NIEVE EN SOLLAVIENTOS

Comenzaba a clarear. Sin prisa, remontaba en coche el valle del Sollavientos. Confiaba en ver amanecer desde el puerto de Valdelinares, divisoria entre la cuenca del Alfambra y la del Mijares. La luz aún era escasa. La elegante silueta de la ermita de Santa Isabel, tan sencilla, tan serena, me animó a captar aquellos colores del alba. 
Sobre la Masada de Don Pedro, se levantaban unas gruesas nubes que me presagiaban tener un amanecer poco soleado en el puerto. Así fue.
En una de las recurvas, a mi espalda, ví cómo entraban los primeros rayos a las crestas del cerro de la Mediana (1.882 m.), una de las cumbres de que separan el valle del Sollavientos de la Rambla de Malburgo, perteneciente esta ya a la cuenca del Guadalope. 
Y es que estamos en una de las zonas más altas de la cordillera Ibérica. Y, por consiguiente, en un nudo hidrológico de primer orden: la confluencia de las cuencas del Guadalope, el Mijares y el Alfambra. 
En el puerto de Valdelinares, silencio, frío y viento. Un paisaje nevado, magro resultado de un temporal, el segundo del invierno, profusamente anunciado y que poca nieve ha traído a las sierras del sur de Aragón. 
El viento ha barrido la nieve de los salientes, donde asoma el prado seco y corto. La luz filtrada entre las nubes le otorga un tono azulado a la nieve. Como en los glaciares.
Al otro lado del collado se levanta el Monegro de Valdelinares, con su oscuro pinar abierto por las rectilíneas pistas de esquí. Heridas en el paisaje. Hacia allí se dirigen algunos coches con jovenzanos y familias con niños que vienen por la carretera de Fortanete. 
El sol se resiste en asomar. Por fín lo hace. Sus rayos atraviesan unas nubes que se levantan sobre los montes de Mosqueruela …
… iluminando los prados del collado. El cierzo ha formado ventisqueros al quedar atrapada la nieve entre las hierbas.
Sobre el blanco manto tan solo levantan los enebros, salpicando de verde oscuro un lienzo blanco y plegado. Unos días antes, en El Pobo, me apuntaba Juanjo Martín la semejanza que tienen la limpia nieve de los ventisqueros y los pliegues que forman las sábanas sobre la cama. 
Aquellas, a mí me recordaban a la arena de las dunas de Doñana, sepultando a los arbustos …
El puerto se encuentra en el término municipal de Valdelinares. Allí, en la vertiente del río Sollavientos (y del Alfambra) se ha construido un vertedero de residuos domésticos. En principio, tiene su cercado. Pero da igual. Escombros, cartones, zarrios y basuras varias se extienden por la explanada y, lo que es peor, asoman y caen al valle. Es una lástima que la cabecera de uno de los valles más hermosos de la provincia de Teruel esté estropeada paisajísticamente por un vertedero en el que se observa muy poco control. 
Mientras tanto, una águila real cruza el valle dirigiéndose al pinar que tapiza la inclinada ladera de El Recuenco. La rapaz vuela rasa por los claros del bosque. Intenta descubrir alguna liebre con la que probar suerte. Es la ladera menos soleada, donde la noche tarde un poco más en retirarse, donde ha podido retrasarse en encamar su almuerzo.
La bajada ofrece preciosas vista de la cabecera del valle. Tanto hacia el oeste, por donde se abren unos suaves prados hoy nevados …
… como hacia el norte, donde destacan -en primer término- los viejos bancales, hoy también cubiertos de nieve, y -al fondo- el valle del Guadalope, hacia el término de Villarroya de los Pinares. 
Hacia el este, al pie del Zaragozana (1.918 m), la nieve igualmente ha sido venteada …
Un par de caballos pastan en los prados cercanos a la masada de D. Pedro …
… debajo de una arboleda de chopos cabeceros, la situada a mayor altitud de la cuenca del Alfambra y, muy probablemente, del resto de la cordillera Ibérica.
Estos árboles fueron hechos trasmochos en sus primeros años, tal vez hace más de cincuenta, pero posiblemente y desde entonces, no han llegado a ser escamondados (o batidos, como por aquí dicen) para aprovechar sus vigas. 
Muy cerca, al otro lado del arroyo, me observan curiosas unas novillas …
que al poco me ignoran para dedicarse a lo suyo, a darle bocados a la alpaca de paja que hay en dentro del comedero …
La ermita de Santa Isabel es una parada obligada en la ruta por el valle del Sollavientos. Mucha prisa has de llevar para no dedicarle un paseo a su entorno. Aunque sea breve. 
Es un edificio austero y armonioso … 
… enclavado en un bellísimo paraje en el que los prados son surcados por muros de piedra seca …
y por el joven río Sollavientos, que aparece jalonado por unos viejos sauces trasmochos, todavía aprovechados por sus ramas.
Vengas cuando vengas, este paraje siempre te deja un poso de paz. 
Tras la ermita se acumulan varias alpacas de paja: la comida de las novillas. Algunas, son de cañote de panizo. Las más, son de triticale segado y empacado directamente sin triturar. Tal vez sea el resultado de la mala cosecha de la temporada pasada, en la que las espigas no han llegado a granar en muchos pueblos. Dentro de la alpaca, las cañas y las espigas se disponen creando una espiral. 
Cada alpaca es una pequeña galaxia.
Sube por el camino un ganadero con su pick-up. Se acerca a la masada a dar vuelta del ganado. Vuelve a la masada. Todo en orden.
En el cielo parece que quiere abrir ventana. El sol asoma entre las nubes. Al fondo, en el centro de la imagen, se levanta el Castillo del Mas de Sancho (1.856 m) …
El valle del Sollavientos tiene una interesante población de árboles trasmochos, tanto sauces como chopos. No son árboles muy longevos pero sí muy sanos, por mantenerse viva la práctica del desmoche para producir leña para las masadas. Estos árboles confieren carácter al paisaje. Le aportan una profunda belleza.

