DE CEDRILLAS A ABABUJ, PASANDO POR MONTEAGUDO DEL CASTILLO

POR EL PR-TE 45 RUTA DEL RÍO SECO

La ruta sigue el PR TE 45 Ruta del río Seco, desde Cedrillas hasta Ababuj, pasando Monteagudo del Castillo.

Comienza en el valle del río Mijares y pasa al del río Seco, al que sigue aguas abajo hasta cerca de su desembocadura en el río Alfambra, donde conecta con el GR 199 Ruta del Chopo Cabecero del Alto Alfambra. Recorre variados paisajes, casi todos abiertos, por lo que en ella escasea la sombra. Por eso se recomienda realizarlo en primavera. En otoño, los grandes chopos cabeceros que aparecen en ciertos tramos muestran una gran belleza. El cauce puede encontrarse seco si las lluvias escasean. Recorre caminos, sendas y también riberas con prados húmedos. Hay fuentes y merenderos. No tiene pierde. Está muy bien señalizada con balizas y postes indicadores.

Se ha editado un tríptico sobre la Ruta del río Seco (PR-TE 45) que puede descargarse como pdf pulsando en este enlace.

Igualmente también puede descargarse esta ruta en Wikiloc pulsando este otro enlace.

Tiene una longitud de 16,43 km. El perfil es muy suave, con 171 m de desnivel positivo y 154 m de desnivel negativo. La altitud máxima es de 1.471 m. A ritmo de senderista puede realizarse en unas cuatro horas. A ritmo de observador, un par de horas más. Si se desea desviarse para descubrir algunos interesantes parajes que hay cerca de la ruta …

El itinerario que aquí se describe comienza en Cedrillas. En la salida del pueblo por la carretera que lleva hacia Cantavieja hay un panel informativo de este sendero. Se pasa junto a una báscula y se cruza un arroyo. Al otro lado de la carretera se levanta la escultura «Homenaje al herrero«, una obra de 12 m de altura y 5.000 kg de hierro creada por Rafael Martín, quien regenta la herrería en la que se encuentra.

Unos metros más adelante se encuentra el ferial, el recinto en el que se celebra anualmente la Feria de Cedrillas, un evento económico y social en el calendario de la sierra de Gúdar que congrega al inicio de cada otoño a cientos de feriantes y a un par de decenas de miles de visitantes. Es la adaptación a los tiempos de la que fue una de las ferias ganaderas más importantes de España.

Antes de salir a la carretera, junto a un grupo de álamos, parte una amplia y recta pista de tierra. Pasa entre campos de cultivo alargados y regulares, el resultado de la concentración parcelaria. Muchos están sembrados de cereal, que en este invierno tan seco y frío, tan solo ha conseguido asomar la plántula.

Entre las arcillas rojas puestas en cultivo asoman unos bloques de areniscas grises de grano claro …

en cuya superficie se aprecian costras de materiales ferruginosos y líquenes propios de los peñascos silíceos …

La ruta deja a su derecha otra pista, recta y arbolada, que hay que ignorar. Cruza un caño, un antiguo arroyo, rectificado y profundizado en las obras de concentración. Tras una suave curva, la pista cruza otro arroyo que baja desde la partida -y la masía- de las Tres Fuentes. Se llega a un cruce. Hay que seguir recto, dirección al bien visible pueblo de Monteagudo del Castillo.

Al echar la vista atrás, el cerro y el castillo de Cedrillas ofrecen una bella panorámica.

A nuestra izquierda, hacia el norte, se levantan los cabezos que dividen las cuencas del río Seco (afluente del Alfambra) y del barranco de la Hoz (afluente del Mijares). Sobre uno de ellos, a lo lejos, hay una pequeña majada y en su entorno numerosas comederas para vacas. En los rastrojos de estos campos es común verlas pacer en los veranos y otoños.

La pista cruza otro arroyo y por ello se encharca con frecuencia. A nuestra izquierda destacan unos altivos chopos lombardos. Por allí pasa la cañada real, el paso utilizado por los rebaños trashumantes durante sus recorridos desde la sierras Altas de Teruel hacia las tierras levantinas y viceversa. No es un camino en sí, sino una alargada zona de pastos salpicada de arbustos.

La pista cruza un pequeño arroyo que baja desde este monte y que se une al que encontramos a nuestra derecha: el arroyo de la Tejería. En estos días de enero, el agua de estos riachuelos se hiela en superficie. Así puede permanecer durante semanas, sin regalar. Y nos ofrece detalles de gran belleza.

