AZAROLLEROS Y AZAROLLAS

A la dama del conroyo

El paladar cultural y la salud digestiva de muchos niños urbano-rurales, a los que el bendito “cambio de aguas” anual nos producía colitis,  se vio marcado por la cura natural  de un “puñadico de azarollas” secas que las abuelas reblandecían en agua hervida unas horas y nos comíamos encantados. Medicina de pueblo, que ahora llamarían “ecológica”  y entonces era remedio barato y seguro.  Pero algunos nos aficionamos tanto a ellas que nuestras tripas sufrieron el trastorno contrario. Así que, avisados quedáis sobre las cualidades y contraindicaciones de estos frutos si se toman en exceso.

 Los azarolleros

En el ribazo medianil entre dos parcelas de mi casa, Regajo abajo, hay dos azarolleros grandes, robustos, muy antiguos. Ni mis abuelos ni mi madre supieron decirme quién los plantó y yo, después de leer alguna cosilla sobre estos árboles, pienso que, siglos antes que las personas dividieran los trozos de tierra para cultivarlas, en su retorno primaveral de tierras africanas, pasó por allí un pájaro que llevaba en el buche simientes de azarolla, le entraron ganas de liberar peso de su cuerpo y ¡plas! soltó las cagaditas. O tal vez fuera un zorro de los que entonces abundaban –como ahora-  en la zona.

A las simientes les encantó el sitio donde cayeron porque, poquito a poco empezaron a crecer dos plantas de las que, por puro milagro, no debieron percatarse los ganados ni los roedores y, cuando los hombres se dieron cuenta años y años después, eran ya árboles grandes bien enraizados en la tierra.

Al verlos aquellos antepasados nuestros, más sabios muchas veces que nosotros, seguro que pensaron: ¡Mira qué bien nos vienen estos azarolleros! Además de sombra, leña, buena madera y comida para nosotros y los animales, nos sirven de mojón. Por tanto, de talarlos nada ¡A qué santo! ¡Menuda multa les hubiera caído! Porque ya entonces en todo Aragón había órdenes precisas que prohibían cortar frutales –los azarollos lo son- bajo penas de 60 sueldos o más: una fortuna para aquel tiempo.

Todas estas cosas me vienen a la cabeza como una fantasía aunque seguramente mis dos árboles no sobrepasen los 200 años. Pero los quiero mucho y los respeto más aún desde que me he enterado por los libros que los azarollos o azarolleros, también llamados serbales, jerbos y acerolos en castellano, al igual que sus frutos están entre los alimentos más antiguos y han dado de comer a infinitas generaciones de seres desde que al parecer, los arameos, uno de los primeros pueblos con noticias en la Historia, a finales de la Edad del Hierro, o sea XIV siglos a. C. les pusieron el nombre, porque comían azarollas igual que yo.

En el nombre de un árbol, de sus flores y frutas…

Aquellos arameos al principio eran nómadas, pero entre los siglos XI y X -siempre a.C.- se habían aposentado en lo que ahora es Siria, la zona del Golfo Pérsico e incluso Palestina, haciéndose también agricultores y comerciantes, fundando sus ciudades y enfrentándose a los pueblos que vivían ya allí.

Pero ojo, recordad: Quienes trajeron a nuestros territorios estos árboles fueron el viento, algunos animales y las aves que van por el aire comiendo aquí y dejándonos el regalito del desecho de sus buches en lugares insospechados.

De manera que ya en la Edad Antigua había azarollos al Sur de Europa, oeste de Asia y norte de África, o sea en el Mediterráneo, Próximo y Medio Oriente e incluso puede que el nombre arameo lo fueran modificado en cada sitio adaptándolo a su pronunciación, pero conocer las azarollas, las conocían – y comían- muchos porque sabemos cómo las conservaban los romanos en el siglo I a. C. dejándolas secar insertas en un mimbre –“zorras”-  o un hilo  -“rosarios”- para, entre otros usos, ponerlas cuando hiciera falta en maceración –igual que yo veía hacer a mi abuela – o cocerlas con mosto de uva hasta que se convertía todo en un jarabe.