Los chopos cabeceros son algo más comunes en la parte baja del valle …

mientras que los sauces lo predominan en la alta …

Aunque por lo común, unos y otros se intercalan .

Algunas imágenes invernales nos recordaban a las campiñas de Bélgica o de Normandía. Eso sí, pero a 1.500 m de altitud.

La carretera se acerca a una masada habitada. Otras veces que he pasado he visto pastar a un atajo de ovejas en un cercado próximo. Por estas fechas deben estar recogidas. Las que sí que estaban sueltas eran las gallinas. Unas royas, otras negras serranas. Todas se entretenían picoteando el suelo. Son bravas estas gallinas masoveras.

Junto a la masada, una fuente, con un pequeño abrevadero tejado y pared.

En uno de los primeros rastrojos rebuscaban semillas un par de cientos de pajaricos. Con mucho, predominaban los pinzones vulgares (también llamados nevateros en algunos pueblos de Teruel). Pero, entre estos, eran también comunes los pinzones reales (conocidos en el valle del Ebro como mecos) y los gorriones chillones (o chillandras). Unos y otros estaban tan inquietos como hambrientos. A la mínima, casi todos levantaban vuelo para refugiarse en los arbustos del lindero. Y, con la misma rapidez, se dejaban caer sobre las cañas del cereal.

El frío no aflojaba. No subíamos de 3 ºC, afirmaba el termómetro del auto. Y corría el cierzo. El cielo se iba cubriendo. El sol se intuía entre las grises nubes.

La ganadería está cambiando en las sierras de Teruel. Durante siglos ha estado volcada con el ovino. Durante los últimos diez, ganadero que se jubila, ganado que desaparece, salvo que se contraten pastores marroquíes. Los (pocos) jóvenes que se incorporan se ponen vacas, cierran una parte de monte y, en muchos casos, mantienen otra actividad complementaria.

El paisaje también va cambiando. Y más que cambiará.

Frente al Mas de la Vegatilla había otro rebaño de vacas. Bueno vacas y de toros. Estos topaban entre sí, ante la mirada indiferente de las hembras, más interesadas en comer forraje en el pesebre metálico.

A través de un camino que pasaba entre dos muros de piedra seca, me acerqué al río. Quería ver el caudal. Poquico. Y helado en sus orillas.

Robustos chopos cabeceros con vigas de más de cuarenta años habían sido escamondados el invierno pasado. No es lo deseable. Los cortes son demasiado extensos, la cicatrización es más difícil y el riesgo de entrada de hongos es mayor. Es preferible mantener turnos de entre 12 y 15 años, pudiendo estirarse hasta 20. Ahora bien, ¿qué se puede hacer con los árboles cuando tienen el turno tan pasado? La experiencia del valle del Alfambra nos dice que, aún siendo traumática para el árbol, los árboles rebrotan con fuerza y producen ramas viables y con futuro.

Al acercarme a la palanca comprobé la vitalidad de estos chopos alfambrinos. En el tronco de uno de ellos habían clavado dos carteles de acotado. Uno de pesca y otro de caza.

El árbol ya se estaba engullendo la tablilla del vedado de pesca …

Dentro de unos años se lo terminará. Y, mientras tanto, la irá emprendiendo con el de caza. Los árboles son lentos, pero implacables.

En la cuneta de la carretera crecen una hierbas, por estas fechas secas y rígidas, que tolerantes a la sal que se añade en invierno para evitar las placas de hielo. Sus semillas son el alimento de una bandada de una treintena de verderones serranos.

Confiados en la vigilancia colectiva que otorga el grupo, se afanan en picotear las semillas del suelo o de las hierbas ignorando al observador. Son conscientes de que el día tiene pocas horas de luz. Hay que comer mucho y deprisa para soportar la larga y fría noche invernal. Estos pajarillos seguramente criarán en primavera los pinares oromediterráneos de Gúdar y del Maestrazgo, pero se agrupan al cabo del verano para aumentar su eficacia y tener más garantía de supervivencia.

Antes de coger el coche, me acerco al arroyo de nuevo. El agua se filtra mayormente entre las gravas y se congela en aquellas zonas en las que se remansa. Con el sauce inclinado, ofrece una estampa que nos evoca a otro río muy turolense: el Pancrudo.

Antes de encaminarse hacia el cruce de Allepuz y Villarroya de los Pinares, conviene dar una última mirada al valle del Sollavientos.

Uno de los valles más hermosos y singulares de la cordillera Ibérica aragonesa. Y de los menos conocidos.