La presencia permanente de agua en estos terrenos tan impermeables permite que prosperen aneas y carrizos …

y, en su entorno, amplias junqueras …

.. y también formaciones musgosas tapizando los suelos arcillosos.

Estos arroyos eran el abrevadero natural de los rebaños estantes o trashumantes. Y, al mismo tiempo, unos humedales de interés ambiental, que complementa al de los pastizales y cultivos del entorno.

Dejamos el término municipal de Cedrillas y entramos en el de Monteagudo del Castillo. Al poco, abandonaremos el camino para tomar una buena senda que sigue recta y que remonta el arroyo de la Tejería, al que acompañaremos durante un buen tramo.

Las sargas trasmochas y, sobre todo, los chopos cabeceros sombrean el sendero. Es uno de los parajes más hermosos de la excursión.

Docenas de añosos árboles de gruesos e irregulares troncos, de cabezas agrietadas y con múltiples grietas y huecos, se alinean junto al cauce. Es un refugio de vida silvestre. Es un testimonio de una cultura centenaria que ha quedado formando un paisaje único.

Árboles trasmochos que, quizás, desde hace más de cinco décadas no han sido podados y que comienzan a mostrar indicios de inestabilidad aunque no de decrepitud. Algunos de ellos fueron plantados para entonces y, al poco, recibieron la poda de formación. Estaba viva entonces la cultura de los chopos cabeceros en estos pueblos. La emigración, los cambios técnicos y en las necesidades humanas provocaron su olvido. Se olvidó su aprovechamiento y ya no fueron desmochados para producir vigas, llegando con su pesado ramaje hasta nuestros días.

El sendero cruza un buen camino. Es el Camino de Mora. Hay que ignorarlo y seguir remontando el arroyo por una senda cada vez más desdibujada. Nos vamos acercando al monte, a una ladera rocosa cubierta de prados y salpicada de enebros y de arleras. Los pinos royos comienzan a recuperar sus dominios. El frescor de la umbría les favorece.

En la ladera hay un par de majadas. Son los Corrales de la Casilla. Nos recuerdan, una vez más, la importancia de la ganadería ovina en la historia y en el paisaje de estas tierra. En estas sierras es muy común encontrar estas construcciones en la parte baja del monte, cerca de los campos. Así se aprovechaban tanto los rastrojos como las hierbas silvestres de estos cerros.

Una foto de satélite ofrece una perspectiva de la ladera que no se tiene desde el sendero.

Corrales de la Casilla. Nótese el paisaje que crean la serie de estratos de calizas y margas. Fuente: Google Earth

La senda desaparece y la ruta atraviesa un denso herbazal con juncos y espinos de vizcodas. Se pasa cerca de una pared de piedra, por la margen derecha del arroyo. El cauce está tapizado por una hierbas tan largas como suaves. Parece una zona de descarga hídrica.

Se alcanza un grupo de chopos lombardos. Desde allí sale un paso de ganado entre paredes de piedra seca ya caídas. Una mirada atrás nos muestra el armonioso paisaje invernal del barranco de la Tejería.

El sendero traza un par de curvas entre paredes …

… y se encamina hacia el ya cercano pueblo. A la derecha se deja un cerro cónico y pelado. Es el Alto de la Fuente. Recibe este nombre por que en su otra vertiente, la que da al saliente, se encuentra la Fuente del Lugar.

El sendero sigue el trazado de una larga cerrada de piedra seca.

A nuestra izquierda, al otro lado de una vaguada, se levanta otro cerro muy similar al anterior. Es conocido como El Cabezo. En su ladera se aprecian garretos ya abandonados. Pequeñas terrazas que antaño se cultivaban. Y, de nuevo, más cerradas de piedra, un sistema de cerramiento de campos y pastos común en estas sierras.

Entre uno y otro las aguas de escorrentía que se recogen en sus laderas riegan los prados de la vaguada y producen unas hierbas que, aún hoy en día, son aprovechadas por el ganado vacuno. No es raro el encontrar un rebaño en los meses de verano. Estas parcelas mantienen setos arbustivos de vizcoderas en sus ribazos y forman uno de los paisajes característicos de esta localidad. En primavera estos espinos ofrecen una floración espectacular. En otoño, vuelven a srlo antes de perder sus hojas amarillas y quedar desnudas las rojas vizcodas. Estas sierras ofrecen múltiples y discretos secretos.