De aquel primer nombre surgió con el paso del tiempo el que los pueblos árabes transformaron en az.zu-rura y naturalmente, al encontrar los árboles en otros sitios, los llamaban como ellos sabían. Eso debió pasarles cuando llegaron a Hispania (España) y vieron que había azarolleros. Dirían: ¡Mira… az.zu-rura!

A lo largo de los 800 años que vivieron en España (desde principios del siglo VIII d. C. a finales del XV) los españoles musulmanes nos transmitieron cosas de gran importancia en medicina y agricultura especialmente de huerta, arquitectura, literatura, astronomía, música y lingüística.  

Gracias a ellos la riqueza, uso y diversidad de especies agrícolas relacionada con cada territorio era muy grande, pero todo cambió a medida que los reyes cristianos fueron apoderándose de la Península ibérica. Si desde 1492 se inició la progresiva pérdida tanto de los avanzados sistemas utilizados por la mayoritaria población musulmana como de muchos de sus cultivos, fue a partir de 1574 cuando se empezó una verdadera sustitución al entrar los nuevos productos venidos de tierras americanas que, en ciertas ocasiones, por similitud formal, los propios conquistadores hispanos “bautizaron” como otros que conocían en España, sin ir más lejos, las acerolas.

¡Así empezó el error!

Aunque las acerolas americanas son tan distintas a las españolas que ni tan siquiera pertenecen a la misma familia (las europeas son de los Sorbus, las americanas de los Malpighia) los recién llegados, -que eran guerreros, no estudiosos- les llamaron igual ¡Hala, a lo loco! Y como enseguida tendemos a despreciar lo que tenemos ansiosos de cualquier novedad, los más ricos consideraron muy chic conseguir plantar un exótico “acerolo” de Ultramar en su jardín, aunque claro, esos no medraban en cualquier clima. Así que, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, los raros frutos pasaron a ser un manjar en selectos fruteros nobles, dignos de aparecer en las pinturas de grandes artistas.

La nueva especie tuvo tanto éxito que eran sus frutos los preferidos para la venta en los mercados y puestos callejeros por encima de los de otros, de distintos serbales autóctonos, que traían los campesinos. Así fueron sustituyendo y marginando bajo el mismo nombre a los propios del país, pese a que Fernández de Oviedo en 1535 precisó la distinción de unos y otros,

señalando: …llamase a los americanos semerucos asemejándose a las cerezas europeas, pero el hueso de estas cambia en aquellos por dos o tres semillas. Tampoco sirvió de nada que  siglo y medio después, el gran científico y naturalista Carlos Linneo (1753) describiera ambas en su Species Plantarum advirtiendo claramente sus diferencias físicas ¡El lío estaba hecho!

El arbusto –que no árbol- americano ganaba posiciones mientras nuestros populares serbales,  azarollos, aquellos que trajeron en sus buches los pájaros hace miles de años y los hortelanos musulmanes consideraron frutales “beneficiosos para la salud”, quedaban olvidados y minusvalorados como fruta “de pobres” para la mayoría, aunque para otros son “raros tesoros” resistentes con los que nos identificamos, amamos su madera, en ellos encontramos la sabiduría tradicional del campo y viajamos en el tiempo reconociendo el olor y sabor de sus frutas, ensartadas cada otoño en “zorras” o “rosarios” y extendidas en los repostes al aire.

Sin cesar tropezamos con la torpe avaricia e petulante ignorancia humana (B. Gracián)

Viene de perlas la cita de Gracián a la historia de los azarollos europeos, pues no es sino un ejemplo más del engreimiento que casi siempre muestran los más ricos y poderosos – pero contagia al resto de las gentes, ansiosas en parecerse a ellos- por no querer fijarse ni respetar la sabiduría de la Naturaleza. 

Desde hace muchos años despreciamos a nuestros azarollos dejándolos desaparecer prácticamente de nuestros territorios sin querer conocerlos para saber las muchísimas ventajas que vienen ofreciéndonos a lo largo de siglos. ¡Ah, si nos hubiéramos molestado en escuchar a los mayores,  leer lo que se ha investigado sobre ellos y preocupado más en cuidarlos! ¡Con poco trabajo cada uno de nosotros viviríamos mejor!

