marcan las tablillas de los cotos de caza. No hay senda pero no es difícil ni tiene pérdida. Se trata de subir hacia el Cabezo de la Virgen.
Es un terreno áspero, muy rocoso. Afloran calizas y dolomías jurásicas (Dogger-Malm Inferior) en las que prosperan de nuevo las sabinas negrales. La vista del valle es espléndida.
Al coger altura la pendiente se suaviza pues las calizas y dolomías son reemplazadas por margas (Malm Medio). Es el dominio de la jadrea (Satureja intricata), una mata muy propia de estos ambientes abiertos en el Alto Alfambra.
El itinerario continúa por la divisoria entre dos barrancos. El de nuestra derecha, el del Coscojo, tiene su cabecera en la suave y cerrada loma donde se recoge el agua del torrente: la cuenca de recepción.
Sobre la loma se levanta un pequeño cerro coronado por un mojón de piedras, a modo de vértice. Es la cima del Cabezo de la Virgen (1.433 m).
Manteniendo el rumbo ya aparece otro cerro, tan solo un poco más alto: es el Cabezo del Cucón (1.444 m). Otro mojón construido igualmente con piedra seca culmina el alto.
Frente a este cabezo, hacia el norte, se levanta el Alto de los Rabadanes (1.456 m), donde convergen los términos de Galve, Camarillas e Hinojosa de Jarque, por donde las aguas ya se encauzan hacia el río Guadalope y el Ebro.
Allí se cambia la dirección. Hay que dirigirse hacia el oeste a través de la loma conocida como Llano de Visiedo que, al terminar desciende abrupta asomando al collado en el que se inició el recorrido.