El sendero pasa junto a unos grandes árboles y entra en el pueblo por el barrio de La Inueva. Ya hemos recorrido 4 km.

Entre casas arregladas, pajares abandonados y eras perdidas descansan antiguas máquinas y viejos aperos agrícolas.

Se cruza la carretera siguiendo las marcas de pintura amarillas y blancas.

A mano izquierda se encuentra la antigua casa solariega de la familia Tarín (s. XVII) que ocupaba los tres volúmenes de la manzana. En la actualidad corresponde a tres propiedades. El más destacado, actualmente hotel y restaurante (Palacio de Iván Tarín), tiene tres plantas, con muros de mampostería. Las esquinas, las ventanas y los arcos de los vanos de entrada tienen sillares. De ellos el más destacado es el situado a la izquierda de la fachada principal, compuesto por grandes dovelas de piedra, varias de las cuales están grabadas con un reloj solar. En su interior, a pesar de su rehabilitación como servicio turístico, conserva el zaguán con su techumbre de vigas de madera y elementos originales, como dos pozas de piedra destinada a abrevaderos de las caballerizas.

El recorrido deja a nuestra derecha un rincón ajardinado donde luce un antiguo aladro. Monteagudo del Castillo se caracteriza por el cariño que muestra hacia su historia, hacia las actividades tradicionales y hacia sus antepasados. Muestra de ello es la exposición de fotografías antiguas que sirvió de base para creación de una colección de ellas impresas en lonas y dispuestas en paredes repartidas por las calles del pueblo. Es un museo etnológico al aire libre.

Se cruza la calle Baja y se sigue por un callejón que pasa por la parte trasera de la Casa de los Lozano, con su característico arco …

que conecta con un edificio de mampostería, un gran pajar …

… además de un total de cinco patios interiores. En las casas de uso residencial se hace uso de los recursos propios de la arquitectura tradicional serrana: muros de mampostería y sillería, dinteles de vigas de madera para las ventanas y vano de acceso, remate de la fachada con alero de madera y techumbre a dos aguas cubierta con teja cerámica.

Una puerta de acceso a un patio de una de las viviendas presenta dovelas y una especie de escudo con una extraña figura geométrica coronada con dos cruces, esculpida en la clave.

En uno de los corrales de una de estas casas solariegas hay una buena colección de aves domésticas …

… y alguna sorpresa más.

El callejón se abre a una placica donde hay una fuente. Y, junto a ella, una silueta en hierro con la efigie de una mujer cargada con dos cántaros. La ruta cruza la calle Mayor y asciende por otra que pasa entre casas con pequeños huertos, hoy ya jardines cercados y, en ocasiones, ornamentados con objetos y máquinas antiguas.

La calle sigue subiendo. Deja a la derecha un interesante panel con información sobre el patrimonio cultural de la localidad, un pequeño parque con los restos de una vieja olma y una pista deportiva. Algo más allá, se encuentra el cementerio y un reloj de sol horizontal.

Hay que seguir subiendo hacia la izquierda, hacia la base del cerro del castillo que le da apellido a Monteagudo, el antiguo Montagut. El humilde Peirón (o Pairón) de Santa Bárbara, en el collado y entre las eras, queda a un lado.

Estamos en el punto más elevado de la excursión (1.471 m). Hay una buena panorámica de los montes Castelfrío y Hoyalta, del pueblo de El Pobo y del valle del río Seco. Es la divisoria entre dos cuencas hidrológicas. Las aguas recogidas por los arroyos que nos han salido a nuestro paso se encauzan hacia el río Mijares y desembocan en el Mediterráneo, en la plana de Castellón. Las de los riachuelos o ramblas que -en adelante- nos iremos encontrando se encauzan en el río Seco que, a su vez, alimenta el Alfambra y, finalmente el Turia, que desembocará en el Mediterráneo tras cruzar la ciudad de Valencia.

La calle se hace camino al salir del pueblo. Es el Camino de Ababuj. Comienza a bajar decidido para acercarnos a una encrucijada. Allí se encuentra el Peirón (o Pairón) de la Joya. Esta cruz de término, que data del siglo XVIII, está compuesta por una base de tres alturas de sillería sobre la que descansa un bloque de piedra hexagonal del que arranca el fuste, también de sección poligonal. Se encuentra en buen estado de conservación aunque carece del remate que en su día tuvo.