¿Por qué? –Preguntaréis- ¿por los azarollos?

¡Pues sí, por ellos!

Humildes, resistentes, bellos y discretos, estos árboles que en otoño pierden la hoja después de alcanzar un fuerte color amarillo, soportan bien tanto la sequía y los veranos fuertes como la crudeza de inviernos con temperaturas de hasta -25º y empiezan a florecer pequeños manojos de flores blancas desde mayo hasta julio.

Los azarollos crecen en terrenos de poca calidad que ellos mejoran, no necesitan apenas cuidados, su crecimiento es lento si no se cuidan como cultivo, pero mucho más rápido si se riegan como el frutal que es, no son invasivos y producen anualmente fruta que sirve de alimento tanto a mamíferos como a las aves, pueden llegar a alcanzar los 30 m. de altura y a vivir más de 400 años.

Pero su gran secreto vive y crece dentro de ellos mismos: es su madera, muy buscada por la carpintería de lujo para las piezas más delicadas que está entre las más caras del mundo tanto por su exquisita calidad y cualidades como por su escasez.

Sin embargo, contrariamente a la consideración de especie protegida que han conseguido en los países europeos, en España nuestros azarollos (Sorbus) NO han sido ni son debidamente considerados y valorados. Las concentraciones parcelarias junto al sistema de agricultura intensiva han hecho que se arrancaran muchos ejemplares y no volvieran a replantarse, perdiendo los campesinos un recurso natural que les ofrecía la posibilidad de aumentar sus ingresos con el mínimo trabajo.

Claro que en los últimos tiempos se está aconsejando la reforestación de azarollos especialmente en los lugares donde mejor crecen por sus características “asilvestradas”, en los márgenes o ribazos de las parcelas, separados entre sí y de los demás árboles puesto que no son una especie “boscosa” pero…

No digo más. Ahí lo dejo por si alguien decide pensar, que a buen entendedor…

Por esas y otras razones que para mí se quedan, mis dos azarolleros son parte de mis vidas centenarias. Cada vez que los miro me enseñan, mientras yo viva se saben y se sienten protegidos aunque su especie, tan frecuente por toda la Península Ibérica, “fuera” esté en serio peligro de desaparición. Yo recuerdo a Gracián porque tener un azarollero en algún sitio garantiza, como casi todo lo que da la tierra, múltiples beneficios: buena leña, excelente madera, comida para el ganado, sombra en verano, fruta de fácil conservación durante el invierno y un correcto tracto intestinal si se toma moderadamente.

Así que mientras los admiro, pienso:

NADA en ellos es superfluo ¡Eso es  ser SOSTENIBLE!

Lucía Pérez García-Oliver

Para mayor información, véase:

C. AEDO, J.J. ALDASORO, “Sorbus” en Flora Iberica. Vol. VI Rosaceae. 1998, Real Jardín Botánico de Madrid, CSIC

J.A. ORIA DE RUEDA SALGUEIRO, A. MARTÍNEZ DE AZAGRA PAREDES y A. ÁLVAREZ NIETO  “Botánica forestal del género Sorbus en España” en Invest Agrar: Sist Recur For (2006)  Un resumen de esta publicación hecha por José Luis LOZANO TERRAZAS. I.F. Profesor de la Escuela Agraria “La Malvesia” puede consultarse en “La especie del año El serbal común o jerbo Sorbus domestica” en http://www.proyectoforestaliberico.es/SORBUS%20DOMESTICA.pdf

G. TENA GÓMEZ, Se ha dicho en Aliaga (Te) València, Ed. del autor, 2020, p. 258  “zorras de azarollas”

Ch. de JAIME LORÉN, “Contribución al inventario de árboles monumentales aragoneses (IX): El azarollo de Torralba de los Sisones” en XILOCA 21, 1998

Ch. de JAIME LORÉN, “Siembra de cultivos herbáceos en cortafuegos forestales y su influencia en la protección del suelo: una experiencia en el valle del Jiloca” en XILOCA 38, 2010

http://naturaxilocae.blogspot.com/2012/11/tiempo-de-azarollas.html
https://iiif.lib.harvard.edu/manifests/view/drs:19768130$1i