Tomaremos del camino de la derecha, alejándonos de una granja de ovejas. Pasa junto a un alargado cerro en el que unos estratos calizos recubren a unas arcillas violáceas abiertas en cárcavas por la erosión. En estas arcillas prospera una cerrada masa de toyago, nombre popular en la Sierra de Astragalus granatensis, una pequeña y espinosa mata de la familia de las leguminosas, que enriquece con nitrógeno el suelo al tiempo que lo protege de la erosión limitando el acceso a las ovejas y, sobre todo, sujetándolo con sus raíces.

Hacia el Este se levanta orgulloso el Cerro de San Cristóbal.

Los bancales que se extienden en el llano tienen los linderos cubiertos por unos espinares que forman una verdadera red de setos vivos. Son un freno al viento, aporte de materia orgánica al suelo, protección ante la erosión, alimento para el ganado y hábitat para una variada comunidad de organismos.

Son varios los bancales sembrados de pipirigallo. Este cultivo es otro indicador de que la ganadería extensiva sigue viva en Monteagudo.

Habrá que volver por esta ruta el mes de mayo para disfrutar entonces de la belleza de sus flores.

La pista continúa en su descenso entre lomas de pastizal y bancales cultivados. Hacia el Oeste se levanta el desnudo cerro y las ruinas de la ermita de San Benito.

Sin dejar la pista llegaremos a una fuente que tiene cuatro gamellones galvanizados. Es la fuente de la Cavada. Procede de las aguas que se infiltran en los estratos calcáreos horizontales de la loma de la Pascuala y que descargan al encontrarse con otros de margas sobre los que descansan. Una arboleda frondosa y unos prados altos nos recuerdan la proximidad del freático y la disponibilidad de agua. Es un pequeño oasis tras un tramo deforestado.

En un desvío hay que tomar el camino de la izquierda que nos lleva a la inmediata Masía de la Cavada. Un conjunto compuesto por varios edificios probablemente levantado durante el siglo XIX. El volumen principal dispone de vivienda, graneros, corrales y otras dependencias. Al otro lado del camino, hay un pajar de dos alturas con la pared enlucida por cemento.

Masía de la Cavada en una imagen de inicio de primavera

Ambas construcciones siguen las técnicas y materiales propios de la arquitectura tradicional de esta zona relacionada con estas unidades de hábitat disperso: muros de mampostería de piedra, uso de la piedra escuadrada o vigas de madera para jambas y dinteles de las ventanas y vanos de acceso, techumbre a dos vertientes con estructura interior de madera y cubierta exterior con teja cerámica.

Hacia nuestra izquierda, amplios y frescos prados descienden hacia el suave fondo del valle por donde discurre divagante el río Seco, conocido en la zona como río Becerriles por proceder de los prados de este paraje situado en El Pobo.

Un escarpe queda a la derecha del camino. En la base afloran las citadas arcillas. Sobre ellas y protegiéndolas, unos estratos de areniscas claras con granos de mica y cemento calcáreo. La fácil erosión de las primeras causa el desprendimiento de bloques de la cobertera.

Hay que continuar recto por la pista ignorando el camino que sale a la izquierda. Unos cientos de metros más adelante se llega a un cruce.

Por la izquierda va al Masía de la Vega.

Recibe su nombre por su ubicación en la vega formada por la confluencia del arroyo de la Virgen del Pilar con el río Seco (o de los Becerriles). Es un paraje de prados muy frescos, casi encharcadizos, en los que prosperan grandes sargas y densos espinares. Muy interesante a nivel ambiental.

La masía está compuesta por un total de cinco volúmenes destinados a la residencia y usos agrícolas y ganaderos de los masoveros. Destacan numerosos detalles de arquitectura popular y, entre ellos, una cerámica dedicada a la Virgen de la Vega.

Todo ello delimitado por un muro realizado con piedra seca.

Por la derecha sale un camino que acerca al Mas de Cipriano. Este cuenta con tres volúmenes, siendo el más original el principal, que tiene grandes dimensiones, planta rectangular, tres alturas y que está revocado de cal.

Ambas construcciones tienen un gran interés etnográfico pues son representativas del poblamiento en hábitat disperso característico de la sierra de Gúdar. Se sugiere acercarse a conocerlas si se dispone de tiempo y hay interés en la arquitectura tradicional.

Una larga cerrada de piedra seca acompaña al camino.

Se refuerza con hilo ganadero para encerrar a las vacas que pacen en estos campos. En la entrada a uno de ellos se observan desparramadas arenas y pequeñas gravas. Son los arrastres de un pequeño arroyo que ha sido encauzado hacia el bancal para aprovechar las escorrentías que se producen durante las tormentas estivales para regar el prado. Justo cuando más agua necesita.

A la izquierda, a lo lejos, destaca el monte Castelfrío con su colección de antenas.

Al trazar una curva, una gran cerrada queda a nuestra derecha.

Extensos campos de pipirigallo y de girasol se intercalan en los de cereal. Son tierras frescas. Las rojizas arcillas retienen la humedad durante el verano, en general, poco caluroso en estas tierras altas.

Buenos descansaderos para la codorniz, durante su migración postnupcial.

Paralelo al camino se encuentran las lomas de Monteagudo. Es un alargado conjunto de altos (Cerro Gordo, El Rabosero, Alto del Llano) que separan el valle del Alfambra (al Este) del valle del río Seco. En la vertiente Oeste hay buenos prados aprovechados por los rebaños de vacas de las masías cercanas.

El camino cruza un arroyo que baja por el barranco de San Cristóbal. Desemboca enseguida en el río Seco que ya se intuye pero que no se ve, pues su ribera carece de vegetación leñosa.

Tras una nueva curva el camino se dirige hacia unas granjas de cerdos.

Un par de hermosos y solitarios chopos nos indican donde está el cauce del río Seco. Al poco damos con él. La pendiente es muy suave. El caudal suele ser escaso. Sin embargo, las periódicas crecidas le permiten erosionar las suaves arcillas y crear algún escarpe en ellas.

Ya hemos recorrido 8,3 km desde el inicio la ruta en Cedrillas.

Cuando las aguas pierden energía forman un conjunto de humedales en los que prosperan la anea, el carrizo …

… y la mansega (Cladium mariscus), una planta herbácea de hojas alargas y planas, cuyos márgenes son pequeñas sierras por lo que resultan muy cortante.

Estamos en el límite entre los términos municipales de Monteagudo del Castillo y de El Pobo.

El camino llega a un cruce. Hay que tomar entonces el desvío a la izquierda, que cruza el río. Y, al poco, abandonarlo y continuar por los prados y junqueras de la margen izquierda siguiendo las balizas que jalonan la ruta.

El río es, en estos días de invierno y en este tramo, una secuencia de remansos (tablas) y estrechos rápidos (rabiones). En sus orillas, prácticamente sin árboles ni arbustos, prospera un denso herbazal formado por mansega, junquillos, juncos y gramas organizados según su tolerancia a los suelos empapados. Es el dominio de la rata de agua (Arvicola sapidus) que abre túneles entre la broza y se alimenta de todas estas plantas.

Rata de agua. Fuente: MITECO

Y también de la nutria (Lutra lutra), uno de sus depredadores, cuyas huellas están impresas en el barro de las orillas y cuyos excrementos se encuentran sobre las piedras.

No hay senda. La ruta avanza entre los prados de la margen izquierda.

Poco antes de alcanzar un grupo de cipreses de Arizona (Cupresus arizonica), el río Seco recibe por su derecha un arroyo que baja por el barranco de los Rodeos. Suele venir seco. Merece la pena descubrir este pequeño espacio natural pues se trata de un paraje de notable interés geológico. Las calizas han sufrido un modelado kárstico característico y pueden encontrarse algunos pináculos con forma de «hamburguesa». Le dedicamos en su momento un artículo. Si el caudal lo permite se puede cruzar el río en la propia desembocadura del arroyo. Si no, un poco más adelante, encontraremos un camino y por unas piedras se puede vadear. Recomendamos la visita.

Siguiendo el curso del río, tras pasar los cipreses y unos chopos, se llega a una pista.

Hay una señal que indica la variante del PR-TE 45 para llegar al lugar de El Pobo, pasando por la Masía de Santa Ana. Será motivo de otra excursión.

Finca de Santa Ana en primer término. Detrás, el lugar de El Pobo. Al fondo, su sierra.

Nuestra ruta deja el río. Toma un camino que sale por su izquierda que asciende por una loma en la que afloran conglomerados. A finales de invierno, detectando el precoz agotamiento del agua del suelo, la artemisia lanosa (Artemisia assoana) se despereza y extiende su pequeña alfombra sobre el desnudo suelo. Es una planta propia de las parameras de la cordillera Ibérica, pero también de las altas montañas del Sudeste de Europa.

En un cruce hay que seguir de frente para incorporarse poco después a un camino mejor que viene por la izquierda, que pasa entre dos parcelas dedicadas al cultivo mixto de carrasca trufera y de lavanda.

Una interesante experiencia de diversificación de cultivos en el Alto Alfambra, que proporciona cosecha de lavanda mientras la carrasca alcanza su edad de producción.

Estas tierras royas corresponden a sedimentos detríticos de origen fluvial acumulados en la depresión del río Seco durante el Terciario en un proceso que ya fue comentado en el blog en el siguiente artículo.

Se sale a un camino. Se toma hacia la izquierda y al cruzar un arroyo (procedente del barranco de los Conejos) una señal indica seguir por unos prados frescos dejando el camino. Es la ruta del PR-TE 45.

Una propuesta recomendada, si hay tiempo y ganas, es tomar el camino hacia la derecha. Acerca al cauce del río Seco que allí recibe las aguas que bajan por el barranco Hondo.

Sobre los escarpes calizos se levanta la Masía de Berna.

El arroyo del barranco de los Conejos desemboca en otro mayor, el de la Quiñonería, que recoge aguas de todos los riachuelos que bajan del sector oriental de la sierra de El Pobo, desde Hoyalta hasta la Magdalena. Es por ello que es algo más caudaloso.

Hace un poco que hemos entrado en el término municipal de Ababuj. Tras pasar junto a una hilera de jóvenes chopos se llega a la desembocadura del arroyo de la Quiñonería en el río Seco. Es paradójico. En muchas ocasiones lleva más agua el afluente que el propio río. Se pasa a su margen derecha.

La ruta sigue atravesando prados frescos.

El río traza una amplia curva a la altura de una arboleda joven de chopos canadienses. Pasa junto a unas sargas arbustivas en las que se retienen los arrastres vegetales que lleva el río Seco durante sus crecidas. Son verdaderos parapetos.

La ruta pasa a la margen izquierda poco antes de alcanzar un grupo de cuatro chopos cabeceros. Son formidables. Seguramente centenarios. Destacan su belleza y monumentalidad en un entorno tan deforestado.

El río comienza a divagar. A la altura de dos hermosas sargas trasmochas se aprecia la erosión fluvial producida en los sedimentos terrosos habiendo formado un pequeño escarpe.

La ruta cruza un camino. Por la derecha el río Seco recibe el arroyo del barranco de Donatio. A la izquierda queda un magnífico chopo cabecero. Otro monumento vivo.

En adelante, durante casi dos kilómetros, los prados de la ribera del río Seco están aprovechados por un rebaño de vacas. Es una franja muy estrecha que queda encajada por los bancales cultivados de ambas márgenes y que está limitada por hilo ganadero.

Algunos viejos árboles trasmochos ofrecen sombra a las vacas. Por la izquierda se aportan las aguas del barranco de las Azaderas. Por la derecha, se levanta el soberbio Cabezo Calarizos.

Al pie del cabezo, una alargada hilera de chopos cabeceros acompaña al río Seco. Casi todos con vigas tan largas como saludables …

… aunque también hay otros podados hace un par de años y que ofrecen un rebote vigoroso.

En la margen derecha un largo muro de piedra seca separa dos bancales.

En los remansos del río poco soleados el agua se ha ido congelando a lo largo de este frío mes de enero formando unos anillos concéntricos.

Comienza la hoz de Ababuj.

El sendero asciende por la margen izquierda y pasa junto a un pequeño cantil con bloques desprendidos, coge altura sobre el cauce, y desciende hacia una parte más abierta. Por la izquierda se une otro riachuelo sombreado por un tallar de sargas.

Ya vemos Ababuj, con sus casas, la iglesia, la Torre Vieja y la colección de pajares que acompañan a la carretera a El Pobo. No hay que tomar el camino que sale por la izquierda sino una estrecha senda que sigue el curso del río y que nos introduce en uno de los parajes más hermosos de esta ruta., entre muros de piedra y robustos chopos cabeceros.

Ya va cayendo la tarde. El río, remansado, tiene un gran bloque de hielo en superficie. Al alcanzar un bosquete hay que tomar otra senda que, por la izquierda, asciende decidida pasando junto al lavadero, la Fuente Nueva y que termina en el pueblo.

¡Acércate a descubrir un rincón secreto de la cordillera Ibérica!